La estirpe de Judith
Ahora que la soberbia de los soberbios, el dinero de los ricos y el poder de los poderosos vuelven a celebrarse con tan obsceno descaro, es tal vez el momento, aunque s¨®lo sea por variar, y porque todo esto va dando ya un poco de asco, de acordarse del valor de quienes carecen de soberbia, de dinero y poder, y sin embargo, viven con dignidad y contribuyen con su trabajo y su ejemplo a aliviar los desastres que provocan los otros, las consecuencias terribles de los desmanes que se cometen cada d¨ªa en nombre del coraje, o de la iniciativa privada, o de la megaloman¨ªa lun¨¢tica de esos individuos armados de un catecismo, de un himno o de una pistola -o de las tres cosas a la vez- que aman tanto su patria o sus principios que est¨¢n dispuestos a dar por ellos la vida, a condici¨®n, desde luego, de que sea la vida de otros.En los peri¨®dicos, en la televisi¨®n, hasta en los libros, se celebra la fuerza de los fuertes, la vanidad de los vanidosos, la prosperidad de los ricos, la pedanter¨ªa de los pedantes, la belleza de los guapos, incluso la groser¨ªa de los maleducados. En las p¨¢ginas de Cultura de un peri¨®dico de hoy, leo que el cantante Enrique Iglesias ten¨ªa previsto ayer firmar un mill¨®n de aut¨®grafos en el curso de un acto (seguramente cultural) en el que recibir¨ªa catorce discos de oro, cuatro de platino y uno de diamante, pero la avalancha de mujeres fan¨¢ticas empe?adas en acercarse a ¨¦l result¨® m¨¢s devastadora que un maremoto, y el cantante triunfal debi¨® ser evacuado igual que las v¨ªctimas de un desastre natural, v¨ªctima ¨¦l mismo de las dimensiones s¨ªsmicas de su ¨¦xito.
Se trata sin la menor duda de una estirpe temible, y es muy probable que el mundo llevara ya arrasado varios siglos por culpa de esa gente si no fuera por el contrapeso tenaz que ejerce la multitud, de las personas normales, de los simples adictos al sentido com¨²n, a los principios m¨¢s elementales de la decencia. El cineasta Agust¨ªn D¨ªaz Yanes lleva a?os queriendo hacer una pel¨ªcula sobre la heroicidad inesperada y un¨¢nime del pueblo de Madrid, que en los primeros d¨ªas de un noviembre de hace 60 a?os resisti¨® contra toda raz¨®n y contra toda esperanza el avance del ej¨¦rcito franquista, cuando la ciudad hab¨ªa sido abandonada por el valor de los valientes, por el poder de los poderosos y la inteligencia de los expertos.
Unas cuantas mujeres
Si hubiera sido por ellos, por quienes parecen saberlo y poderlo todo, Madrid hubiera ca¨ªdo el 7 de noviembre de 1936. Si hubiera sido por los abogados, jueces y polic¨ªas argentinos, por ejemplo, no habr¨ªa llegado a saberse nada sobre el paradero de tantos miles de v¨ªctimas de la dictadura militar, que arrasaron y ensombrecieron el pa¨ªs para aniquilar cualquier sospecha de disidencia, pero que fueron lentamente vencidos por la obstinaci¨®n de unas cuantas mujeres con pa?uelos blancos sobre la cabeza que daban vueltas todos los jueves por la plaza de Mayo, en Buenos Aires, en los jardines que rodean el modesto obelisco de la Independencia.
Yo las vi un jueves de abril de 1989, dando vueltas despacio, con sus carteles con fotograf¨ªas y nombres de desaparecidos, hombres y mujeres j¨®venes y hasta ni?os de pecho, arrastrando los pies, con un cansancio de mujeres corpulentas y maduras, de madres y abuelas estragadas por la maternidad, el trabajo, el infortunio, la desgracia, el horror. Nadie cre¨ªa que fueran a conseguir nada, e incluso mucha gente lleg¨® a pensar, en esos a?os de fiebre capitalista y fr¨ªvola complacencia en el brillo del lujo y de la corrupci¨®n, que el empe?o de esas mujeres ten¨ªa algo de fanatismo inconveniente, de s¨®rdida man¨ªa de seguir recordando lo que ya no le importaba a nadie.
