La determinaci¨®n de los pueblos
Comentando la propuesta de Antonio Escohotado de realizar un refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n vasco como forma de terminar con el terror de ETA, origen de una pol¨¦mica entre ambos, Fernando Savater ha puesto, como siempre, el dedo en la llaga (en EL PA?S del 17 de marzo de 1996). El problema "est¨¢ en el sujeto que lo ejerce, el llamado pueblo"; "?puede optar por la secesi¨®n cualquier grupo humano, incluso los habitantes de un barrio de Londres ... ?". ?sa es la cuesti¨®n.La presunci¨®n sobre la que se basa el principio de las nacionalidades es que el g¨¦nero humano se divide de manera natural en una serie de conjuntos sociales, llamados pueblos o naciones, dotados de continuidad hist¨®rica y homogeneidad cultural (racial, ling¨¹¨ªstica, religiosa...). El reconocimiento de los derechos pol¨ªticos modernos (individuales y colectivos, seg¨²n insisten esas autoridades eclesi¨¢sticas siempre recelosas de los individuales) exigir¨ªa que cada uno de estos pueblos o naciones poseyese una organizaci¨®n pol¨ªtica propia. Con ello los Estados se asentar¨ªan sobre s¨®lidas bases de legitimidad, la justicia estar¨ªa servida y se evitar¨ªan los aciagos conflictos actuales, derivados de la opresi¨®n de minor¨ªas por mayor¨ªas. As¨ª de sencillo.
El problema, como se?ala Savater, es justamente que tales grupos humanos son imposibles de delimitar. Probablemente nunca ha habido sociedades totalmente homog¨¦neas en t¨¦rminos raciales, ling¨¹¨ªsticos y religiosos, pero mucho menos las hay hoy, tras las enormes migraciones humanas de los ¨²ltimos dos siglos y los recientes avances en t¨¦cnicas comunicativas, intercambios comerciales o procesos de integraci¨®n supra-estatal. Es, por tanto, quim¨¦rica la creencia en una posible soluci¨®n de los problemas a base de ingenier¨ªa de fronteras, creando Estados que coincidan con realidades ¨¦tnicas bien delimitadas territorialmente. Para empezar, porque ser¨ªan precisos miles de Estados para adecuarse al complejo mosaico cultural humano: s¨®lo tornando como criterio las lenguas, unos seis mil. Pero es que adem¨¢s el "mosaico" es una mala met¨¢fora, porque la realidad social se parece m¨¢s bien a una nebulosa, o a una excavaci¨®n arqueol¨®gica donde las capas se superponen, confunden y son incompatibles entre s¨ª: los mapas raciales no coinciden con los ling¨¹¨ªsticos, ni ¨¦stos con los religiosos, ni la voluntad actual de los ciudadanos con las formaciones hist¨®ricas (que, a su vez, son m¨²ltiples y conflictivas entre s¨ª, ?cu¨¢ntos pueblos y culturas podr¨ªan reivindicar Jerusal¨¦n?), y todos ellos son irrenunciables para los nacionalistas.
Cualquier nuevo Estado nacional chocar¨ªa hoy inmediatamente con minor¨ªas que tendr¨ªan todo el derecho a tocar a rebato por su "liberaci¨®n". Imaginen el caso del hipot¨¦tico refer¨¦ndum por la independencia de Euskadi. ?Se incluir¨ªa en la consulta a Navarra, parte integral de Euskadi seg¨²n el nacionalismo ortodoxo? Supongamos que se decide incluirla y que, en contra de lo que indican las tendencias de voto actuales, una mayor¨ªa de los convocados a las urnas se pronuncia en favor de la independencia, pero que un 51 % de los navarros lo hace en contra. Si partimos de una "voluntad general" vasca, de una realidad hist¨®rico-esencial de Euskadi, habr¨ªa que obligar a estos ¨²ltimos a sumarse al nuevo Estado-naci¨®n, por encima de su opini¨®n expresa. Pero ?y si hay tambi¨¦n una mayor¨ªa de alaveses que opta por una decisi¨®n diferente a la del conjunto de los vascos? Se podr¨ªa pensar en dejar fuera a esas dos "provincias". Mas, de nuevo, ?por qu¨¦ adoptar la provincia como unidad de destino? ?por qu¨¦ no reconocer tambi¨¦n el derecho de decidir su futuro a los municipios o comarcas que, dentro de ?lava o Navarra, hubieran votado a favor de la independencia? ?y por qu¨¦, entonces, no respetar tambi¨¦n la voluntad de esas mismas entidades peque?as que, dentro de unas hipot¨¦ticas Vizcaya o Guip¨²zcoa independentistas, hubieran votado en favor de la permanencia en Espa?a?
