Sublevaci¨®n contra Oslo
En los ¨²ltimos d¨ªas, se ha librado dos batallas entre palestinos e israel¨ªes. Una, a causa de Jerusal¨¦n, directamente provocada por la decisi¨®n del alcalde israel¨ª Ehud Olmert de reabrir un t¨²nel debajo de lo que algunos jud¨ªos llaman el Monte del Templo, emplazamiento del segundo templo destruido hace casi dos mil a?os, y lo que los musulmanes denominan Al Haram al Sharif, el noble santuario, donde las mezquitas de Omar y de Aqsa han permanecido durante casi 1.500 a?os. La cuesti¨®n, tal y como ambos bandos la perciben bastante acertadamente, es la dominaci¨®n de Jerusal¨¦n.Tanto Olmert como el primer ministro Benjam¨ªn Netanyahu saben perfectamente que la anexi¨®n de Jerusal¨¦n Este por parte de los israel¨ªes tras la guerra de 1967 ha quedado consolidada definitivamente mediante un enorme anillo de asentamientos en los alrededores de la ciudad, construidos sobre suelo confiscado a los palestinos; adem¨¢s, Israel ha ido instalando en la vieja ciudad, mayoritariamente ¨¢rabe, a un gran n¨²mero de jud¨ªos, en su mayor¨ªa ortodoxos, en un intento continuado de "judaizar" lo que antiguamente era palestino en Jerusal¨¦n Este, a trav¨¦s de la ocupaci¨®n de viviendas, la expropiaci¨®n de terrenos, la adquisici¨®n de propiedades ¨¢rabes mediante el enga?o y el desalojo inmediato de palestinos.
Contra todo esto ha habido una respuesta inadecuada, e incluso pat¨¦tica, por parte de los palestinos, y en general de ¨¢rabes y musulmanes. Ni las conferencias, ni las declaraciones clamorosas ni las promesas de dinero, han hecho nada por contrarrestar la fuerza irresistible de Israel. Sin embargo, ning¨²n pa¨ªs en el mundo reconoce la anexi¨®n israel¨ª. Pero el hecho es que para desalojar a los israel¨ªes de los asentamientos y de los barrios recientemente judaizados har¨ªa falta una cat¨¢strofe natural o una campa?a militar mayor de lo imaginable. Como no hay perspectiva de ninguna de las dos, la repentina reapertura en plena noche del t¨²nel parece ser el ¨²ltimo de una serie de hechos consumados, un acto de arrogante triunfalismo, como restregar por el suelo las narices de palestinos y ¨¢rabes. Esto tuvo como efecto a?adido el echar le?a a la rivalidad sectaria latente que siempre ha sido la perdici¨®n de la ciudad.
No creo que haya ninguna duda de que esta afirmaci¨®n del Likud. de lo que es, inequivocamente, poder jud¨ªo sobre los lugares santos musulmanes ten¨ªa por objetivo mostrar al mundo, y especialmente a las cada vez m¨¢s poderosas facciones religiosas del ala derecha israel¨ª, que el juda¨ªsmo puede hacer lo que se le antoje. Es un gesto profundamente repulsivo concebido para hacer resaltar la falta de poder palestino (¨¢rabe y musulm¨¢n).
La segunda batalla librada estos d¨ªas est¨¢ llena de paradojas y tiene su origen directo en el proceso de paz de Oslo. Aquellos de nosotros que lo criticamos desde el principio ¨¦ramos una peque?a minor¨ªa de ¨¢rabes y de jud¨ªos que nos percatamos de sus implicaciones esencialmente humillantes y poco generosas para el pueblo palestino. Desde entonces, este punto de vista ha ganado muchos adeptos. Auspiciado por Estados Unidos, este proceso de paz fue construido sin sensibilidad alguna sobre los sufrimientos de un pueblo cuya comunidad hab¨ªa sido destruida en 1948 por una poblaci¨®n jud¨ªa reci¨¦n llegada que reclamaba sus derechos b¨ªblicos sobre Palestina. Dos tercios de los habitantes de la zona fueron expulsados de sus hogares. En 1967, Israel ocup¨® el resto del territorio hist¨®rico de Palestina. Oslo no acab¨® con la expropiaci¨®n de Palestina, ni mitig¨® verdaderamente las desgracias a corto plazo de la ocupaci¨®n israel¨ª durante la cual la econom¨ªa, las infraestructuras y los recursos humanos de los palestinos fueron perjudicados sistem¨¢ticamente.
