El sentido global de los mercados
"En su piso de Madrid un catedr¨¢tIco de F¨ªsica navega por Internet buscando informaci¨®n acerca de d¨®nde colocar unas acciones que posee del Manchester United, el club de f¨²tbol m¨¢s rentable del mundo, ya que necesita liquidez inmediata. A la misma hora, un joven matrimonio mexicano estudia con el ordenador las posibilidades de acceder a un cr¨¦dito hipotecario en la banca japonesa -que tiene los tipos de inter¨¦s m¨¢s bajos- para financiar la educaci¨®n de sus dos hijos en EE UU, ya que una buena formaci¨®n es la mejor herencia que se les puede dejar. M¨¢s o menos al tiempo, un antiguo campesino chino, ex guardia rojo, explora en Macao con su PC la cotizaci¨®n de los grandes fondos de inversi¨®n para colocar en alguno de ellos buena parte de la fortuna conseguida con la formidable especulaci¨®n inmobiliaria que ha tenido lugar en el Pek¨ªn posMao". "Setecientos mil refugiados, la mayor¨ªa de la etnia hutu, se pierden entre las fronteras de Zaire y Ruanda. Durante algunas horas las fotograf¨ªas no los encuentran en parte alguna. Huyen del terror y del hambre. Casi dos meses-despu¨¦s del estallido del conflicto, la comunidad internacional no ha intervenido".
"La ciudad de los mendigos no figura en sitio alguno y, sin embargo, tiene m¨¢s habitantes que ?vila y algunos menos que Zamora. M¨¢s de 55.000 espa?oles no tienen absolutamente nada: ni dinero para sobrevivir ni nadie a quien cont¨¢rselo".
Cualquiera de estos ejemplos, tomados de los peri¨®dicos, representa la cara contradictoria del capitalismo de fin de siglo, caracterizado por la globalizaci¨®n de los sistemas econ¨®micos. Se trata de un proceso por el que las econom¨ªas nacionales se integran en el marco mundial, de modo que su evoluci¨®n depender¨¢ cada vez m¨¢s de los mercados internacionales y menos de la pr¨¢ctica pol¨ªtica de los Gobiernos. Lo global es la referencia de nuestra ¨¦poca, el capitalismo del siglo XXI.
El debate est¨¢ abierto. Cada vez con m¨¢s frecuencia se multiplican las reflexiones sobre las secuelas que para el bienestar de los ciudadanos conlleva la globalizaci¨®n. Que la misma est¨¢ teniendo efectos muy beneficiosos para amplias zonas del planeta en las que, de seguir aisladas, no hubiera fluido nunca la riqueza, lo muestra la realidad; sin esta tendencia a la mundializaci¨®n de las finanzas y los intercambios no habr¨ªan circulado los capitales necesarios para el crecimiento, ya que la endeblez del ahorro interno lo hubiese imposibilitado. Espa?a es buen ejemplo de ello.
Hay tres ampl¨ªsimas regiones -que suponen el 50% de la poblaci¨®n mundial- que se han incorporado en los ¨²ltimos a?os a esa econom¨ªa global: la mayor parte de Asia -incluidos los mastodontes chino e indio-, un gran trozo de Am¨¦rica Latina y bastantes de los pa¨ªses de Europa del Este. Miles de millones de d¨®lares entran y salen de los nuevos mercados y millones de personas se aprovechan de este orden econ¨®mico. (Para que se sepa de qu¨¦ estamos hablando: las transacciones financieras diarias equivalen, por ejemplo, a la producci¨®n de bienes y servicios de Francia en un a?o). En algunos de estos pa¨ªses se gastar¨¢, en el futuro inmediato y pese a todos los ajustes, mucho dinero en infraestructuras: carreteras, alcantarillado, tel¨¦fonos, instalaciones sanitarias ... ; durante los tres ¨²ltimos lustros, la proporci¨®n de hogares con agua potable en el mundo ha crecido un 50% y la producci¨®n de energ¨ªa y el n¨²mero de l¨ªneas telef¨®nicas se ha duplicado.
