Cirlot, el triste
Por temor a ser acusados de "elitistas de mierda" o porque en, ello les va la sopa, si bien alguno habr¨¢ de suyo convencido a la llana, no son pocos los que hoy se callan ante el apogeo saltar¨ªn del sentido com¨²n entre las p¨¢ginas de los libros que m¨¢s se airean. 0, bueno, que es peor, s¨®lo se desahogan a prop¨®sito de la morralla menos disimulable, emple¨¢ndose a fondo en promover el triunfo de ese mismo sentido o natural tendencia en cuanto se reviste de formas atildadas, o, por el contrario, que a extremarse tocan, estridentes de pelo en pecho.Desde luego, se oculta de continuo que el sentido com¨²n, tan cojo en la escritura como en la vida corredor de fondo, se nutre de otros cinco afluyentes y no en menor medida sentidos: el escritor com¨²n, el editor com¨²n, el profesor de literatura com¨²n, el cr¨ªtico o pregonero com¨²n y, s¨ª, el lector com¨²n. Bastar¨¢, me parece, con retratar a este ¨²ltimo, con la ayuda de D¨ªaz Dufoo, para hacerse una idea de la complicidad restante: "Le¨ªa sin prop¨®sito, con la actitud humana normal para los conceptos y para las im¨¢genes, sin comprender completamente los primeros ni dejar de comprender enteramente las segundas. Entend¨ªa mal. Entend¨ªa a veces. Desentend¨ªa casi siempre. Era un lector com¨²n". Para ese prototipo de lector, tambi¨¦n para el montaje ruidoso y maganc¨¦s que lo sustenta, el poeta Juan, Eduardo Cirlot (1916-1973) es algo mucho peor que un perfecto desconocido. Carga con la aureola caricaturesca de todo lo que corta el apetito: oscuro, herm¨¦tico, inconexo, exc¨¦ntrico, surrealista, vanguardista, medio m¨ªstico... En plata, que no hay dios que lo entienda. S¨ª, igual que a esos poetas rar¨ªsimos que ¨¦l admiraba: Nerval, TrakI, Blake, Novalis, H¨®lderlin o Stefan George.
Por pura inercia contextual, descendamos o, como dice Aznar, v¨ªctima de alguna lectura en la l¨ªnea, ', aclaremos con claridad". En el segundo tomo de sus memorias, Los a?os sin excusa, Carlos Barral incluye una semblanza, agridulce y escasa, de un Cirlot emperrado en cambiarle una espada por una daga. Al margen de la an¨¦cdota central y de ciertos destellos en los rincones ("hitlerismo por v¨ªa del medievalismo, religi¨®n sin Dios pero con Virgen Mar¨ªa, obsesiones emblem¨¢ticas y her¨¢ldicas"), Barral, con estilo que fuera muy alabado en su momento, total, hace dos d¨ªas, tuvo el valor o como se llame de escribir: "Es de esperar que alg¨²n d¨ªa alguien se ocupe de la poes¨ªa de Cirlot y le restituya su lugar entre la de sus mediocres contempor¨¢neos". Que este deseo lo plasmara un editor notable, la verdad, no deja de tener su aquello.
Por fortuna, ya Leopoldo Azancot se hab¨ªa adelantado a esa esperanza bienintencionada editando, en un libro de 340 p¨¢ginas (Poes¨ªa, Editora Nacional, 1974), una excelente selecci¨®n de la obra cirlotiana. Siete a?os m¨¢s tarde, Clara Jan¨¦s prepar¨® tambi¨¦n, ahora para Ediciones C¨¢tedra, otro volumen sustancioso con la Obra po¨¦tica de Juan Eduardo Cirlot. A fuer de c¨ªnico, a?adir¨¦ que, a estas alturas de la transici¨®n, no se sabe muy bien si ambas ediciones vieron la luz o vislumbraron la sombra a ojos del lector com¨²n y de la far¨¢ndula, ?normal!, que lo amamanta. Pero por ah¨ª, casi perdida, debe de andar la voz: "Brumas, resurrecciones y saber/ que la luz es lo no, / que lo nunca eres t¨², / que la nada es la mano que levanto".
Es decir, que no ha habido excusa. Ah¨ª estaban sus libros, tan deslumbrantes como ese librito que ahora acaba de aparecer, Confidencias literarias, publicado por Huerga & Fierro, al tiempo que el IVAM, en Valencia, le dedica a este escritor una exposici¨®n titulada Mundo de Juan Eduardo Cirlot. Simples art¨ªculos, los textos recogidos en Confidencias literarias muestran la intensidad, nada com¨²n, derrochada por el autor del Ciclo de Bronwyn a la hora de querer comprender las palabras de otros poetas verdaderos. En el pr¨®logo a esta recopilaci¨®n, habla Victoria Cirlot de su padre como de un hombre triste. Se refiere, sin citarlos, a unos versos de un gran poema, Momento: "Pero, pens¨¢ndolo bien, mi tristeza es anterior a todo esto, pues, cuando era en Egipto vendedor de caballos, / ya era un hombre conocido por El Triste". En tanto que tal, supo Cirlot a tiempo, en su tiempo sin tiempo, que, "de todo, lo m¨¢s triste / son las canciones o¨ªdas al final". Y ni abdic¨® de esa tristeza del saber ni la troc¨® en resentimiento.
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