Un discreto caballero tradicionalista
Hay personajes de la pol¨ªtica que tienen una vida pr¨®diga en acontecimientos resonantes y otros que parecen proclives a pasar de puntillas por la vida p¨²blica. Los segundos suelen tener una biograf¨ªa m¨¢s larga en los cargos que ocupan y, acostumbran a ser protagonistas prudentes y, en no pocos casos, observadores cuidadosos de los acontecimientos que les toca vivir.Antonio Mar¨ªa de Oriol pertenec¨ªa a la categor¨ªa de los discretos y duraderos. Era, adem¨¢s, todo un caballero del que se pod¨ªa discrepar sin encontrar en ¨¦l esa aspereza crispada que a menudo se sigue viendo en quienes fueron protagonistas de primera fila en el r¨¦gimen anterior. Como testigo hist¨®rico puede tener, para los historiadores del futuro, un inter¨¦s indudable. Llevaba un diario detallado de cuya interpretaci¨®n puede quien lo lea resultar muy discrepante de. la que ¨¦l mismo hac¨ªa, pero de cuya honestidad y sinceridad no cabe dudar.
La vida pol¨ªtica de Antonio Mar¨ªa de Oriol no se entiende de olvidar su pertenencia a una saga familiar que, en lo ideol¨®gico, hoy puede parecer muy lejana, pero que ha desempe?ado un papel pol¨ªtico de primera importancia en la Espa?a del siglo XX. Hijo de Jos¨¦ Luis de Oriol, gran notable del tradicionalismo alav¨¦s durante los a?os treinta, fue combatiente condecorado en la guerra civil. ?l y los de su familia se significaron, tras ella, por una actitud que estaba muy lejana de las veleidades fascistas de la Falange y tambi¨¦n del integrismo no colaboracionista con Franco, de Fal Conde. Por eso en los a?os de la posguerra suscribi¨® alg¨²n documento muy sonado contra el deseo de monopolio de los falangistas. Su posici¨®n desde los a?os cuarenta, como la del l¨ªder del tradicionalismo navarro, conde de Rodezno, era partidaria de considerar a don Juan de Borb¨®n, como correspond¨ªa por la l¨ªnea din¨¢stica, heredero del trono.
Esa alternativa que estuvo protagonizada de modo principal por su hermano Jos¨¦ Mar¨ªa, se desvaneci¨® desde la segunda mitad de los cuarenta, y Antonio Mar¨ªa, con el paso del tiempo, jug¨® un papel decisivo en el seno de la familia tradicionalista del r¨¦gimen. Director general desde 1957, cuando fue derrotada la ¨²ltima intentona de la Falange por hacer una Constituci¨®n a la medida de sus intereses, se convirti¨® en heredero de la cartera de Justicia, desempe?ada por lturmendi hasta que Franco le design¨® para la Presidencia de las Cortes. Ese ministerio tuvo, en los a?os en que Oriol lo desempe?¨® (hasta 1973), abundantes materias conflictivas que derivaban, por ejemplo, de la vertebraci¨®n de un orden institucional y del intento, m¨¢s o menos sincero pero fallido, de adaptar un r¨¦gimen, que se dec¨ªa ante todo cat¨®lico, a las ense?anzas del Vaticano Il. Desde una ¨®ptica actual, lo m¨¢s relevante de su actuaci¨®n en esos a?os reside en su invariable monarquismo, concretado de forma inequ¨ªvoca en don Juan Carlos, muy en la l¨ªnea de L¨®pez Rod¨® y Carrero. En cuanto a la renovaci¨®n del catolicismo, no estuvo entre quienes la patrocin¨®, sino que vio con mucha prevenci¨®n las que consideraba como infiltraciones marxistas. Pero; al menos, una fe profunda y muy deferente hacia Roma le hizo respetar lo que no compart¨ªa.
En 1973 pas¨® a la presidencia del Consejo de Estado, un puesto. ya de retirada en la carrera pol¨ªtica de aquel r¨¦gimen. No hubiera podido sobrellevar su secuestro por los GRAPO, durante las peores semanas de la transici¨®n, sin la ayuda de esa fe religiosa que caracteriza a lo mejor de los tradicionalistas. Y constituye un dato de relevante inter¨¦s hist¨®rico el hecho de que una persona como ¨¦l desempe?ara este ¨²ltimo cargo p¨²blico hasta el verano de 1979, es decir, cuando ya en Espa?a hab¨ªa Constituci¨®n y democracia.
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