El timo de la memoria
Hablo del timo de la memoria democr¨¢tica. Todo comienza con el decreto de amnesia general que imponen, sin necesidad de promulgarlo, las c¨²pulas ' de los partidos pol¨ªticos al inicio de la transici¨®n. Unos, los l¨ªderes del PCE, formados en la permanente automanipulaci¨®n de su historia, esconden sus credenciales antifranquistas, convencidos de que el esplendor de su presente depende de la ocultaci¨®n de su pasado, cuando s¨®lo las cicatrices de ese pasado de lucha contra el franquismo, pueden fundar el presente de !u condici¨®n democr¨¢tica.Otros, los beneficiarios de Suresnes, con, la bandera del PSOE en la mano, sit¨²an ese pasado en una lejan¨ªa suficientemente remota y prestigiosa,-Pablo Iglesias y los 100 a?os de honradez- para que, al mismo tiempo, vele la irrelevancia de su biso?ez y pueda funcionar como garante del consenso heredo-franquista. Los terceros, los aperturistas del Movimiento Nacional, cuando se aprestan a coger el ¨²ltimo barco para la democracia piensan, precautoriamente, que lo mejor que pueden hacer es llegar vac¨ªos de equipaje y sepultan en el fondo de sus memorias sus pasados franquistas.
As¨ª, todos a una, los aparatos de los partidos imponen a los espa?oles un comportamiento colectivo an¨¢logo al del s¨ªndrome de Korsakov en los individuos. Comportamiento que, por una parte, produce la implosi¨®n del contenido de los acontecimientos -las ignomias de la larga noche franquista- e impide su fijaci¨®n, y por otra, bloquea la rememoraci¨®n de todo lo acontecido antes de un determinado hecho -las, elecciones de junio del 77 para los franquistas conversos, la victoria electoral del PSOE, en octubre del 82 para los socialistas, de la democracia, etc¨¦tera- y les permite volver a nacer pol¨ªticamente, pr¨ªstinos e impolutos.
Esa ablaci¨®n total de la memoria ha hecho posible la autotransformaci¨®n del franquismo y con ella la legitimaci¨®n democr¨¢tica de su ¨¦lite econ¨®mica y de su clase pol¨ªtica m¨¢s all¨¢ de sus glorias y villan¨ªas, de sus logros, su bot¨ªn y sus desmanes. La eficacia del tratamiento ha sido tal que ha llevado al ministro de Defensa a pedir, con toda seriedad y coherencia, que se aplique otra inmaculada transici¨®n a los cr¨ªmenes y tropel¨ªas de nuestra democracia. Ahora bien, no se puede acreditar a los actores y recusar el escenario o desacreditar la obra. Por la brecha que abre la conversi¨®n de los franquistas entra el franquismo convertido en predemocracia. Desde luego con unos peque?os ajustes eufem¨ªsticos que forman parte, ya para siempre del libro de estilo de nuestros medios de comunicaci¨®n. A la autocracia franquista se la llamar¨¢, en adelante, el r¨¦gimen anterior, y, a veces, con total impropiedad hist¨®rica, el antiguo r¨¦gimen, que fue un periodo muy otro de nuestra historia. Por la misma raz¨®n, nuestros diarios se referir¨¢n a la actividad pol¨ªtica durante el franquismo de los dignatarios del r¨¦gimen actual, en t¨¦rminos de su, carrera en el r¨¦gimen anterior; nuestros periodistas celebrar¨¢n el europe¨ªsmo de Salvador de Madariaga instituyendo un premio que lleva su nombre y callar¨¢n con ocasi¨®n de su entrega el papel protagonista que tuvo en el contubernio de M¨²nich; ni un solo peri¨®dico la mencionara la ejemplar conducta antifranquista de Buero Vallejo, cuando, ¨²ltimamente, el mundo espa?ol del teatro le rindi¨®, en su 80? aniversario, un bien gana do homenaje; la lucha contra el franquismo de la izquierda espa?ola se degradar¨¢ en el sainete de la peluca de Carrillo -devu¨¦lvame la peluca, don Rodolfo, y qu¨¦dese con todo lo dem¨¢s-; y as¨ª un largo etc¨¦tera de eufemismos de ocultaci¨®n y silenciamiento.
Pero si el r¨¦gimen anterior fue una predemocracia, los franquistas, perd¨®n, los anterioristas fueron necesariamente unos dem¨®cratas predemocr¨¢ticos, que la historiograf¨ªa dominante, cmienza a entronizar como los aut¨¦nticos precursores de la democracica. Fueron ellos, nos aseguran sus heraldos atrincherados en la gloriosa transici¨®n, quienes lograron la transformaci¨®n pol¨ªtica de la dictadura y no unos es pa?oles residuales, medio ilusos, medio resentidos, que, en el, exilio o en el aislamiento interior, ni ten¨ªan apenas influencia ni capacidad alguna de acci¨®n, como de mostraron los resultados del refer¨¦nduni para la reforma pol¨ªtica. Fueron ellos y s¨®lo ellos quienes trajeron la democracia, pues la transici¨®n fue suya y por eso su pasado de franquistas-antecedentes-necesarios-de-la-democracia merece ser democr¨¢ticamente reivindicado.
