Fuego al final del t¨²nel
En toda mi larga vida (me acerco ya a la edad de sesenta a?os) no recuerdo dos d¨ªas tan tristes y deprimentes como los vividos la semana pasada. Nac¨ª en 1938, y a?o tras a?o crec¨ªa la revuelta palestina contra brit¨¢nicos y jud¨ªos. Durante los duros meses del sitio a Jerusal¨¦n, en la ¨¦poca de la guerra de independencia de 1948, yo no era m¨¢s que un ni?o. He vivido muchas y diversas guerras, entre ellas la dura contienda del Yom Kipur. Mi vida ha estado acompa?ada siempre del terror, y los a?os de la Intifada est¨¢n llenos de tristeza para m¨ª. En todas estas ¨¦pocas me sent¨ª lleno de ira y de temor, unas veces contra los ¨¢rabes y otras contra los jud¨ªos. Pero nunca me he sentido tan deprimido como estos d¨ªas atr¨¢s.Me siento como un enfermo de c¨¢ncer que ha luchado durante a?os con valor y esperanza contra su enfermedad, que ha pasado por dolorosas operaciones, por tratamientos y radiaciones, hasta el momento anhelado en el que su cuerpo est¨¢ libre de dolor y se puede permitir festejar su curaci¨®n. Pero antes de que pase mucho tiempo, su enfermedad rebrota con mayor gravedad. S¨ª, el enfermo sabe que no se va a dar por vencido y que volver¨¢ a luchar como antes contra la enfermedad, porque no tiene otra alternativa; pero el desaliento y la tristeza por el retorno de la enfermedad ya han quedado sellados en su vida, incluso aunque sea posible una nueva curaci¨®n.
En s¨®lo tres meses, el primer ministro de Israel, Benjam¨ªn Netanyahu, hombre creativo, sin pr¨¢ctica ni administrativa, que ha conseguido gran parte de su fama gracias a discursos extremistas frente a un p¨²blico de jud¨ªos ricos en Estados Unidos, ha conseguido destruir, mediante una demagogia brutal, la fina red de cooperaci¨®n y confianza que palestinos e israel¨ªes hab¨ªan tejido a lo largo de los tres ¨²ltimos a?os. Todav¨ªa no le ha dado tiempo a hacer nada malo en concreto (ni siquiera el t¨²nel que se ha abierto tiene nada de malo), pero su comportamiento jactancioso, sus hirientes palabras respecto a la soberan¨ªa total de Israel sobre Jerusal¨¦n (que seg¨²n lo pactado en Oslo ser¨¢ el ¨²ltimo tema en las negociaciones para lograr el acuerdo definitivo), su actitud, recalcitrante respecto al Estado palestino, su anuncio de que continuar¨¢n los asentamientos, y especialmente la reiterada violaci¨®n de lo acordado sobre la retirada de Hebr¨®n y otros territorios adicionales (seg¨²n lo acordado en Oslo II por el anterior Gobierno israel¨ª), ha causado una amargura tan grande y profunda entre los palestinos que no se necesitaba mucho para que saltara la chispa.
Y si hoy hay algo extra?o en las calles de Israel, es un cierto grado de identificaci¨®n por parte del p¨²blico israel¨ª con la protesta palestina, a pesar de estar acompa?ada por hechos graves y peligrosos como los disparos de polic¨ªas palestinos contra polic¨ªas israel¨ªes. Si alguien me pidiese que pusiera un t¨ªtulo a la lucha civil entre israel¨ªes y palestinos, yo dir¨ªa: la lucha de las tumbas. Hoy d¨ªa, una gran parte del conflicto se centra en torno a tumbas y restos arqueol¨®gicos, tumbas de m¨¢s de 3.000 a?os, que se consideran las de los padres del pueblo. Pero casi con total seguridad parte de ellas son tumbas no identificadas de cananeos primitivos o de musulmanes que, con el paso del tiempo, se convirtieron en tumbas santas: la tumba de Jos¨¦ en Shjem, la cueva de la Majpela en Hebr¨®n, la tumba de Raquel en Bel¨¦n, y tambi¨¦n el Muro de las Lamentaciones en s¨ª, que no es m¨¢s que un resto de la muralla exterior del gran templo construido hace 2.000 a?os.