Las injuriaron, les escupieron, las sometieron al escarnio y a la amenaza, las expulsaron por la fuerza hace unas semanas de la catedral de Buenos Aires, pero ellas vuelven a anudarse sus pa?uelos blancos a la cabeza y siguen mostrando fotograf¨ªas, pidiendo cuentas, siguiendo rastros de cr¨ªmenes que el tiempo no debe borrar, rescatando v¨ªnculos cortados entre padres e hijos, exigiendo una justicia que tiene algo de ¨²ltima restituci¨®n, porque aunque no pueda devolv¨¦rseles la vida a los asesinados ni rescatarse los despojos de quienes desaparecieron hay un consuelo triste en la certeza de lo que ocurri¨®, y la verg¨¹enza y el castigo de los verdugos deparan una cierta paz de esp¨ªritu que nos parece que alivia el anonimato inhumano de los muertos.
Qu¨¦ ser¨ªa de nosotros si no hubiera m¨¢s valent¨ªa que la de los valientes, ni m¨¢s sabidur¨ªa que la de quienes dicen saberlo todo ni m¨¢s generosidad que la de la riqueza, ni m¨¢s audacia que la de los petulantes y los temerarios. Veo el otro d¨ªa en el peri¨®dico la foto de una anciana china, una mujer muy fr¨¢gil, con el pelo blanco, la boca sumida, la cara cruzada de arrugas: cuenta que en 1942, cuando era una muchacha que no hab¨ªa salido nunca de su aldea, fue secuestrada por una patrulla de brutales soldados japoneses, y obligada a convertirse en una prostituta para ellos, violada sin compasi¨®n ni descanso en beneficio del valor de los valientes y de la hombr¨ªa de los hombres.
A nosotros esa historia se nos aparece con una lejan¨ªa de pasado y de irrealidad, pero para ella es recuerdo y dolor, y tambi¨¦n rebeld¨ªa y obstinaci¨®n de justicia: 50 a?os despu¨¦s esa mujer a¨²n sigue pidiendo el castigo de quienes le destrozaron la vida, y con toda su fragilidad, su vejez y su pobreza se alza ella sola contra medio siglo de olvido y contra un pa¨ªs entero, el Jap¨®n que no quiere acordarse de los horrores que cometi¨® su Ej¨¦rcito imperial en toda la anchura de Asia y del Pac¨ªfico, con una met¨®dica crueldad militar comparable a la de los ej¨¦rcitos alemanes en el este de Europa.
Mujeres solas contra ej¨¦rcitos y pa¨ªses enteros, mujeres dignas y desafiantes que caminan con pasos fatigados de celulitis y re¨²ma, que no tienen fuerza y no se rinden nunca, que no han estudiado y poseen sin embargo una sabidur¨ªa abrumadora sobre el coraz¨®n humano y las leyes del mundo, que aprenden a leer en las escuelas nocturnas, que aguardan bajo la lluvia o el fr¨ªo frente a las puertas de los edificios oficiales, inmunes a todo, salvo a los mandamientos de la rectitud.
Yo creo que los tiranos les tienen miedo sobre todo a esa clase de mujeres. De todo el pueblo de Israel, s¨®lo la dulce y apacible Judith tuvo el coraje de cortar la cabeza de Holofernes.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Agustin D¨ªaz Yanes
- Madres Plaza de Mayo
- Opini¨®n
- Jap¨®n
- Guerra civil espa?ola
- Genocidio
- Dictadura argentina
- Cr¨ªmenes guerra
- Franquismo
- Delitos contra Humanidad
- Dictadura militar
- Madrid
- China
- Derechos humanos
- Dictadura
- Asia oriental
- Segunda Guerra Mundial
- Comunidad de Madrid
- Ayuntamientos
- Mujeres
- Asia
- Historia contempor¨¢nea
- Historia
- Administraci¨®n local
- Conflictos