Jos¨¦ Donoso
Se fue de Espa?a hace exactamente, semana m¨¢s, semana menos, diecis¨¦is a?os. ?D¨®nde nos encontrar¨ªamos?, preguntamos. ?l me dijo: vuelvo all¨¢, donde t¨² y yo nacimos, para ajustar las cuentas con la vida. Hab¨ªamos pasado juntos un ¨²ltimo verano de fuego en Calaceite, dedicados a cosas menores, a frusler¨ªas, escribir, sabiendo, tal como dijimos, que abandon¨¢bamos de alguna manera las riveras familiares y que el son de la cuerda terminar¨ªa por ensordecernos en el fracaso de todo lo que consider¨¢bamos precioso, enorme, incomprensible. Verdad: Jos¨¦ Donoso respetaba la lucidez, el ingenio, las buenas maneras, respetaba la luz y las contradicciones de toda cosa viva. Vivi¨® -hoy lo s¨¦, pero s¨®lo hoy- para organizar una imaginaci¨®n paralela, un mundo "para m¨ª", con el estr¨¦pito que hacen los dioses creando, endiosado ¨¦l mismo, o endemoniado. Su vida era sin duda la vida m¨ªa, y su muerte, ahora, no s¨¦, es m¨¢s m¨ªa a¨²n, pues la preserva la dik¨¦ de una felicidad compartida, de un pasado que terminar¨¢ ahog¨¢ndonos a ambos.El pueblo, consternado, hizo aparecer criaturas que cre¨ªan que Donoso hab¨ªa muerto tiempo ha, como los h¨¦roes que pertenecen m¨¢s al dime y al direte que a la realidad de los vecinos. Ahora, convencidos, esperan que la gran ola termine con tanta mala memoria, con las consabidas conjeturas, y que lo que queda de este gran capit¨¢n termine diluy¨¦ndose como un espectro cl¨¢sico entre la niebla de los olivos. Pero no nos precipitemos, ¨¦l est¨¢ aqu¨ª, lo estar¨¢ en cualquier gesto de las manos ajenas que no lo tocaron, estar¨¢ en la duda, en la poes¨ªa, estar¨¢ en la certidumbre del cambio, en esa luz que lo lleva y lo levanta en su lugar invisible.-
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