A esperar el milagro
Los tres espadas, que se encuentran sin contratos, ten¨ªan sus ilusiones puestas en esta corrida, ven¨ªan a por todas -declararon de v¨ªsperas- y, transcurrida, habr¨¢n de seguir esperando. La cosa no se dio bien. O quiz¨¢ sea m¨¢s exacto decir que se dio mal. Ni triunfaron, ni dejaron apenas nada para el recuerdo.La sempiterna espera... La propia fiesta es una continua espera. Todo se cifra en la esperanza de un toro que embista pastue?o y bobalic¨®n, de una faena primorosa, de una estocada por el hoyo de las agujas, de una salida a hombros por la puerta grande...
Lo que en realidad se espera es un milagro. La fiesta est¨¢ ahora en fase taumat¨²rgica. O viene la virgen a ponerla en orden o no tiene remedio. Hubo un tiempo en que no se necesitaba tanto. ?pocas lejanas conoci¨® la Tauromaquia en las que los aficionados so?aban con que salieran toros bravos. Llegaron luego otras en las que exig¨ªan trap¨ªo. Los aficionados actuales, en cambio, se conforman con que los toros no se caigan.
Eulogios / Galindo, Ni?o de la Taurina, Romero
Toros de Los Eulogios (uno rechazado en el reconocimiento, otro devuelto por inv¨¢lido), bien presentados, inv¨¢lidos, manejables. 1? del Conde de Mayalde, con trap¨ªo, inv¨¢lido. 4?, sobrero, de Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez, con trap¨ªo, noble.Ra¨²l Galindo: dos pinchazos, otro hondo y seis descabellos (silencio); estocada trasera (pitos y algunas palmas). Ni?o de la Taurina: pinchazo, bajonazo descarado, rueda de peones, dos descabellos -aviso- y dobla el toro (silencio); estocada ca¨ªda (escasa petici¨®n y divisi¨®n las dos veces que sale a los medios). Jes¨²s Romero: tres pinchazos, otro hondo -aviso-, estocada corta y tres descabellos (silencio); estocada (aplausos). Enfermer¨ªa: El pe¨®n Ni?o de Santa Rita fue atendido de un esguince que se produjo al salir de un par de banderillas. Plaza de Las Ventas, 30 de junio. Media entrada.
Estas aspiraciones en cuanto toros pues en cuanto a toreo, los aficionados quedar¨ªan satisfechos si los toreros torearan. Bien o mal, pero que se dedicaran a torear. La proposici¨®n parece surrealista: ?Que no torean los toreros? Pues no se?or: no torean. Pegan pases y gracias. Pegan pases aliviados, remotos, inconexos, corriendo de un lado a otro en un continuo traj¨ªn, y quien triunfa es aquel que sabe vender el g¨¦nero.
Las figuras han hecho patr¨®n de esta forma de pegarles pases a los toros inv¨¢lidos, aprovechando que a¨²n queda por el mundo un p¨²blico ingenuo y triunfalista que no ha conocido el toreo ni en v¨ªdeo, y se la pueden dar con queso. Y va ese p¨²blico -cada vez menos numeroso, por cierto; que la gente no es tonta- y les colma de aclamaciones, de orejas a espuertas, de triunfales salidas a hombros por la puerta grande, si hay puerta grande en el lugar y, si no, se la inventan.
La paradoja es que, conclu¨ªda la funci¨®n, el p¨²blico abandona el coso como si volviera de un funeral, porque en realidad aquello fue un soberano aburrimiento. Con toros que se desploman y toreros correteando a su alrededor para acabar poniendo posturas flamencas no hay diversi¨®n posible; s¨®lo hay vulgaridad, ridiculez, trampa y cart¨®n, gran bochorno, verg¨¹enza ajena.
El d¨ªa que se produzca el milagro y salte un toro ¨ªntegro a la arena y un torero lo toree tal cual mandan los c¨¢nones, se arma la revoluci¨®n.
La oportunidad que ten¨ªan los tres diestros sin contratos era precisamente esa: ponerse a torear, aunque fuera de milagro. Pero si quieres arroz. Torear parece empresa imposible.
Ra¨²l Galindo -se le apunta un quite por chicuelinas-, desajustado en su primer inv¨¢lido, lig¨® los pases al sobrero noble y aquello constituy¨® gran novedad. No sal¨ªa corriendo sino que se quedaba quieto al rematar los pases. S¨®lo que los daba cortos y de costadillo y acab¨® aburriendo al personal.
Jes¨²s Romero -se le apuntan detalles de fino estilo- plante¨® muy bien las faenas, mas destemplaba los muletazos y las concluy¨® deslucidas.
Ni?o de la Taurina -en su haber la permanencia de aquella torer¨ªa que desarroll¨® de novillero-, perd¨ªa terreno en los derechazos y los naturales e intent¨® compensar esas inhibiciones mediante temerarios desplantes. O sea, cualquier cosa menos torear. Y se fue de vac¨ªo.
Los tres espadas sin contratos se fueron de vac¨ªo, la afici¨®n se march¨® sin ver torear, toros ¨ªntegros no hubo tampoco y todos quedaron condenados a seguir esperando. El milagro.
Babelia
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