Trece a?os despu¨¦s
Hace 13 a?os, cuando lleg¨® a Uruguay, el pa¨ªs estaba con su vieja democracia, la m¨¢s vieja de la Am¨¦rica Latina, en eclipse. Un Gobierno de facto sumerg¨ªa a una naci¨®n acostumbrada desde siempre al ejercicio de las libertades, a una situaci¨®n opresiva. Est¨¢bamos en 1983, y en Uruguay se comenzaban a dibujar los caminos de retorno; Desde el hist¨®rico plebiscito de 1980, en que el pueblo hab¨ªa votado negativamente, desde el silencio, un intento de nueva Constituci¨®n planteado por la dictadura, el di¨¢logo se estaba imponiendo. Pero, como siempre en estos casos, resultaba dif¨ªcil entablarlo.En ese contexto se anuncia la llegada del rey de Espa?a. Fresco a¨²n el 23-F de 198 1, su figura se asimilaba a democracia, a libertad, a rechazo al cuartelazo. Si alguien, en el Gobierno de la ¨¦poca, se imagin¨® que aquella visita de alg¨²n modo pod¨ªa avalarle (o por lo menos decorar la situaci¨®n) se equivoc¨® de medio a medio. Porque la visita fue el mayor acto opositor que se pudiera imaginar. El pueblo se lanz¨® a la calle a vivar al Rey y a la democracia. El punto culminante fue, en la Embajada de Espa?a, una entrevista entre Su Majestad y la dirigencia pol¨ªtica del pa¨ªs, la mayor¨ªa privada de sus derechos pol¨ªticos. Entre esos dirigentes tuve el honor de encontrarme y aquella fotograf¨ªa, prohibida en los principales peri¨®dicos, pas¨® a ser un emblema al ser publicada en dos o tres semanarios que, a¨²n con restricciones, hab¨ªan comenzado -a salir como anticipo de los tiempos que comenzaban a alumbrar.
La entrevista fue en el despacho del embajador, entonces F¨¦lix Fern¨¢ndez Shaw, quien hab¨ªa ejercido una recordable labor de tejido para facilitar el encuentro de los pol¨ªticos y militares con ¨¢nimo de entendimiento (cosa en la que pocos cre¨ªan y luego termin¨® siendo tan cierta como efectiva). Pocos d¨ªas despu¨¦s se comenzaron las negociaciones, y al a?o siguiente unas elecciones libres marcaron al retorno definitivo al sistema democr¨¢tico.
Hace pocos d¨ªas, en Montevideo, entramos al mismo despacho el rey de Espa?a y quien escribe. Recorrimos el lugar, nost¨¢lgicamente coincidimos en que algo habr¨ªa que poner all¨ª como testimonio de aquel episodio y nos fuimos tranquilamente a tomar un vino.
Los tiempos son otros. El pa¨ªs est¨¢ en calma. Lleva 11 a?os la restauraci¨®n democr¨¢tica y desde el primer d¨ªa de ella, ning¨²n derecho fue restringido, ninguna libertad cercenada. El PBI es hoy 40% m¨¢s que entonces, para pesar de quienes alegaban que el progreso era imposible con el retorno a esas libertades que tra¨ªan mucho de prometedor, pero tambi¨¦n la huelga, el reclamo, el debate... Uruguay hoy est¨¢ en el Mercosur, y los indicadores sociales le siguen singularizando en el continente como -el pa¨ªs de mejor distribuci¨®n del ingreso.
En este contexto, la visita real no fue recibida con aquella eclosi¨®n. No estaba m¨¢s aquella multitud clamando libertad. Hubo, en cambio, un, pueblo calmo, tranquilo, trabajando, que reiter¨® su cari?o de un modo amable y fraterno. No hubo acto o episodio en que as¨ª no fuera. Hasta cuando nos salimos de toda agenda e invit¨¦ a Su Majestad a caminar por la Ciudad Vieja de Montevideo, despu¨¦s de celebrar la entrega del edificio que ser¨¢ el Centro Reina Sof¨ªa para la cultura hisp¨¢nica, disfrutamos de lo mismo. Anduvimos a nuestro aire, entramos en un anticuario que encontramos al paso, nos metimos en un viejo hotel para observar los milagros que hace la restauraci¨®n, y hasta nos retratamos profusamente debajo del portal de la Ciudadela de Montevideo erigida por Felipe V, el primer Borb¨®n, que mand¨® fundar nuesta ciudad con reiteradas ¨®rdenes cuyos originales mostramos a su descendiente. La gente com¨²n, sencilla, que no esperaba tal paso, se agolp¨® y salud¨® al Rey con esa alegr¨ªa espont¨¢nea que no tiene competencia posible.
Ambos ven¨ªamos de la VI Cumbre Iberoamericana de Chile y esto tambi¨¦n marca un sello. El rey de Espa?a no es simplemente un jefe de, Estado. Es algo m¨¢s: luce como el buque insignia de una civilizaci¨®n. Alguna gente no entiende bien qu¨¦ quiere decir esto, pero cuando pensamos en lo que significa la cultura anglosajona, la germ¨¢nica, la china y la nuestra, advertimos que algo de nuevo pasa. Porque Espa?a qued¨® lejos de sus antiguas posesiones americanas luego de la revoluci¨®n independentista. Y los a?os del franquismo no s¨®lo la desgarraron internamente, sino que la separaron de nuestra Am¨¦rica Latina. La restauraci¨®n democr¨¢tica en Espa?a, inesperadamente aneja a la Monarqu¨ªa, abri¨® un espacio diferente. Y a partir de all¨ª comenz¨® una revertebraci¨®n lenta pero firme del mundo iberoamericano. Para Espa?a no es lo mismo estar en la Uni¨®n Europea como Espa?a que como cabeza de todo un mundo detr¨¢s de ella, que se expresa a trav¨¦s de los Octavio Paz, los Garc¨ªa M¨¢rquez, los Vargas Llosa, exponentes mayores de la literatura contempor¨¢nea. Tampoco para Am¨¦rica Latina es lo mismo luchar solitariamente por un espacio que contar hoy con Espa?a y Portugal asociados y con un voto hispano que hasta decide en EE UU. Ya nadie puede mi rar con indiferencia hacia ese mundo, que hoy ha dejado en el pasado el tiempo de los populismos anarquizantes y los militarismos autoritarios, para ceder paso a democracias con solidadas, econom¨ªas racionales y sociedades en avance. En Montevideo, estos d¨ªas, los Reyes lo sintieron. No fue una visita m¨¢s. All¨ª qued¨® claro lo que significan, como s¨ªmbolo, en nuestro mundo. No estamos ya en el estallido sentimental pero tampoco en la rutina normal a una visita de Estado. Hay algo mucho m¨¢s hondo y profundo. Que hace a esa sensaci¨®n de que, quienes hablamos en espa?ol -y pensamos en espa?ol- algo somos de distinto y de valer. Si alguna duda pod¨ªa quedar, Uruguay, el Estado m¨¢s laico y republicano, as¨ª lo dej¨® en claro.
Julio Mar¨ªa Sanguinetti es presidente de Uruguay (1995-2000) por segunda vez, despu¨¦s de haberlo sido entre 1985 y 1990.
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