Otra di¨¢spora
Me doy cuenta de que en un grado sorprendente mis ideas sobre el sufrimiento, sobre la absoluta maldad y sobre el destierro proceden de la experiencia jud¨ªa. Todo ser humano sobre el que se abate de repente la ferocidad de la desgracia es Job: sus lamentos tienen la fuerza solenme y terrible de una m¨²sica de r¨¦quiem, la pura y fr¨¢gil humanidad de quien no puede comprender por qu¨¦ fue escogido para el sufrimiento. Las quejas b¨ªblicas de los jud¨ªos desterrados y cautivos que lloran junto a los r¨ªos de Babilonia acord¨¢ndose de Si¨®n parece que contienen y que prefiguran los lamentos futuros de todos los deportados y los sometidos, y resuenan con la misma fuerza en un blues o en un espiritual negro que en un coro de Verdi. En cualquier parte donde los hombres sufren uncidos a una esclavitud inhumana se levanta el mismo grito de rebeli¨®n y s¨²plica que Faulkner us¨® memorablemente para titular uno de sus mejores relatos: "?Desciende, Mois¨¦s!".Borges tiene un poema magn¨ªfico en el que recobra la leyenda de las llaves que los jud¨ªos desterrados de Espa?a siguieron legando a sus hijos a lo largo de siglos, grandes llaves de casas de Toledo o de Granada que ellos nunca volver¨ªan a abrir. En ese poema, uno de los versos que m¨¢s me gustan es una simple enumeraci¨®n de apellidos de jud¨ªos espa?oles: "Abarbanel, Far¨ªas o Pinedo". Al fundar la Inquisicion y expulsar a los jud¨ªos, los Reyes Cat¨®licos prolongaron una tradici¨®n milenaria de infamias y trazaron la l¨®gica futura y homicida del antisemitismo europeo, pero tambi¨¦n ofrecieron a los ilustrados y a los dem¨®cratas de los siglos futuros el paradigma exacto de su condici¨®n: un liberal de 1812 o de 1820, un republicano de 1939, se convert¨ªa inevitablemente en jud¨ªo, en peregrino, en proscrito, o bien en cristiano nuevo que deb¨ªa esconder muy hondo el secreto de sus convicciones para no arriesgarse a la hoguera de la que huy¨® Casiodoro de Reina o de la c¨¢rcel en la que tal vez tradujo a Job fray Luis de Le¨®n.
Parece que fueron los inquisidores espa?oles los que inventaron la idea de raza, de una raya que mancha los or¨ªgenes de alguien cuya ¨²nica culpa es ser hijo y nieto de sus mayores: de pronto la condici¨®n de jud¨ªo dej¨® de ser religiosa para convertirse en una cualidad fisiol¨®gica de la sangre. En la Europa de los a?os treinta, muchos hombres y mujeres que jam¨¢s hab¨ªan prestado atenci¨®n a sus or¨ªgenes o a las creencias de sus abuelos descubrieron de pronto que no eran alemanes o austriacos o franceses, sino una cosa ancestral y terrible, jud¨ªos, y que esa circunstancia iba a caer sobre ellos tan aniquiladoramente como los infortunios experimentales de Jehov¨¢ sobre Job.
Cuando fue atrapado por los nazis en Polonia, el se?or Sammler de Saul Below era un corresponsal cultivado y cosmopolita a quien le gusta sobre todo Inglaterra y que se concede el esnobisino menor de vestir ropa de tweed y hablar ingl¨¦s con acento de Oxford: s¨®lo se convirti¨® plenamente en jud¨ªo cuando los alemanes lo obligaron a cavar su propia fosa y a quedarse luego desnudo delante de ella y esperando los disparos de un pelot¨®n de fusilamiento. Mi erudici¨®n sobre el dolor, ya digo, es abrumadoramente jud¨ªa en fray Luis y en los vers¨ªculos m¨¢s desalados de la Biblia he aprendido lo que luego me confirmaron Primo Levi y Jean Am¨¦ry. En M¨¢s all¨¢ del crimen y del castigo, Am¨¦ry cuenta el momento justo de su vida en que se! convirti¨® en jud¨ªo: en un caf¨¦ de Viena, a los veintitr¨¦s a?os, en 1935, cuando abri¨® un peri¨®dico y tuvo noticia de las leyes antisemitas de Alemania. Hasta entonces hab¨ªa sido un joven rubio y germ¨¢nico, cuenta, que no ten¨ªa recuerdos de candelabros de siete brazos y sinagogas, sino de ¨¢rboles de Navidad y servicios religiosos protestantes. Se volvi¨® jud¨ªo al comprender que era un perseguido, un muerto aplazado. A los judios europeos de los a?os treinta les aguardaba una experiencia de la decepci¨®n muy parecida a la de les dem¨®cratas checos y a la de los leales a la II Rep¨²blica espa?ola: admiraban la cultura burguesa europea, la hab¨ªan creado en gran parte, confiaban c¨¢ndidamente en sus principios pol¨ªticos, en el universalismo expl¨ªcito de sus valores. Pero a lo largo de esa d¨¦cada el fascismo destruy¨® la democracia espa?ola y borr¨® de los mapas a un pa¨ªs soberano y democr¨¢tico como Checoslovaquia, y las potencias europeas mostraron frente a aquellos abusos la misma energ¨ªa que cuando Hitler promulg¨® su legislaci¨®n antisemita. Ninguna. Incluso el Gobierno y los funcionarios de la Francia ocupada colaboraron lealmente con los alemanes deteniendo y enviando a los campos de exterminio a decenas de miles de jud¨ªos que hasta 1939 hab¨ªan cometido el error o la inexactitud de considerarse franceses. Dice Am¨¦ry que sobre millones de hombres la condici¨®n jud¨ªa cay¨® como un rayo, y que el n¨²mero tatuado en el brazo de los supervivientes de Auschwitz se lee m¨¢s r¨¢pido que el Pentateuco o el Talmud, pero suministra una informaci¨®n m¨¢s elocuente. Como rayos, como plagas de Egipto, como las vengativas lluvias de azufre que enviaba Jehov¨¢ contra las ciudades disolutas del G¨¦nesis, las bombas y la metralla de la aviaci¨®n israel¨ª arrasan estos d¨ªas a muchedumbres despavoridas de inocentes en el sur del L¨ªbano, y las caras tr¨¢gicas de. los fugitivos en las carreteras y en las aldeas incendiadas nos recuerdan las caras de los condenados a muerte en el gueto de Varsovia, y la di¨¢spora de quienes vieron arrasada por la maquinaria militar de Roma su ciudad y su templo. Si no fuera por las lecciones de dolor, de sinraz¨®n, de inocencia profanada y destierro que he aprendido de la tradici¨®n jud¨ªa tal vez yo no sabr¨ªa comprender del todo la desgracia de toda esa gente que es asesinada, o que lo pierde todo en un instante, igual que Job, y no puede volver nunca a la tierra de sus padres. Es justo la conciencia del sufrimiento y del exilio jud¨ªos la que ahora arroja toda su verg¨¹enza sobre el Estado de Israel.
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