Duelos y alegr¨ªas
Los bancos y los bingos se ense?orean de la plaza de Manuel Becerra, templos paganos consagrados al culto del dinero en sus m¨¢s extremas, contrapuestas y complementarias advocaciones, iglesias del ahorro y el despilfarro, de la previsi¨®n y del azar, que intercambian sus flujos en una transacci¨®n continua que enlaza el cajero autom¨¢tico, enga?oso dispensador de cr¨¦ditos, con el expolio sistem¨¢tico de los cartones de la suerte.Esta plaza, desvertebrada y minada por toda clase de obst¨¢culos mobiliarios, disgregada en isletas y parterres, se llam¨® primero de La Alegr¨ªa, a despecho de que en ella se despidieran tradicionalmente los duelos del cementerio del Este, f¨²nebres y animados cortejos cuyos integrantes sol¨ªan dispersarse por los ventorros y merenderos de la zona para ahogar en vino sus penas y recuperar los l¨ªquidos derramados en l¨¢grimas. De La Alegr¨ªa se llamaba el ventorrillo m¨¢s c¨¦lebre de la zona, que acab¨® dando parad¨®jico nombre a este lugar en el que medraban los tenderetes de las vendedoras de flores mortuorias entre el espeso tr¨¢fago de los autobuses y los autom¨®viles que acompa?aban a los finados en su ¨²ltimo trayecto urbano. No eran los ¨²nicos duelos de la alegre plaza: en los jardines de una quinta colindante, la quinta de Nogueras o de los leones, dirim¨ªan los suyos, a punta de florete, espadachines, tiquismiquis, desafiantes y desafiados por un qu¨ªtame all¨¢ esas briznas de honor, incons¨²til y delicad¨ªsima tela que pod¨ªa rasgarse con un suspiro a destiempo. Hubo una ¨¦poca en la que los peri¨®dicos madrile?os estuvieron dirigidos por magn¨ªficos espadachines, llamados para batirse en nombre de sus cr¨ªticos teatrales y de sus comentaristas pol¨ªticos, puestos de trabajo que, hasta que se tom¨® la bizarra iniciativa de contratar a un primer espada para la direcci¨®n, resultaban dif¨ªciles de cubrir, sobre todo cuando el candidato a la vacante conoc¨ªa el tr¨¢gico destino de su antecesores ca¨ªdos en, el campo del honor. Hoy, la quinta de los duelistas se llama parque Eva Duarte de Per¨®n, y los ¨²nicos desaf¨ªos tolerados se producen entre hombre y toros en la cercana plaza de Las Ventas, cuyos fastos siguen contagiando a esta hermana suya, tan castiza como ella aunque dedicada a la memoria de un pol¨ªtico gallego, republicano y revolucionario al que ni su larga estancia en la corte ni su frecuente paso por las tribunas del Congreso le hicieran perder su inconfundible acento, que nunca fue cortapisa para que sus incendiarios discursos prendieran en el pueblo de Madrid, que defendi¨® su vida en: las barricadas cuando fue condenado a muerte con Castelar y Sagasta en 1866, y reivindic¨® su nombre d¨¢ndoselo luego a esta plaza. Republicano y liberal, masonazo seguro, debieron pensar los crasos recalificadores del callejero madrile?o de la ¨²ltima posguerra que borraron el nombre de Manuel Becerra de las placas, aunque no de lamemoria de los madrile?os, que ignoraron la nueva toponimia y nunca llegaron a llamarla plaza de Roma, probable homenaje de los vencedores al fascio redentor de la Italia de Mussolini. Tras el largo par¨¦ntesis romano, ha vuelto Manuel Becerra donde sol¨ªa. Del talante personal de este pr¨®cer gallego en sus mejores momentos da fe un suceso que recoge el curioso cronista Pedro de R¨¦pide, y que podr¨ªa resumirse as¨ª: pase¨¢base un d¨ªa Manuel Becerra por el Retiro cuando entr¨® con republicana indiferencia en la zona reservada al recreo particular de la realeza.