Si se sigue al pie de la letra la l¨®gica de los "derechos colectivos", habr¨ªa que acatar la voluntad de todas las unidades sociales, por peque?as que fueran, y segregarlas en uno u otro sentido. Pero entonces habr¨ªa que descender a autodeterminar provincias, comarcas, ciudades, aldeas, barrios, familias; no s¨¦ qui¨¦n, ni en virtud de qu¨¦, podr¨ªa establecer un tama?o m¨ªnimo para aspirar a ser "naci¨®n". En cambio, si se opta por lo contrario, por integrar forzosamente a las unidades peque?as en identidades colectivas nacionales preestablecidas, podr¨ªa defenderse que quienes deben votar en ese refer¨¦ndum, donde se juega el futuro de la "unidad de Espa?a", son... todos los espa?oles, pues ¨¦stos forman una voluntad general que engloba a los vascos y tiene tanto derecho a obligarles a aceptar el veredicto com¨²n como el conjunto vasco lo tendr¨ªa a imponer su voluntad a Navarra o ?lava, o ¨¦stas a impon¨¦rsela a cualquiera de sus valles.
En resumen, la decisi¨®n sobre la demarcaci¨®n del conjunto social al que se va a preguntar sobre su futuro pre-determinar¨ªa el resultado del refer¨¦ndum que estoy imaginando. Si se permite que sean los propios individuos y grupos sociales, cualquier grupo social, los que se proclamen naci¨®n, la formaci¨®n de miles de estad¨ªculos rivales estar¨ªa asegurada; no hay alcalde que no prefiera ser jefe de Estado. Y si, por el contrario, para huir de este caos, se establece que las naciones no dependen de la voluntad de los habitantes sino de circunstancias objetivas previas, aparte de que no s¨¦ qui¨¦n tendr¨ªa autoridad para determinar tales circunstancias, con certeza se crear¨ªan unidades suficientemente amplias como para englobar a minor¨ªas, y con ello se abonar¨ªa el terreno para futuros irredentismos.
Y es que las naciones, contra lo que creen los nacionalistas, no son realidades naturales, sino creaciones culturales. Y creaciones, precisamente, de los nacionalistas. En primer lugar, del mayor nacionalista conocido, que es el Estado. Al desaparecer, con la llegada de la modernidad, las viejas legitimidades sacrales y de estirpe, los poderes p¨²blicos se vieron obligados a refundar sus derechos afirmando ahora que se asentaban en la "voluntad general" del pueblo o naci¨®n. Hubo que crear naciones, a partir de realidades humanas muy complejas y diversas, y hubo que adaptar esas realidades a la cultura que el Estado hab¨ªa declarado oficial: se impuso as¨ª la ficci¨®n de que el mismo idioma, las mismas costumbres, los mismos valores sociales eran compartidos por todos los habitantes de aquel territorio, justo hasta el borde fronterizo con el Estado vecino. Esto, en el espacio. Porque en el tiempo tambi¨¦n se proyect¨® el presente hacia atr¨¢s, se false¨® la historia y se asever¨® que S¨¦neca o el Cid eran "espa?oles" o que los Reyes Cat¨®licos hab¨ªan tenido un proyecto nacional. Que el Cid sirviera a reyes moros o que Fernando el Cat¨®lico pactara una nueva divisi¨®n de Arag¨®n y Castilla al casarse con Germana de Foix se ocultaba, como se ocultaba bajo el t¨¦rmino "dialectos" la existencia de idiomas varios.
