Amigos muertos
Los muertos son nuestros mejores amigos .Aquellos a quienes am¨¢bamos al morir doblan , con su desaparici¨®nlas virtudes para ser amados , aquellos otrps , aquienes odi¨¢bamos en vida , la muerte los transforma en inocentes amenazas.En la anti¨¹edad , los muertos despertaban tanto pavor que se les enterraba a extramuros de las ciudades para que las macizas murallas preservaran de sus fantasmas .Un bucle de la historia , voltendo por la Edad Media , reinstal¨® de nuevo a los muertos en las afueras de la urbe, pero no ya como potencias del mal, sino como parientes suceptibles de recibir visitas como la des estos dias .
La contemporaneidad no teme aparatosamente a la muerte como en la edad antigua, ni tampoco la teatraliza en monumentos barrocos o superlativos entierros rom¨¢nticos .Simplemente se trata de ignorarla , velarla o silenciarla.Uno de los dramas de nuestro tiempo es que el histri¨®nico deshaogo de los duelos populares ha sido sustituido por la r¨¢pida austeridad del tanatorio y la cerrada intimidad del dolor a solas
El muerto ha dejado de ser una desgracia de alta exposici¨®n parar convertirse en una desdicha muy celada.Las incineraciones ,en vez de la inhumavi¨®n, pod¨ªan hacer creer que mediate ellas los allegados se desprenden totalmente del cadaver para no sufrir m¨¢s , pero consecuencia es que el cadaver desaparece de todos los lugares menos del interior de uno uno mismo.La tragedia de la muerte ajena nunca ha sido menos apartaosa que ahora pero, a la vez , nunca podr¨ªa acarrear m¨¢s desconsuelo .En una soiciedad muy fragmentada e individualista , los muertos ya no se le mueren a un grupo o a una familia extensa , sino , a cada vez m¨¢s , a uno o a otra persona concentrada.
El cementerioempez¨® a ser en el siglo XVIII el gran monumenmto a la perpetuidad ;la met¨¢fora de una ciudad intemporal qwue acompa?aba a los habit¨¢ntes de l?a ciuyadad en tr¨¢nsito.Gracias al cementerio que propugn¨® el periodo de las luces , los cad¨¢veres dejaron los entornbos hacinados de las iglesias , cesaron de desprenmder sus pestil?encias sobre la barriada y descansaron aparte , purificados por las flores y enaltecidos por la arquitectura funeraria.A lo ?largo de estos dos siglos , el trato con la muerte pas¨® a ser de una pesadilla a una comunicaci¨®n domesticada.Los muertos tuvieron su casa propia, en viviendas unifamiliares o en bloques como apartamentos verticales .Los muertos en la inmaginaci¨®n , solo se mudaban de domicilio y nuestro posible autorreproche ha consistido en nop acudir con m¨¢s frecuencia a visitarlos .Ellos , entretanto , permanec¨ªan all¨ª magicamenmte vivos.
La incineraci¨®n cada vez m¨¢s extebdida, ha introducido un nuevo sentimiento en las almas .Pocos se desplazan para depositar un ramo de ante las cenizas, por que ese cuerpo apenas reside all¨ª.Ese cuerpo no reside en ning¨²n lugar o solo se encuentra exactamente , en cuanto ceniza en nuestra memoria .No se localizan en ning¨²n paraje y s¨ª en todas partes .No pesa en cuanto cad¨¢ver y s¨ª como un absoluto pesar.En sustituci¨®n de la ceremonia religiosa y sus liturgias el doliente carga con el argumento completo de su dolor privado.
La muerte visible y compartda es el nuevo tab¨².A los hijos peque?os se les dec¨ªa antes que los ni?os ven¨ªan de Par¨ªs y se les apartaba de los nacimientos.Se les conduc¨ªa sin embargo hasta el lecho mortuorio y estaban presentes en lops ritos de entierro.Ahora los ni?os saben todo sobre sexo, pero se les excuye de los entornos y avatares de la muerte.Quien debe v¨¦rselas con la muerte ha de hacerlo cada vez m¨¢s solitario y conteniendo la expresi¨®n, ahora obscvena de su infortunio.En ese secreto, los muertos se transforman as¨ª en m¨¢s amigos que bnunca.Los m¨¢s exclusivos , duradero y leales.Aquellos a quienes sin duda, debimos de amar m¨¢s todav¨ªa para que ayhora, en la ausencia , nos amaran tanto.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.