Es cierto que a Yasir Arafat, desacreditado y aislado tras su ruinosa pol¨ªtica durante la crisis del golfo P¨¦rsico, se le permiti¨® en 1994 establecer un r¨¦gimen de autonom¨ªa truncada, que segu¨ªa bajo el control de los israel¨ªes. Pero a pesar de la ret¨®rica y de algunas ceremonias y s¨ªmbolos de paz, los asentamientos israel¨ªes en Cisjordania crecieron durante el mandato Rabin-Peres, que concluy¨® en mayo de este a?o. Estas nuevas ¨¢reas redise?adas de Cisjordania y Gaza proporcionaron a los palestinos una autonom¨ªa limitada (que no soberan¨ªa) en un 3% del territorio de la primera y en un 60% de la segunda. Entretanto, Arafat puso en marcha una Autoridad Palestina que era corrupta, dictatorial y, en lo que se refiere a la mejora de las condiciones generales, un estrepitoso fracaso.
Los acuerdos de autonom¨ªa con los que los palestinos (excluyendo a los cuatro millones de refugiados cuyo destino fue pospuesto hasta una nebulosa situaci¨®n de "condici¨®n final") tienen que vivir hoy son una extra?a amalgama de tres "soluciones" hist¨®ricamente desechadas, ideadas por colonialistas blancos para los pueblos nativos en Africa y Am¨¦rica en el siglo XIX. La primera era el concepto de que los nativos pod¨ªan convertirse en seres ex¨®ticos sin importancia, confiscando sus tierras, e imponiendo unas condiciones de vida que les dejar¨ªa reducidos a braceros temporales y a granjeros premodernos. Este es el modelo aplicado a los indios americanos. La segunda es la divisi¨®n de tierras (reservas) en bantustanes alejados entre s¨ª, en los que la pol¨ªtica del apartheid otorgaba privilegios especiales a los colonos blancos (hoy israel¨ªes), mientras permit¨ªa que los nativos vivieran en sus guetos ruinosos; all¨ª ser¨ªan responsables de la gesti¨®n municipal, aunque sujeta al control de seguridad de los blancos (israel¨ªes nuevamente). ?ste es el modelo surafricano.Por ¨²ltimo, la necesidad de dotar a estas medidas de un cierto grado de aceptaci¨®n requer¨ªan un "jefe" nativo que firmara en la parte inferior de la p¨¢gina. ?ste se beneficiaba temporalmente de una posici¨®n algo mejor que la anterior, los blancos le proporcionaban algo de apoyo, uno o dos t¨ªtulos o privilegios, e incluso una fuerza de polic¨ªa nativa para que cualquiera pudiera ver f¨¢cilmente que se hab¨ªa hecho lo correcto para su pueblo. ?se era el modelo franc¨¦s y brit¨¢nico aplicado en ?frica durante el siglo XIX. Arafat es el ¨²ltimo equivalente del "jefe" africano en el siglo XX.
El problema por supuesto es que, como naci¨®n, los palestinos dif¨ªcilmente se contentar¨ªan con desvencijados anacronismos de esta ¨ªndole. Arafat se puso a s¨ª mismo en una situaci¨®n imposible. No dejaba de prometer cosas (como Jerusal¨¦n Este) que simplemente no pod¨ªa cumplir, pero tambi¨¦n era demasiado celoso de su poder como para conceder a cualquier otro un m¨ªnimo autorizado de margen de maniobra. La mayor¨ªa de las recompensas de las que ¨¦l, al igual que israel¨ªes y norteamericanos, hablaba constantemente nunca llegaron a materializarse. Gaza tiene un 70% de desempleo. Las inversiones no han llovido precisamente. La represi¨®n de la (libertad de) ex-
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Sublevaci¨®n contra Oslo
Viene de la p¨¢gina anteriorpresi¨®n y las pr¨¢cticas democr¨¢ticas es tan severa como bajo el Gobierno israel¨ª. Un gran aparato de polic¨ªa ha transformado los escasamente discernibles perfiles de la autodeterminaci¨®n palestina en una r¨¦plica prematura de pa¨ªses como Irak. Y los israel¨ªes siguen reclamando seguridad frente a los terroristas palestinos mientras sus colonos confiscan m¨¢s tierras, construyen m¨¢s casas, intimidan a m¨¢s gente como a los habitantes de Hebr¨®n, cuya crisis actual es un ejemplo a escala del conjunto. Protegido por unidades del Ej¨¦rcito israel¨ª, un grupo de 400 colonos se instalan