Bufones y reyes
Deslumbrante en su superficie, espectacular en buena parte de su desarrollo, ambicioso aunque a la postre lastrado en su resultado final por el peso de su propia ambici¨®n tem¨¢tica, Restauraci¨®n es un fresco que, centrado en la vida de un talentoso estudiante de medicina, Robert Merivel (Downey Jr.), incluye en su denso entramado una tumultuosa historia de amor, una reflexi¨®n sobre las relaciones de los fastos de corte y de las miserias de las clases subalternas, cu¨¢queros incluidos; y la brillante puesta en escena de un periodo crucial y cinematogr¨¢ficamente no muy visitado en la historia brit¨¢nica, los a?os que siguen al duro Gobierno de Cromwell y la restauraci¨®n mon¨¢rquica que sigui¨® a la ca¨ªda del gobernante, en la d¨¦cada de 1660.Hoffman, su director -entre sus cr¨¦ditos anteriores figura una pel¨ªcula curiosa y mal comprendida, Esc¨¢ndalo en el plat¨®-, dice estar interesado en las coincidencias entre dicho periodo hist¨®rico y nuestra propia realidad, ambivalente, hecha de fastos, lujos y derroche, por una parte, y hambrunas, conflictos y miserias por la otra; pero tambi¨¦n caracterizada por un impresionante progreso t¨¦cnico y cient¨ªfico. Nada tiene que objetar a sus intenciones este cr¨ªtico. En todo caso, conviene se?alar algunos de los problemas que impiden a Restauraci¨®n, ser ese fresco espl¨¦ndido de una ¨¦poca que fue por ejemplo Barry Lyndon.
Restauraci¨®n (Restoration)
Direcci¨®n: Michael Boffman. Gui¨®n: Rupert Walters, seg¨²n la novela de Rose Tremain. Fotograf¨ªa: Oliver Stapleton. M¨²sica: James Newton Howard. EE UU-Gran Bretafia, 1995. Int¨¦rpretes: Robert Downey Jr_Sam Neill, David Thewlis, Polly Walker, Meg Ryan, Sir lan McKellen, Hugh Grant. Estreno en Madrid: cine Amaya, Cid Campeador, Acte¨®n, California.
El principal problema del filme, como ocurre con las adaptaciones literarias insatisfactorias, es, en primer lugar, resumir y apelmazar, m¨¢s que recrear, la complejidad de la trama en un pu?ado de secuencias de gran impacto, y bien rodadas, pero sin la hilaci¨®n suficiente como para dar fluidez al conjunto. As¨ª, algunos momentos del filme son sobrecogedoramente espectaculares como las secuencias del gran incendio de Londres, o los de la peste de 1665; otros, enternecedores, como el reencuentro entre Merivel y su falsa esposa, Celia Clemens; y otros, en fin magn¨ªficamente barrocos, como las secuencias de corte. Pero falta justamente el elemento que los cohesione, los haga plausibles y, lo m¨¢s importante, pertenecientes todos a la misma pel¨ªcula.
Tampoco ayuda mucho la elecci¨®n del protagonista- Merivel, figura preponderante, casi siempre en el encuadre, tiene aqu¨ª los rasgos de un actor de dif¨ªcil credibilidad, Downey Y, que siempre parece m¨¢s apto para la comedia que para el drama: recu¨¦rdese su deficiente caracterizaci¨®n en Chaplin. El componente festivo del personaje, el aire de redomado buf¨®n que lo acompa?a, lo da muy bien, pero el necesario dramatismo que debe acompa?ar a su amargo aterrizaje en la realidad, fuera de la voluptuosidad barroca de, la corte, se le escapa entre las manos. Y la cosa chirr¨ªa mucho m¨¢s cuando tiene que v¨¦rselas con actores muy solventes como Sam Neill, espl¨¦ndido Carlos II; el inquietante David Thewils, el m¨¦dico cu¨¢quero, y hasta con Hugh Grant, aqu¨ª en un papel breve pero repulsivamente divertido. Con todo, el empaque visual del filme, que obtuvo dos oscars (direcci¨®n art¨ªstica, para Eugenio Zanetti, y Vestuario, para James Acheson), la peripecia humana que plantea, su espectacularidad y rigor lo hacen recomendable.
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