Embozado y absorto, casi tropez¨® el pol¨ªtico con una mayest¨¢tica amazona que tuvo que cambiar el rumbo de su caballer¨ªa para no atropellarle. Llam¨®le entonces la atenci¨®n el palafrenero que acompa?aba a la real hembra, achacando a un despiste del paseante el que ni siquiera hubiese saludado a su due?a, y se?alando con el ¨ªndice a la figura ecuestre advirti¨®: "Su Majestad la Reina", a lo que respondi¨® el interpelado desemboz¨¢ndose y se?al¨¢ndose a s¨ª mismo: "Manuel Becerra".No fue tan gallarda posteriormente la postura del pol¨ªtico liberal, que tras abdicar de algunas de sus ideas lleg¨® a ser ministro de Ultramar con la regencia y corresponsable, m¨¢s por inercia que por inepcia, de los desastres de Cuba y Filipinas.
Las necesidades del tr¨¢fico rodado, que a juicio de los ediles de la urbe priman sobre las de sus ciudadanos de a pie, no permiten desde hace tiempo grandes monumentos centrados en las encrucijadas conflictivas, donde a lo m¨¢s mal viven diminutos y maltratados parterres. Antes de que los auto m¨®viles dominaran la tierra, residi¨® en esta plaza el obelisco de la Fuente Castellana, monumento erigido por suscripci¨®n p¨®pular para conmemorar el nacimiento de Isabel II. Cuando vinieron los sol¨ªcitos cortesanos doblegando el espinazo para comunicarle a Fernando VII la fe liz iniciativa del monumento popular, el indeseable deseado, que ese d¨ªa se las daba de Carlos III, se descolg¨® advirtiendo que el monumento no deb¨ªa ser meramente decorativo, sino tambi¨¦n ¨²til y beneficioso para el pueblo, que tuvo que apoquinar un poco m¨¢s para ponerle una fuente y un estanque al obelisco, cuyo primer emplazamiento estuvo en la Castellana, de donde fue desplazado, en justa venganza hist¨®rica, por otro monumento, tambi¨¦n de suscripci¨®n p¨²blica, pero con mayor arraigo: el dedicado a don Emilio Castelar. El obelisco se convirti¨® as¨ª en uno de esos monumentos fantasmas que aparecen y desaparecen como espejismos aqu¨ª y all¨¢ en tiempo de mudanzas. De la Castellana, el obelisco de Isabel fue a dar con sus piedras en dominios del republicano Becerra, el mismo que en sus a?os m¨¢s vehementes le neg¨® el saludo en el Retiro. Ahora el monumento creo que descansa en paz y buenas perspectivas en un flamante parque junto al Manzanares, cerca de los antiguos mataderos, en su esplendor acu¨¢tico y an¨®nimo, pues aunque la obra de Mari¨¢tegui a¨²n suscite comentarios elogiosos, se ha perdido la memoria de sus reales y bautismales or¨ªgenes.
Junto a la entrada del parque Eva Duarte de Per¨®n se alza la iglesia parroquial de Nuestra Se?ora de Covadonga, representada en un sencillo azulejo sobre la anodina fachada. En el parque suele funcionar una terraza de verano, heredera de los frescos ventorros cuyo ambiente desgarrado y popular glosara con tremebundo realismo el pintor Guti¨¦rrez Solana.
El edificio m¨¢s notable de la plaza de Manuel Becerra sigue siendo, con sus andamios y su abandono, el del cine Universal, que luego fuese nocturno coliseo de las movidas rockeras, un p¨²blico m¨¢s bullicioso y alegre que el de los bingueros, una clientela que debe echar de menos el barcafeter¨ªa Tuxpan, con su patinado mural sobre la barra y sus rem¨ªniscencias mexicanas.
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