Se ha cerrado el c¨ªrculo. Se ha ocupado el espacio. Del sepultamiento de la memoria hemos pasado a su suplantaci¨®n. Nosotros no existimos puesto que existieron ellos. No como franquistas sino como predem¨®cratas, como dem¨®cratas futuros, que era, nos dicen, el modo m¨¢s efectivo de ser dem¨®cratas entonces. Ese es el timo. No estoy haciendo an¨¢lisis-ficci¨®n, estoy relatando hechos. S¨®lo un ejemplo. La saga pol¨ªtica de Torcuato Fern¨¢ndez Miranda que, con Lo que el Rey me ha pedido, comienza por el final, es, a este respecto, paradigm¨¢tica. Hasta en sus vendettas. El pr¨®ximo volumen nos explicar¨¢ que cuando Franco, en octubre de 1969, decide resituar en primera l¨ªnea al Movimiento Nacional, con el fin de crear un contrapeso a los tecn¨®cratas del Opus Dei abrumadoramente mayoritarios en su decimocuarto Gobierno, y ofrece su Secretar¨ªa General y un puesto en el Gabinete a Fern¨¢ndez Miranda, ¨¦ste lo acepta con el ¨²nico prop¨®sito de hacer del Movimiento ?nico la catapulta del pluralismo democr¨¢tico. Como demuestra el lanzamiento de Adolfo Su¨¢rez seis a?os despu¨¦s, en el Gobierno Arias de diciembre de 1975, a la funci¨®n de ministro secretario general del Movimiento, primero, y a jefe nacional (1976) despu¨¦s, para desde all¨ª, de "la ley a la ley" como gustaba decir el profesor Fern¨¢ndez Miranda y nos recuerdan sus panegiristas, pasar a presidir el primer Gobierno democr¨¢tico.
A¨²n m¨¢s enjundiosa ser¨¢ la explicaci¨®n de su impulso democratizador como director general de Ense?anza Media, primero, y Superior, despu¨¦s, en los oscuros a?os 52 al 59. Pero todo lo andaremos. Y tras don Torcuato vendr¨¢n otros y otros egregios colaboradores del dictador. Hasta que un d¨ªa, que Dios quiera tarde mucho, enterremos a don Manuel Fraga, con los m¨¢ximos honores de la democracia, en la bas¨ªlica dei Valle de los Ca¨ªdos entonces ya convertida en Pante¨®n de los grandes dem¨®cratas, que para eso la construyeron premonitoriamente los reclusos dem¨®cratas primitivos.
Atribuir lo que precede a secuelas de una incurable frustraci¨®n personal o al s¨ªndrome del camisaviejismo es errar el tiro. Al contrario, el razonable grado de satisfacci¨®n que, a?os aparte, me depara la vida, por nada se ve m¨¢s confortado que por las satisfacciones que producen las incorporaciones a la trinchera democr¨¢tica de quienes antes se situaban, por s¨ª mismos o su filiaci¨®n, en la de enfrente. Pues el mayor triunfo de un ideal es que lo abrace quien antes lo combat¨ªa.
,El intelectual franc¨¦s Claude Roy hab¨ªa militado en Acci¨®n Francesa y hab¨ªa escrito en la prensa antisemita. Cuando en 1941, al entrar en la Resistencia, se lo dijo al gran escritor Arag¨®n, ¨¦ste le contest¨®: "Mire usted, lo importante no es de d¨®nde se viene, sino ad¨®nde se va y por qu¨¦". Ese por qu¨¦ que tan admirablemente nos contaron Dionisio Ridruejo en Escrito en Espa?a y Casi unas Memorias y Pedro La¨ªn en Redoble de conciencia. Ese por qu¨¦ que nos deben todos los conversos dem¨®cratas, fuesen l¨ªderes sociales, grandes nombres
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El timo de la memoria
Viene de la p¨¢gina anteriorde la prensa y la cultura o pol¨ªticos del franquismo, y de modo particular Adolfo Su¨¢rez que para eso lo hemos instituido en valedor principal de nuestra concordia democr¨¢tica. Ese por qu¨¦ que descalifica las descalificaciones dictadas so pretexto de oportunismo, por los dem¨®cratas de toda la vida, m¨¢s por necedad que por sectarismo. Criticar desde una opci¨®n democr¨¢tica el acercamiento de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar a Aza?a, la visita a Alberti de Esperanza Aguirre o las incursiones en nuestro pasado democr¨¢tico de Alberto Ruiz-Gallard¨®n y de su equipo, es un puro contrasentido.