No es extra?o, pues, que un liberal como Mario Vargas Llosa haya escrito: "Estamos asistiendo a un fen¨®meno extraordinariamente positivo, quiz¨¢ lo mejor que le ha ocurrido a la humanidad en toda su historia, que es la internacionalizaci¨®n total del planeta, la disoluci¨®n progresiva de fronteras en todos los campos, en lo cultural, en lo tecnol¨®gico" .
Pero del mismo modo que ser¨ªa absurdo negar la existencia de lo obvio, es irracional ocultar las derivaciones negativas de la globalizaci¨®n o sus aspectos m¨¢s inquietantes. Entre ellos las dudas sobre su compatibilidad con la profundizaci¨®n de la democracia, tal y como la conocemos: los Gobiernos libremente elegidos se muestran impotentes para reaccionar cuando una enorme masa de miles de millones de d¨®lares se desplaza en su contra y afectan a la normalidad de una naci¨®n; no hay reserva de divisas que resista m¨¢s de quince d¨ªas seguidos el embite de los mercados. George Soros, el financiero que sac¨® en un d¨ªa a la libra del Sistema Monetario Europeo, lo ha dicho con una extrema frialdad: "Los mercados votan cada d¨ªa, obligan a los Gobiernos a adoptar medidas ciertamente impopulares, pero imprescindibles. Son los mercados que tienen sentido de Estado".
Adem¨¢s, la mundializaci¨®n no es tal, puesto que todav¨ªa existen amplias zonas marginadas de la misma. Testificamos el espantoso drama africano, un continente con mil etnias, habitado por m¨¢s de 700 millones de personas repartidas por 53 Estados, muchos de los cuales no conocen esos formidables flujos financieros ni el impulso de la revoluci¨®n tecnol¨®gica. La globalizaci¨®n mutilada a¨ªsla tambi¨¦n a los marginados de nuestras sociedades desarrolladas, cuyo n¨²mero hace crecer la sociedad dual y cuyas posibilidades de promoci¨®n son escasas. El ¨²ltimo informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo es demoledor para esa otra globalizaci¨®n: en la ¨²ltima d¨¦cada han crecido las diferencias entre los pa¨ªses m¨¢s ricos y m¨¢s pobres; unos 3.000 millones de personas viven ahora mejor que antes, pero otros 1.600 millones han sufrido la experiencia contraria y no pueden sostener que sus hijos vivir¨¢n mejor que ellos. El capitalismo del siglo XXI tiene una caracter¨ªstica que le distingue de otras etapas: su legitimidad restringida; incluso quienes hacen su apolog¨ªa aceptan que seguir¨¢ habiendo capas de la poblaci¨®n desprotegidas.
La resultante de la globalizaci¨®n es, como todos los procesos sociales, contradictoria.
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Hay una trampa dial¨¦ctica en valorar ¨²nicamente el riego de capitales y mercanc¨ªas que comporta, o insistir tan s¨®lo en las limitaciones a la democracia y a la cohesi¨®n social; ambas son visiones parciales. Tampoco es v¨¢lida la ucron¨ªa del radiante porvenir que nos aguarda si aceptamos sin cambios la ortodoxia globalizadora, siguiendo el falso razonamiento que ya aplic¨® el socialismo real: los sacrificios de las generaciones presentes servir¨¢n para el progreso de las futuras. Ya sabemos su coste.
Para determinar la bondad de la globalizaci¨®n en los ciudadanos hay que combinar, a mi parecer, los tres vectores de una sociedad compensada: la competitividad de las empresas, el empleo de los asalariados y el Estado de bienestar de todos. Si cualquiera de ellos se desequilibra en detrimento de los otros dos, se rompe el modelo y aparece la crisis. La globalizaci¨®n crea unas ¨¦lites que no s¨®lo intercambian capitales o tecnolog¨ªas, sino modos culturales universalizados; entre ellos, una idea com¨²n del progreso. Pero estas ¨¦lites est¨¢n claudicando ante sus consecuencias negativas (la desigualdad, el paro estructural, la p¨¦rdida de autonom¨ªa, la uniformalizaci¨®n ... ) al considerarlas inevitables, irreductibles. La resignaci¨®n es la cuna de lo m¨¢s funesto de nuestra ¨¦poca: el fatalismo. Hay que salirse de esta regla de juego para avanzar en la discusi¨®n.
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