Algunos de los religiosos nacionalistas han asociado a estos lugares ubicados en la franja occidental un ritual religioso, para evitar que sean transferidos de nuevo a manos palestinas en el marco de la retirada general de los territorios. A pesar de que seg¨²n la religi¨®n jud¨ªa las tumbas y los cementerios son lugares impuros, de repente se ha encontrado la manera no s¨®lo de santificarlos, sino tambi¨¦n de asociarlos a escuelas para el estudio y la oraci¨®n. Todo esto con el fin de retar, con la excusa de su gran santidad, a todo aquel que quiera transferirlas a la autoridad palestina en el marco de un acuerdo de paz definitivo (territorios a cambio de paz).
Cuando pienso en las siete desgraciadas familias que perdieron, la semana pasada a sus queridos hijos, soldados que vigilaban la mencionada tumba de Jos¨¦, al lado del campo de refugiados en el centro de Shjem, me pregunto d¨®nde existe hoy otro pueblo que mande a sus hijos a vigilar sepulcros de m¨¢s de 3.000 a?os de antig¨¹edad ubicados en el coraz¨®n de ciudades de un pueblo extranjero. ?Qu¨¦ le pasa al pueblo jud¨ªo? Durante m¨¢s de 2.000 a?os se pase¨® por el mundo, err¨® de pa¨ªs en pa¨ªs, y aunque puede que con el coraz¨®n pensara en la tierra de Israel, no hizo ning¨²n esfuerzo para volver a ella y echar ra¨ªces; convirti¨® la di¨¢spora en una ideolog¨ªa, y siempre sostuvo que para su identidad jud¨ªa s¨®lo necesitaba la espiritualidad y el cumplimiento de la ley. Ahora han cambiado las tornas, y aquellos jud¨ªos a los que bastaba un libro de oraciones para sentir su identidad se aferran a unas l¨¢pidas antiguas, como paganos primitivos reclin¨¢ndose noche y d¨ªa ante ellas, porque si no no sabr¨ªan qui¨¦nes son ni para qu¨¦ est¨¢n en el mundo.
Toda la historia de la ciudad de Hebr¨®n, que es en realidad la verdadera raz¨®n que se esconde tras la explosi¨®n de ira palestina, puede caracterizar el nuevo drama, que si no tuviese ra¨ªces tr¨¢gicas se podr¨ªa considerar como una absoluta locura. El acuerdo sobre la retirada de Hebr¨®n se acord¨® efectivamente entre los palestinos y el Gobierno israel¨ª anterior. Sin embargo, Peres pospuso su realizaci¨®n hasta despu¨¦s de las elecciones porque quer¨ªa renovar el mandato de su pueblo antes de llevar a cabo esa retirada. En Hebr¨®n, donde viven m¨¢s de 140.000 palestinos, habitan tambi¨¦n 40 familias de jud¨ªos alrededor de la cueva que acoge estas tumbas de 3.500 a?os, llamada la cueva de la Majpela, que, para mayor complicaci¨®n, tambi¨¦n es venerada por los musulmanes. Y resulta que el propio Estado de Israel, que con respecto al tema de Jerusal¨¦n sostiene siempre que no se debe partir una ciudad en dos -aunque en ella vivan dos pueblos- y que hay que mantener relaciones de convivencia bajo la soberan¨ªa de la mayor¨ªa que habita en ella, est¨¢ dispuesto a dividir por la mitad la ciudad de Hebr¨®n a causa de 40 familias jud¨ªas.
