El oro entre las sombras
Desde las Cantigas de Alfonso X El Sabio, el Llibre Vermell, el C¨®dice Calixtino y el de las Huelgas, la m¨²sica hispana transit¨® por el arte antiguo y el nuevo hasta arribar a la ¨¦poca dorada de una polifon¨ªa religiosa y profana que supuso, en palabras de Higinio Angl¨¦s, una "gloriosa contribuci¨®n".De una parte est¨¢n Los Cancioneros, como el de palacio que editara Barbieri; de otra, la m¨²sica de tecla y de Vihuela, que en Mil¨¢n, Valderr¨¢bano, Fuenllana y tantos otros fundamenta el lied acompa?ado a finales del siglo XVI y comienzos del XVII; de una tercera, la inmensa c¨²pula de nuestros grandes polifonistas religiosos: Anchieta, Morales, Guerrero o Victoria. Son los representantes m¨¢s elevados del "misticismo musical espa?ol", que estudi¨® tempranamente el franc¨¦s Henri Collet y al que dedicaron sus afanes los investigadores y music¨®logos espa?oles, desde Barbieri y Pedrell hasta Querol y Llorens.
El esplendor de la escuela romana, las tonalidades de color de la flamenca, la actitud glorificante, se torna en nuestros maestros profundo humanismo: el m¨¢rmol parece ceder su puesto a la imaginer¨ªa y la, emoci¨®n palpitante se eleva por encima de la solemnidad. Si contamos con tan riqu¨ªsima herencia, hay que acusar el vac¨ªo o semivac¨ªo que sufre en las celebraciones musicales de Semana Santa. Casi constituyen excepci¨®n los conciertos de polifon¨ªa hispana, cosa tan absurda como si Alemania guardase a Bach, Beethoven o Wagner en el armario de lo circunstancial.
Desde Espa?a debi¨¦ramos mantener la vida permanente de esta m¨²sica perdurable y hasta ser¨ªa normal que dict¨¢ramos la manera de sentirla e interpretarla.
Mucho se viene haciendo, por espa?oles y extranjeros, en el mundo del disco, pero es menor la atenci¨®n a la hora de la m¨²sica viva. Nunca estar¨¢ de m¨¢s insistir sobre el tema para que la "gloriosa contribuci¨®n" no quede en cap¨ªtulo de historia cuando all¨ª donde suena produce admiraci¨®n y conmueve.
Grande es La pasi¨®n de San Mateo, pero no queda atr¨¢s, ni mucho menos, el Oficio de difuntos, de Victoria, Las misas, de Morales, o la creaci¨®n religiosa y profana de Francisco Guerrero. No escondamos nuestro tesoro, sino todo lo contrario: alc¨¦moslo para que brille en todo su valor y en su entera singularidad.
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