El hombre que no quiso reinar
Leyendo la optimista, y siempre ir¨®nica, autobiograf¨ªa de Michael Caine, uno comprende que a este simp¨¢tico sesent¨®n -naci¨® el 14 de marzo de 1933- lo que m¨¢s le importa es la buena vida. Esto es, disponer de amor, dinero y est¨ªmulos en cantidad suficiente como para levantarse de buen humor cada ma?ana. El resto, la fama, los ¨¦xitos, incluso las grandes pel¨ªculas que no siempre tiene la fortuna de interpretar, son asuntos que s¨®lo le interesan en la medida que contribuyan a facilitarle su objetivo principal, que no es reinar como una estrella en el firmamento del cine, sino el bienestar -efectos colaterales- que ser estrella comporta.Bregado en una infancia dura, que a Dickens no le habr¨ªa importado novelar, crecido en las carencias m¨¢s b¨¢sicas, castigado desde su nacimiento por deficiencias ¨®seas que la extrema miseria de su familia increment¨®, Michael Caine le est¨¢ profundamente agradecido a la vida por lo que tiene. Quiz¨¢ sea ¨¦sta -saberse afortunado, privilegiado, y dar las gracias por ello- la raz¨®n de que sus mejores trabajos, por laboriosos que le hayan resultado, posean siempre una s¨®lida naturalidad que nos induce a creer que no act¨²a, sino que se limita a ser y estar. Gran error.
Entre el apuesto seductor Alfie de sus comienzos y este enfisema fumador con patas de Sangre y vino han transcurrido tres lustros y, como quien no quiere, Caine nos ha regalado un pu?ado de personajes inolvidables: el taimado marido de La inglesa rom¨¢ntica, el tramposo aventurero y, a la postre, desgarrado aventurero de El hombre que pudo reinar, el astuto e ingenuo cockney de La huella. Pero yo siempre le imagino como el adorable, simp¨¢tico y humano estafador de Un par de seductores. Con su blaser azul, su leve chepita, su repeinado al agua y esos ojos sarc¨¢sticos de rana feliz.
Babelia
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