La ¨²ltima batalla de los talibanes
Ofensiva final de la guerrilla isl¨¢mica para completar la conquista de Afganist¨¢n
ENVIADO ESPECIALLas milicias de los talibanes y el Ej¨¦rcito del general Shah Masud est¨¢n trincherados en la boca el valle del Panshir. En ¨¦l se resguarda el militar, como en los tiempos de la invasi¨®n sovi¨¦tica. Los talibanes, que ya han sufrido su primer traspi¨¦ en su triunfal conquista de Afganist¨¢n, pueden presumir de haber desatado lo que parece ser¨¢ la ¨²ltima batalla de una guerra que dura 17 a?os.
La culpa la tienen los ca?onazos de cohetes ZO lanzados por los talibanes sobre las posiciones en Masud y la respuesta algo retardada de sus incombustibles muiaidines que ya no saben hacer otra cosa en la vida que apretar gatillos usando el nombre de Al¨¢.
Dentro de la brutal normalidad impuesta por los ¨²ltimos cuatro a?os de guerra entre las facciones isl¨¢micas, para los tayikos del valle del Panshir lo de ayer no ser¨ªa m¨¢s que una batalla entre tantas si no fuera porque esos disparos, aceptados con fatalidad, abren la v¨ªa para la gran ofensiva sobre el territorio a¨²n en manos de los l¨ªderes del Gobierno derrotado. Estos son el presidente Rabani, el primer ministro Hekmatyar y el due?o del Ej¨¦rcito, el general Masud. La ofensiva integrista ha puesto fin a la tensa tregua que parec¨ªa haberse adue?ado de la zona esta semana, una vez que los combatientes de ambos lados consolidaron la l¨ªnea del frente a la salida de Gulbahar, en la entrada del desfiladero de Dolang Pass.
El comandante talib¨¢n Mohamed Shaid, un t¨ªmido jefe de 26 a?os, despacha con vehemencia de fan¨¢tico un discurso incomprensible sobre las buenas relaciones que tienen con Dios (es decir, con Arabia Saud¨ª, Pakist¨¢n y EE UU, sus padrinos) para haber llegado tan lejos. Luego dice que ni hay tiros ni pueden pasar porque Masud ha bloqueado el acceso al valle minando la pista de entrada, y a?ade que con ¨¦l hay 2.000 hombres armados. Calcula que al otro lado no pasan de 300.
A estas alturas de la soleada ma?ana, los talibanes no parecen propicios a iniciar una ofensiva. Cuentan con el did¨¢ctico antecedente de las 12 ocasiones en que los sovi¨¦ticos (entre ellos el general Alexandr L¨¦bed) fracasaron en ese intento en los a?os ochenta frente al mismo enemigo, el general Masud, conocido desde entonces como el le¨®n de Panshir.
Pero la gente pobr¨ªsima de este valle profundo es especialista en oler el peligro de muerte. "Va a empezar la guerra otra vez", dice a la carrera un joven con un beb¨¦ sucio y lloroso a las espaldas, en las afueras de Gurbahal. Cortada la pista, el ¨²nico acceso al valle es el sendero de cabras que usan los civiles para escapar, ante la intuici¨®n de que el valle podr¨ªa convertirse en una ratonera, y el le¨®n en un gato acorralado.
Las mujeres viajan ya cubiertas con el chadari (el velo fantasmal exigido por los talibanes), sabiendo previsoramente que se lo van a exigir al otro lado. Ni?os, hombres, parejas de ancianos arrastrando su cojera en solitario recorren el camino cuajado de piedras afiladas, buscando la salida del sur, apretuj¨¢ndose contra las paredes del barranco para dejar pasar a los muchachos envueltos en harapos que pasan con enormes bultos de avituallamiento en direcci¨®n opuesta.
Los desplazados, que suman varios cientos cada hora, saben que est¨¢n en territorio talib¨¢n cuando se topan con una barricada de hierro junto al r¨ªo Panshir. Los que van al rev¨¦s se dan cuenta de d¨®nde empieza el reino de Masud al chocar con un muchacho rubio tayiko que carga, m¨¢s cansado que orgulloso, con su lanzacohetes RPG-7. En el hueco de una torrentera, una treintena de soldados a las ¨®rdenes del comandante Abdul Hadi, con 17 a?os de experiencia como mujaidin, levantan el campamento nocturno entre los pe?ascos. Hacen la comida en un fog¨®n ro?oso y preparan los fusiles para la batalla. Visten camisa caqui y botas; ¨¦se es todo el rastro del viejo uniforme que, como soldados del Gobierno, llevaron hasta la precipitada huida de Kabul. Tienen s¨®lo la ventaja de defender una posici¨®n casi inexpugnable, que ya probaron con su vida cientos de sovi¨¦ticos.
El prestigio de anta?o quieren revalidarlo ahora contra los talibanes: "Hemos dejado a nuestras familias en Kabul para defender nuestro pa¨ªs y seguir la guerra. Con la ayuda de Al¨¢ no dejaremos entrar en nuestro valle a nadie, le cortaremos el cuello antes a los talibanes. Es la ¨²ltima guerra y estamos dispuestos a morir", dice.
En el Panshir se calcula que se refugiaron 120.000 personas hu¨ªdas de Kabul tras su ca¨ªda en manos integristas. Su ¨²nica v¨ªa de comunicaci¨®n es la carretera que les une por el norte con sus hermanos en Tayikist¨¢n. Con cinco helic¨®pteros y alg¨²n que otro avi¨®n el futuro de los de Masud es el sacrificio heroico o la capitulaci¨®n.
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