El Estado espa?ol, afectado por graves problemas a lo largo de toda la "era de las naciones", no tuvo los medios necesarios para imponer en la pr¨¢ctica esa imagen colectiva, y una buena dosis de diversidad sobrevivi¨® hasta nuestros d¨ªas. Una diversidad que a¨²n hoy, y pese al esfuerzo hecho en la Constituci¨®n de 1978, a muchos les cuesta reconocer. Nunca tiene tanta raz¨®n Jordi Pujol como cuando dice que "en Madrid no entienden que Espa?a es una realidad plural". Ni lo entienden, ni les hace la menor gracia. Pero la raz¨®n abandona al se?or Pujol cuando, frente a esta incomprensi¨®n centralista, alza el modelo de una unidad cultural homog¨¦nea, cuya existencia se hunde en la noche de los tiempos, llamada Catalu?a. Porque Catalu?a es tan plural como Espa?a, salvando las diferencias de escala, y como creaci¨®n hist¨®rica es incluso m¨¢s reciente que ella. Algo muy molesto para un nacionalista.
El nacionalismo homogeneizador no es exclusivo de los Estados, sino propio tambi¨¦n de las ¨¦lites que, en competencia con el Estado central, aspiran a crear una estructura pol¨ªtica propia. Hace un a?o, en una interesante reuni¨®n sobre nacionalismos ib¨¦ricos celebrada en Southampton, se present¨® una ponencia de antropolog¨ªa sobre festividades populares catalanas que resalt¨® el hecho de que la fiesta m¨¢s concurrida de la Catalu?a actual es la Feria de Abril de Santa Coloma de Giramanet (reducto, como se sabe, de inmigrantes andaluces). Tres millones de visitantes hab¨ªa tenido esa feria el a?o anterior, cifra impresionante si se tiene en cuenta que el total de Catalu?a son seis millones. Sin embargo, en un cat¨¢logo de fiestas y ferias de Catalu?a editado por la Generalitat, la de Santa Coloma no figuraba. No era catalana. Es s¨®lo un ejemplo de la deformaci¨®n de la realidad, de la negaci¨®n de la variedad cultural, t¨ªpica de los nacionalismos.
En la deseable profundizaci¨®n futura de la democracia, los derechos de las minor¨ªas deber¨ªan plantearse en t¨¦rminos muy alejados del viejo principio de las nacionalidades. Convendr¨ªa que instancias pol¨ªtico-judiciales supraestatales protegieran a esas minor¨ªas frente a los Estados a los que est¨¢n sujetas. Pero esto no tiene nada que ver con la soluci¨®n nacionalista, que aspira al dominio en exclusiva sobre un territorio para cada uno de esos sujetos colectivos llamados naciones. Como el tal sujeto, como ente cultural homog¨¦neo, es una invenci¨®n (una "comunidad imaginaria", en feliz expresi¨®n del antrop¨®logo Benedict Anderson), el acceso al poder de las ¨¦lites nacionalistas que act¨²an en su nombre lleva a intentos de moldear el conjunto social ahora bajo su mando a imagen y semejanza de la nueva cultura oficial, reprimiendo, por la fuerza si es preciso, a las minor¨ªas "d¨ªscolas". Consecuencias extremas de este principio son la expulsi¨®n o matanza de disidentes, las guerras fronterizas y las expansiones imperiales justificadas por victimismos hist¨®ricos. O la guerra civil, futuro no imposible en el caso de la hipot¨¦tica Euskadi independiente, donde al triunfo de un movimiento armado podr¨ªa seguir el surgimiento de otro de sentido opuesto, convenientemente alimentado por el poderoso Estado espa?ol vecino, que pondr¨ªa el grito en el cielo ante el "genocidio" a que se ver¨ªan sometidos sus ahora oprimidos parientes culturales. Un desastre. Y todo, por creerse la ilusi¨®n de que las naciones existen.
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