Pero tambi¨¦n el jefe del nuevo Gobierno pospone eternamente esta partici¨®n, asegurando que necesita m¨¢s y m¨¢s tiempo para estudiar el tema, que ya ha sido acordado tras cientos de horas de conversaciones. A veces parece que Netanyahu no est¨¢ hablando de una retirada limitada del Ej¨¦rcito de algunas calles de una ciudad, sino de algo parecido al desembarco de Normand¨ªa por las fuerzas aliadas en 1944. Y este estancamiento c¨ªnico y astuto a la hora de poner en pr¨¢ctica el acuerdo es lo que ha hecho que entre los palestinos y parte de la opini¨®n p¨²blica israel¨ª crezca la sensaci¨®n de que el nuevo Gobierno quiere simplemente detener el proceso de paz.
Desde que Netanyahu subi¨® al poder, los partidarios de la paz le han estado advirtiendo que, esta vez, no podr¨ªa f¨¢cilmente atrincherarse como su testarudo maestro, el ex primer ministro Shamir, que era un artista de la demora y de los atrasos. En aquel tiempo todav¨ªa no hab¨ªa empezado el proceso de paz, y ¨¦ste se pod¨ªa retardar cada vez m¨¢s con toda clase de excusas. Pero Netanyahu no recibi¨® el Estado de Israel enfermo, sino sometido a una operaci¨®n quir¨²rgica. Lo recibi¨® en medio de un peligroso y delicado proceso de desligadura entre dos pueblos que el amargo destino hab¨ªa enredado entre s¨ª. No se puede interrumpir una operaci¨®n sin poner en peligro la vida del paciente. Pero no lo entendi¨® as¨ª, y en el momento en que empez¨® a demorar, a pensar y a estudiar, la sangre de las arterias y de las venas abiertas y cortadas salt¨® y manch¨® nuestros rostros.
?Qu¨¦ va a ocurrir? No se puede cambiar a este primer ministro actual elegido en comicios directos por un periodo de cuatro a?os. Pero se puede ejercer sobre ¨¦l una presi¨®n fuerte y masiva para que contin¨²e por el camino de la paz y se llegue a la so?ada separaci¨®n entre los dos pueblos. Los palestinos no piden m¨¢s que lo que ya disfrutan de forma natural miles de millones de personas en el mundo: el derecho de ciudadan¨ªa en su patria. Es decir, un verdadero Estado. A este pa¨ªs se le deber¨¢n imponer unos l¨ªmites de seguridad, de la misma forma que todav¨ªa hoy se siguen imponiendo restricciones militares a Jap¨®n o a Austria. Se podr¨¢ otorgar el derecho de emigraci¨®n a la di¨¢spora palestina y rehabilitar total y definitivamente los campos de refugiados. Ser¨ªa correcto situar en este Estado algunas bases militares israel¨ªes para mantener la seguridad del Estado jud¨ªo frente a un Ej¨¦rcito ¨¢rabe extranjero que intente cruzar el Jord¨¢n, de la misma forma que existen bases militares extranjeras en diversos lugares del mundo. Pero tendr¨¢ que ser un Estado, y nadie, ni siquiera Netanyahu, podr¨¢ evitarlo en ¨²ltima instancia.
La comunidad internacional que estableci¨® el Estado de Israel en 1948, bas¨¢ndose en el principio de la divisi¨®n de la tierra de Israel en dos Estados, tiene la obligaci¨®n de ejercer su responsabilidad y acelerar este proceso de partici¨®n. Israel tiene m¨¢s de tres cuartas partes del territorio original. A los palestinos, por culpa de sus guerras y sus, terribles errores, les queda menos de un cuarto, pero al menos este cuarto se supone que debe quedar en sus manos. En caso contrario, al otro lado del tur¨ªstico y bello t¨²nel abierto la semana pasada en Jerusal¨¦n no habr¨¢ luz, sino que arder¨¢ un terrible y peligroso fuego.
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