Manu y Zubizarreta
?rase una vez Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez que se encontr¨® con Hemingway en La Habana vieja y no supo qu¨¦ decirle. Hasta que acert¨® a gritarle desde la otra acera lo m¨¢s preciso ' lo ¨²nico certero: "?Maestro!". Es lo que los estudiantes de periodismo deb¨ªamos gritar al ver cruzar los sem¨¢foros a gente como Manu Leguineche. Un fin de serie, un periodista de antes y de toda la vida. Ahora le acaban de dar el premio Espasa de Ensayo, por un libro sobre los ni?os perdidos, una nueva incursi¨®n suya por el reporterismo de altura, que ¨¦l hace con la humildad de los, principiantes. De nuevo, pues, la vida le ha sacado a. la luz. Porque Manu, cuando no hay guerras ni tiene que rodear el mundo, vive desde hace a?os. en Brihuega, en una vieja escuela de Gram¨¢tica, encerrado en la piedra antigua de Castilla, enfundado en un elegante albornoz blanco de hotel asi¨¢tico, como un exiliado del tiempo. Un periodista. Est¨¢ conectado al mundo a trav¨¦s d¨¦ sus radios potentes, de multitud de peri¨®dicos y de d¨¦cadas de intuici¨®n y conocimiento.Frente a la proliferaci¨®n peligrosa de periodistas que se mueren por un chiste, o por una frase hecha, sentados en sus butacones, en un pa¨ªs donde en lugar de informaci¨®n se llenan ba¨²les de mezquindad, hay todav¨ªa gente como este vasco de Guernica., Cuando a James Reston le relevaron de la direcci¨®n del The New York Times, al periodista no le cupo duda sobre el d¨ªa siguiente: apareci¨® en la primera rueda de prensa de turno con su bloc de notas, de nuevo meritorio de la redacci¨®n y de la calle. A Robin Day, la principal estrella de la televisi¨®n-brit¨¢nica de los a?os setenta, le ve¨ªamos con su libretita arrugada en las, conferencias del mediod¨ªa del Foreign Office. Eugenio Scalfari, el veterano ex director de La Repubblica de Roma, colg¨® el mando y apareci¨® despu¨¦s con un magnet¨®fono usado entrevistando a sus contempor¨¢neos con la maestr¨ªa de los que parece que nacieron para preguntar. Periodistas de raza, tipos que no podr¨ªan vivir de otra forma, gente que le da sentido a las redacciones y a nuestra propia vocaci¨®n. Pensando en Leguineche y en estos personajes que han hecho del periodismo su piel y su chaqueta podr¨ªa uno recordar a tantos otros profesionales de la misma zona de la vida, como V¨¢zquez Montalb¨¢n, que hizo de la necesidad virtud, o como Haro Tecglen, que nunca ha dejado colgado a nadie en ninguna redacci¨®n; periodistas que tienen en el caj¨®n de la c¨®moda la memoria o el recurso que les hace relacionar lo que pasa con lo que pas¨®, capaces de convertir la nada del papel en una cr¨®nica magistral sobre lo que a¨²n no ha acabado de ocurrir. Por irse a un extremo, son como Zubizarreta, el futbolista, que es tambi¨¦n como Manu y como Kim de la India, El amigo de todo el mundo, un personaje de los que ya no habr¨¢ tres, porque tanto en su profesi¨®n como en la nuestra se ha instalado m¨¢s el esp¨ªritu de la luminaria fugaz que aquella infinita paciencia que ten¨ªan bajo los palos Zamora o Ramallets, de los que se ve¨ªa m¨¢s las manos que la cara. O como Gassman y Mastroianni, o Lemmon o Matthau, o incluso Pacino o Hoffman, personajes fin de serie de una industria que parece ya de papel de ciclostil, o de papel de lija que pasa con la insolencia de lo banal por la cara de la actualidad. Gente como Manu Leguineche que nos reconcilian cada uno en su sitio, con el destino de una vocaci¨®n. Ese esp¨ªritu es el, que est¨¢ detr¨¢s de esa risa t¨ªmida que anima a veces el bigote oriental de Manu Leguineche. Da v¨¦rtigo mirar las estanter¨ªas de su casa, como si los recuerdos de mil viajes le hubieran instalado una biblioteca inmensa que ¨¦l simula no haber le¨ªdo. A fuerza de no querer estar. en ning¨²n sitio, este n¨®mada que recuerda, cuando est¨¢ ensimismado, el ¨¢nimo de grandes recluidos, como Fernando Fern¨¢n G¨®mez, como P¨ªo Baroja, o como don Julio, ha ido acumulando casas y Paisajes. Ahora que le han dado este premio de ensayo ha tenido que instalar de nuevo a su alrededor la barrer¨¢ del silencio contempor¨¢neo, que es el fax con el que defiende el orgullo de su legendaria timidez. Un d¨ªa, hace a?os, le llam¨¦ para felicitarle, como ahora, por alg¨²n premio. Debi¨® adivinar la intenci¨®n porque simul¨® la voz y desvi¨® la llamada. No se sabe a¨²n' c¨®mo reaccionar¨¢ si alg¨²n d¨ªa un chico le grita desde la otra acera, como hizo Gabo con Heminway. A lo mejor Manu responde como aquel viejo periodista de Informaciones: "?M¨¢s maestro ser¨¢s t¨²!".
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