en el centro de esta ciudad ¨¢rabe cuyos 200.000 habitantes han sido castigados mediante toques de queda, el cierre del mercado central y todo un sistema de fortificaciones. ?Por qu¨¦? Porque en febrero de 1994 Baruch Goldstein entr¨® en la mezquita de Hebr¨®n y masacr¨® a 29 devotos musulmanes a sangre fr¨ªa.Ning¨²n ser humano puede soportar una injusticia y un sufrimiento tan grotescos durante mucho tiempo. Desde que Netanyahu lleg¨® al poder no ha parado de dejar claro que es un hombre duro de roer y que la paz con el terrorista Arafat es una prioridad desde?able. Pero esto no era m¨¢s que la guinda de un pastel ya horneado y parcialmente engullido por el Partido Laborista. Lo terrible es hasta qu¨¦ punto confiaron algunos palestinos en las intenciones israel¨ªes, en un momento en que los Gobiernos ¨¢rabes se mostraron tan indolentemente d¨¦biles y ruines en su hipocres¨ªa y mendacidad. Gran parte de lo que ha estado sucediendo en Jerusal¨¦n, Gaza y Cisjordania es un estallido que podr¨ªa haberse previsto f¨¢cilmente (y en algunos casos lo fue). Es una intifada contra los mism¨ªsmos textos y, mapas de los acuerdos de Oslo y contra sus planificadores y part¨ªcipes, tanto israel¨ªes como palestinos. Durante meses, la insatisfacci¨®n palestina con el r¨¦gimen de Arafat se ha puesto de manifiesto con miniintifadas contra su polic¨ªa en lugares como Nabl¨²s y Tulkarem. Las encuestas han mostrado un aumento acusado del descontento y la ira. Pero cuando la suerte est¨¢ echada y aparentemente hay una nueva movilizaci¨®n israel¨ª para herir a todos los palestinos, la rabia rebosa, como ha sucedido en estos ¨²ltimos d¨ªas, sin que a Arafat y Netanyahu. les quede m¨¢s opci¨®n real que intentar poner las cosas bajo control, hacer que Oslo funcione un poco m¨¢s de tiempo. Abu, Mazen (el n¨²mero dos de Arafat y uno de los ide¨®logos de Oslo) ha sido enviado hace unos d¨ªas a Tel Aviv y Netanyahu regres¨® repentinamente de su viaje a Europa. Supongo que sus esfuerzos acabar¨¢n triunfando y prevalecer¨¢ una calma inestable; cada l¨ªder es prisionero de un sistema que no controla plenamente, a pesar de la preponderancia de poder por parte israel¨ª.
Una premonici¨®n de futuros estallidos a duras penas mitiga el horror de tanta sangre palestina derramada sin motivo. Israel est¨¢ haciendo ahora todo lo posible por adue?arse de las negociaciones sobre la condici¨®n final, y puede que hasta burlarlas. Las opciones palestinas no est¨¢n tan claras, dadas las tremendas desventajas que sufrimos como pueblo. Ver a palestinos golpeados, vapuleados, arrestados, asesinados y heridos es muy doloroso y motivo de un profundo pesar e ira. Puede que Arafat y su mermada Autoridad Palestina hayan empezado a percatarse de que lo m¨¢s probable es que la condici¨®n final sea tan lamentable como la actual, y, por consiguiente, inciten a los civiles desarmados a medirse con el Ej¨¦rcito israel¨ª. Pero siempre existe el peligro de que este descontento justificado no pueda apagarse o encenderse tan r¨¢pidamente, ni ser manipulado cuando las cosas se le ponen dif¨ªciles al impenitente Netanyahu. Mi esperanza es que Arafat se vuelva al fin hacia su sufrido pueblo y le diga la amarga verdad: Israel s¨®lo necesita una paz cosm¨¦tica ahora que estamos tan d¨¦biles y con tan poca capacidad de movilizaci¨®n. Creo que la crisis actual es un s¨ªntoma del final de la soluci¨®n de dos Estados cuya inviabilidad Oslo encarna, tal vez inconscientemente. Israel¨ªes y palestinos est¨¢n demasiado entrelazados en la historia, la experiencia y la realidad como para separarse, aunque cada uno proclame la necesidad de un Estado separado. El reto consiste en encontrar una forma pac¨ªfica para convivir no como jud¨ªos, musulmanes y cristianos en guerra, sino como ciudadanos iguales en la misma tierra.
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