Lo deseable es que esa circulaci¨®n de los nuevos pros¨¦litos por los diversos referentes del pluralismo democr¨¢tico espa?ol se alargue e intensifique y que haga suya la historia de nuestra lucha por las libertades. En la que est¨¢n, estamos, todos los que estuvimos: los mon¨¢rquicos de Uni¨®n Espa?ola, los anarquistas, los republicanos hist¨®ricos, los liberales conservadores, los comunistas, los dem¨®cratas cristianos, los socialdem¨®cratas, los libertarios, los socialistas, los nacionalistas, los cristianos progresistas, los dem¨®cratas radicales, los sindicalistas de base, todos.
Y ?por qu¨¦ la reivindicaci¨®n de esa lucha no ha de poder hacerse desde posiciones de centro derecha? ?Desde qu¨¦ opci¨®n la hizo el general De Gaulle? ?sa es la ¨²ltima, reconciliaci¨®n, la que tenemos a¨²n pendiente. Quienes ven¨ªan del franquismo legalizaron, a los que hab¨ªan luchado contra ¨¦l, aceptaron sus principios y valores y juntos formaron la clase pol¨ªtica actual. Ahora Sin fintas ni timos tienen que asumir su historia. No se trata de nostalgias seniles ni de anacr¨®nicos ajustes de cuentas, sino de fundar definitivamente en ella nuestra identidad democr¨¢tica. Por eso hay que preservar todo lo que alimente nuestra memoria democr¨¢tica y estimular a que la hagan posible quienes fueron sus protagonistas. Antes de que desaparezcan. Enric Adroher (Gironella), Antonio Amat, Joaqu¨ªn Satr¨²stegui, Horacio Fern¨¢ndez Inguanzo, Jes¨²s Prados Arrarte, F¨¦lix Carrasquer, Josep Pallach, Cipriano Garc¨ªa, Carmelo Cembrero, Juan Antonio Zulueta, Ignacio Gallego, Justo Mart¨ªnez Amutio, Manuel Ramos Armero, Jos¨¦ Prat Pere Ardiaca, F¨¦lix Pons y tantos otros que nos han dejado llev¨¢ndose con ellos la memoria de su lucha. Es imperativo recuperarla y evitar que suceda lo mismo con quienes est¨¢n, estamos ya en capilla. Hemos de acometer la tarea de acopiar y salvaguardar los materiales existentes y de producir otros nuevos, realizando entrevistas y v¨ªdeos, suscitando memorias y textos, promoviendo investigaciones y tesis, multiplicando las lecturas de una historia que no puede ser monopolio de los partidos. Porque disponemos de una versi¨®n dem¨®crata-cristiana-ucedista que nos viene de la mano de Javir Tusell; de una versi¨®n socialdem¨®crata que nos ha proporcionado Raymond Carr y Juan Pablo Fusi; de la versi¨®n ortodoxa psoe¨ªsta que propaga la editorial Sistema y las distintas Fundaciones de la misma obediencia; de las sucesivas y no precisamente id¨¦nticas versiones de origen comunista. Todas ellas, sin duda alguna, leg¨ªtimas, pero, por propia opci¨®n, parciales y partidarias, formando una constelaci¨®n abierta y fragmentaria que exige ser colmada e integra da con muchas otras lecturas de esa misma realidad pasada.
Pero ?c¨®mo movilizar la voluntad de los protagonistas de esa realidad y de los otros historiadores, c¨®mo poner a su disposici¨®n los recursos p¨²blicos y privados necesarios para llevarla a cabo? La sociedad y el Estado no pueden sustraerse a esa responsabilidad. Porque la memoria de la lucha por la democracia no s¨®lo forma parte del patrimonio individual de las personas, sino que es tambi¨¦n un bien com¨²n de todos los dem¨®cratas y de la comunidad pol¨ªtica que tal se declara.
La memoria democr¨¢tica, tiene una constitutiva condici¨®n p¨²blica que conlleva obligaciones indeclinables, hoy lamentablemente olvidadas. Es, por ejemplo, inadmisible que, en casi veinte a?os, ning¨²n Gobierno, y sobre todo los del PSOE, a quien tanto se ayud¨®, haya dado p¨²blicamente las gracias a uno solo de los pa¨ªses, organizaciones y personas que sostuvieron durante tanto tiempo el combate por la democracia espa?ola. No hay identidad que no est¨¦ anclada en un pasado. El deber colectivo de memoria, la obligaci¨®n p¨²blica de constituirla corresponde al derecho individual de reclamarla, a la posibilidad personal de ejercerla. Sin, timos ni trampas. El derecho a. la memoria es uno de nuestros derechos esenciales. Del que no puede priv¨¢rsenos.
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