New York: b¨¦isbol e intelectuales
El asombroso retorno de los trabajadores despu¨¦s de d¨¦cadas de silencio es lo m¨¢s notable del nuevo curso en la escena pol¨ªtica de Estados Unidos. Los sindicatos AFL-CIO invirtieron 35 millones de d¨®lares para ayudar a la reeleci¨®n de Clinton. Asimismo, Nueva York vibr¨® con el d¨¦j¨¤-vu: tras d¨¦cadas de olvido, los New York Yankees acabaron de aplastar a los Atlanta Braves en el Yankee Stadium, ganando as¨ª su vig¨¦simo tercera final de copa. El b¨¦isbol, el deporte nacional de EE UU, que est¨¢ por encima de las diferencias de clase, tambi¨¦n ha vuelto a entrar en escena. El entrenador del equipo, Joe Torre, ha tenido que esperar 33 a?os en el limbo del b¨¦isbol para conseguir esta victoria para un equipo que -en sus d¨ªas de gloria- gan¨® casi todos los trofeos. Al instante se form¨® un pandemonium. La gente corri¨® por las calles gritando. Parec¨ªa la noche del fin de la II Guerra. Mundial.Los que somos m¨¢s o menos de la generaci¨®n de Woody Allen todav¨ªa recordamos aquellos octubres de Manhattan cuando los taxistas que ten¨ªan el coche aparcado pon¨ªan la radio para que los peatones pudieran escuchar la final. Entonces, la ciudad ten¨ªa un alcalde vagamente republicano (debido a la corrupci¨®n dem¨®crata local). Tambi¨¦n era octubre el mes en que los adultos reeligieron autom¨¢ticamente a Roosevelt como presidente dem¨®crata el primer martes de noviembre.
El b¨¦isbol alcanz¨® su c¨¦nit durante la depresi¨®n y la Segunda Guerra Mundial, cuando tres de los mejores equipos, los Yankees, los Giants y los Brooklyn Dodgers se concentraban en Nueva York. Despu¨¦s, los Brooklyn Dodgers fueron vendidos a Califomia y a los Yankees se les pas¨® su racha ganadora. Hasta la otra noche, cuando la ciudad volvi¨® a embriagarse de felicidad.
A los pol¨ªticos les gusta ensalzar las nuevas revoluciones, los nuevos comienzos e invariablemente subestiman el profundo impulso de los electores a volver a lo que les resulta familiar. Vuelve a ser octubre en Manhattan. La ciudad tiene un alcalde vagamente republicano (porque la pol¨ªtica dem¨®crata local a veces es corrupta) y los electores reeligen presidente a Clinton, un dem¨®crata, como reacci¨®n contra los extremistas radicales republicanos, que intentaron venderles algo que no les es familiar.
La Universidad de Columbia tambi¨¦n ha vivido un repentino giro hacia el d¨¦j¨¤-vu. La instituci¨®n se enter¨® de que los sindicatos y la clase trabajadora, ausentes en el discurso pol¨ªtico durante el mismo tiempo que el b¨¦isbol permaneci¨® en el limbo, volv¨ªa a entrar elegantemente en escena. El seminario organizado por dicha Universidad en apoyo del nuevo movimiento laborista atrajo un r¨¦cord de asistentes. A pesar del clima lluvioso, los acad¨¦micos y estudiantes que no pudieron entrar en el auditorio de la Low Library escucharon los discursos desde el exterior.
En el vest¨ªbulo, me di cuenta inmediatamente de que hab¨ªa montones de hombres y mujeres atractivos y vigorosos. El lugar destilaba una palpable energ¨ªa sexual, siempre una buena se?al en pol¨ªtica. Una joven pareja francesa sentada delante de m¨ª murmuraba "mais enfin... quand m¨ºme...", con ese tono de ligera superioridad, aunque respetuoso, que adoptan los franceses cuando se sienten desconcertados porque la acci¨®n parece haberse alejado de Par¨ªs. El presidente de Columbia, George Rupp, estaba cerca para apoyar firmemente al grupo de ponentes, encabezado por el historiador de la Universidad de Columbia Eric Foner.
Sin embargo, las cicatrices creadas por la ocupaci¨®n estudiantil de 1968 en contra de la guerra de Vietnam, en la que los estudiantes se levantaron y polic¨ªas ajenos al campus arremetieron tanto contra los estudiantes como contra los profesores, siguen estando abiertas en Columbia. El destacado fil¨®sofo estadounidense Richard Rorty, un socialdem¨®crata que se opuso a la guerra de Vietnam, sorprendi¨® a sus oyentes de la izquierda liberal al afirmar que la quema de la bandera estadounidense por parte de los estudiantes y el que ¨¦stos escribieran "Am¨¦rica" con "k" hab¨ªa alienado casi permanentemente a la clase trabajadora. Rorty a?adi¨® que los estudiantes dividieron al pa¨ªs al censurar a los soldados que fueron a Vietnam -en su mayor¨ªa de la clase trabajadora- y que hicieron m¨¢s da?o al pa¨ªs que la propia guerra. Hubo un momento de impresionante silencio., Y algunos abucheos por parte de profesores que hab¨ªan sido estudiantes a finales de los sesenta. Despu¨¦s, la audiencia se tranquiliz¨® y escuch¨® a Rorty. Norman Mailer pronunci¨® un discurso similar este verano en la comunidad art¨ªstica de Provincetown, en Cape Cod. Alert¨® a la audiencia (predominaban los gay y las mujeres) sobre los peligros de sus reivindicaciones excesivas. Al igual que Rorty, opinaba que la izquierda deb¨ªa abandonar la pol¨ªtica de identidad ¨¦tnica y unirse a la clase trabajadora para combatir la avaricia empresarial estadounidense. Dos destacadas figuras -Betty Freidan en representaci¨®n de las feministas, y el profesor Comel West, en representaci¨®n de los negros- indicaron en la reuni¨®n de Columbia que la pol¨ªtica de identidad que hab¨ªan representado hab¨ªa llegado a su fin. Betty Freidan, ponente con un agudo instinto para saber cu¨¢ndo soplan vientos en contra, tir¨® por la borda su jerga feminista e hil¨® su discurso con un nuevo lenguaje en -el que t¨¦rminos desempolvados de los a?os treinta y cuarenta como "clase trabajadora" volv¨ªan a parecer importantes. John Sweeny, el en¨¦rgico nuevo presidente de la uni¨®n de sindicatos AFL-CIO tambi¨¦n enton¨® su mea culpa. Reconoci¨® el fracaso de este sindicato a la hora de respaldar los derechos laborales de mujeres y negros. El profesor Norman Birnbaum, uno de los organizadores del acto, expres¨® su sorpresa ante la variedad de edades y profesiones de los asistentes. "No es un grupo t¨ªpicamente de izquierdas", afirm¨®.
El alcalde Giuliani regal¨® a Nueva York el mayor desfile con confetis de la historia de la ciudad en honor de los victoriosos Yankees. A la misma hora, en la Universidad de Columbia, un grupo diferente se congreg¨® con motivo del funeral de Diana Trilling, viuda de Lionel Trilling, una mordaz intelectual por derecho propio y casi ¨²ltima superviviente de una generaci¨®n que luch¨® amargamente por cuestiones como Trotsky frente a Stalin. Pero esas fueron otras guerras y otros guerreros. No eran de los que tiran confetis en Nueva York.
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