Honor a Mandela
No es infrecuente (y hay razones para ello) que el pesimismo hist¨®rico, social y pol¨ªtico gravite sobre nuestros estados de ¨¢nimo, individuales y colectivos. Las razones -m¨¢s bien sinrazones- incluyen un amplio abanico: de Burundi a Bosnia, de la ETA al argelino GIA, de Chechenia a las espor¨¢dicas matanzas de campesinos en Am¨¦rica Latina. Hay, empero, no ya signos, sino procesos en marcha que ayudan a infundir halos de confianza en el decurso de la humanidad. Uno de ellos es el que vive Sur¨¢frica.Pi¨¦nsese que este pa¨ªs -uno de los m¨¢s importantes y significativos de Africa- celebr¨® en 1994 sus primeras elecciones libres y que, en mayo de 1996, acaba de dotarse de una Constituci¨®n que, en palabras de Thabo Mbeki, vicepresidente y probable sucesor del legendario Mandela, es firme garant¨ªa de que Sur¨¢frica "pertenece a todos los que viven en ella, blancos y negros". Magna Carta que, sensible a la tr¨¢gica historia de su propio texto, borra para siempre, la esclavitud, la tortura, la detenci¨®n sin juicio, los trabajos forzados y dem¨¢s tratos inhumanos o degradantes.
Pero la palabra "tragedia" contribuye a diluir las responsabilidades de las torturas o de los comportamientos degradantes como si de una cat¨¢strofe natural -un terremoto- se tratara, cuando hay responsables muy concretos en este tipo de actos. Quiz¨¢ tuviera eso en la memoria Nelson Mandela cuando, al proclamarse la Constituci¨®n, emocionado declar¨®: "Nunca, nunca m¨¢s, las leyes de nuestra tierra ultrajar¨¢n a nuestro pueblo ni legalizar¨¢n su opresi¨®n y represi¨®n". Tal vez el presidente de la nueva Sur¨¢frica tuviera presente la declaraci¨®n de Johannes Strijdom, primer ministro de la Uni¨®n Surafricana en los a?os 50: "Ll¨¢menlo supremacismo, gobierno del amo o lo que ustedes quieran. Contin¨²a siendo dominaci¨®n. Soy tan descarnado como puedo. No estoy dando excusas. O el blanco domina o el negro toma el poder. La ¨²nica manera en que el europeo puede mantener la supremac¨ªa es por dominaci¨®n. Y la ¨²nica manera en que puede mantener la dominaci¨®n es retirando el voto a los no europeos".
Las leyes raciales promulgadas por el gobierno del amo, en el m¨¢s puro estilo nazi de los a?os 30 y 40, originaron un sistema totalitario dotado de una casu¨ªstica cotidiana aberrante. A ¨¦sta pertenece Sandra Laing, la ni?a de 11 a?os que en 1966 fue legalmente "reclasificada" de blanca en "persona de color". Despu¨¦s de probarse que hab¨ªa sufrido un "receso gen¨¦tico" revelador de ciertos caracteres africanos, a pesar de que sus padres y sus tres hermanos eran blancos, se procedi¨® a la reclasificaci¨®n.
Conviene no olvidar estas cosas. La consolidaci¨®n con ¨¦xito de nuevas sociedades en marcha -como la actual multirracial surafricana- depende de una sabia combinaci¨®n (sobre todo en las escuelas, felizmente ya no segregadas) de la memoria hist¨®rica de los hechos denigrantes del pasado con el tacto exquisito y la paciencia infinita. Hay que rehacer un sistema prexistente pensado para servir a una minor¨ªa al tiempo que elaborar normas y propiciar comportamientos que permitan el surgimiento de una cultura mayoritaria que sepa respetar a las minor¨ªas. Hace dos semanas, el presidente surafricano realiz¨® una visita oficial al Reino Unido que, de celebraci¨®n formal, se convertir¨ªa en triunfo personal. Estaba all¨ª para solicitar inversiones internacionales. Pero Nelson Mandela -78 a?os, 27 de ellos en las c¨¢rceles del apartheid- conoce, como buen africano, el valor de los signos y los s¨ªmbolos. Por eso acudi¨® tambi¨¦n al conflictivo barrio de Brixton, donde la multitud negra le tiene a ¨¦l mismo como s¨ªmbolo. Y en Londres -aunando realidad y simbolog¨ªa- Mandela, sabia y previsoramente, ha declarado: "Es importante rodearse de personalidades fuertes e independientes que te avisen cuando est¨¢s envejeciendo. Mi presencia de septuagenario puede estar frustrando un cierto n¨²mero de iniciativas de hombres y mujeres m¨¢s j¨®venes. No me cabe duda de que habr¨¢ vida despu¨¦s de Mandela". Honor a Mandela.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.