Paella con tel¨¦fono m¨®vil... Y Casa Perico
Todo Madrid, o casi, sabe de un restaurante, La Barraca, en la calle de la Reina, que se abarrota d¨ªa y noche para echar a andar la euforia de la paella. No son pocos los que en la capital del reino desde?an este local porque lo acusan de tur¨ªstico. Peor para ellos; su paella siempre se come con agrado y, adem¨¢s, el servicio es correcto y la carta de vinos cumple. Pero la historia es otra. El otro d¨ªa nos dio un ramalazo de instinto paellero y all¨¢ que nos fuimos. A los cinco minutos, en la mesa contigua, un grupo de gentes de mundo se pos¨® alborozado, y no hab¨ªan pasado cinco minutos cuando son¨® un ruido inquietante; era el tel¨¦fono m¨®vil de uno de los cuatro vecinos que, sin miramientos, sacaba el pecho de vencedor en la mesa maldita. Ni cinco minutos m¨¢s, y otro "itriiiiiiin!". Otros cinco o seis minutos, y el m¨¢s moderno de los comensales atendi¨® otra llamada... Yo hab¨ªa comido unas cuatro pizcas de paella, es decir, las llevaba a la boca y el "itriiiin!" me incitaba a devolverlas en el plato. Como la cuesti¨®n no ten¨ªa arreglo, llam¨¦ al camarero y pagu¨¦ mi cuenta enterita, sin comer ni beber, y me fui sin rechistar.Por el camino medit¨¦ si no ser¨ªa que el progreso me ha dejado en la cuneta. Y corriendo fui a casa. Y me dije: voy a hacer un master de moderno. En cosa de segundos puse en marcha la lavadora, el lavavajillas, TVE-1, La 2, TV-3, Telemadrid, todas las emisoras de radio a todo trapo con Zaire gimiendo, el microondas, el ordenador, dos transistores m¨¢s; y el equipo musical entr¨® en juego cuando le inyect¨¦ un compacto de varias obras de Wagner... Viv¨ª momentos de santidad, y de locura, y de desesperaci¨®n. De repente, alguien aporre¨® la puerta, le abr¨ª y, desencajado, intent¨® consolarme. Era un vecino que me crey¨® loqu¨ªsimo. Y otro vino, y otro, y otro... Y yo, a lo m¨ªo: una exhibici¨®n de progreso sin precedentes... Alg¨²n vecino m¨¢s cuco llam¨® a la polic¨ªa, que, ya en el lugar, me oblig¨® a renunciar al estruendo apocal¨ªptico apagando todo el progreso. Mustios, mis vecinos se fueron.Y yo tambi¨¦n. Comprend¨ª, una vez m¨¢s, como alert¨® Jean-Paul Sartre, que "el infierno son los otros" (los de la paella con tel¨¦fono m¨®vil), y me fui a comer a Casa Perico, en la calle de la Ballesta, la taberna m¨¢s seria, y simp¨¢tica, y bien acondicionada, y bien limpia, y bien surtida para comer y mejor surtida para beber que ninguna de sus hom¨®logas de la capital; y barata, por a?adidura (2.000, 3.000, 3.500 pesetas). Esto si al cliente de Perico y de la cocinera, su hermana Nines, no le tienta el sagrario de la bodega, que tiene el mejor repertorio de todas las tabernas de Madrid. Todos los vinos de Espa?a est¨¢n. Y sus cavas y champa?as hacen de este lugar la taberna ¨²nica. Cava blanco y rosado (botellas y medias). Champa?a blanco y rosado, joya rar¨ªsima que no se encuentra apenas en los restaurantes de rumbo. Pues aqu¨ª com¨ª arroz a lo cutre, y unas chuletillas, y una cucharada de potaje del d¨ªa, y unos pescados frescos... Qu¨¦ maravilla, y sin tel¨¦fono m¨®vil. Es decir, com¨ª en un comedor, no en una oficina.
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