Jos¨¦ Donoso o la vida hecha literatura
Era el m¨¢s literario de todos los escritores que he conocido, no s¨®lo porque hab¨ªa le¨ªdo mucho y sab¨ªa todo lo que es posible saber sobre vidas, muertes y chismograf¨ªas de la feria literaria, sino porque hab¨ªa modelado su vida como se modelan las ficciones, con la elegancia, los gestos, los desplantes, las extravagancias, el humor y la arbitrariedad de que suelen hacer gala sobre todo los personajes de la novela inglesa, la que prefer¨ªa entre todas.Nos conocimos en 1968, cuando ¨¦l viv¨ªa en las alturas mallorquinas de Pollensa, en una quinta italiana desde la que contemplaba las estrictas rutinas de dos monjes cartujos, sus, vecinos, y nuestro primer encuentro estuvo precedido de una teatralidad que nunca olvidar¨¦. Llegu¨¦ a Mallorca con mi mujer, mi madre y mis dos hijos peque?itos y Donoso nos invit¨® a almorzar a todos, a trav¨¦s de Mar¨ªa del Pilar, su maravillosa mujer, la jardinera de sus neurosis. Acept¨¦, encantado. Un d¨ªa despu¨¦s, volvi¨® a llamar Mar¨ªa del Pilar para explicar que, consider¨¢ndolo mejor, Pepe pensaba que era preferible excluir a mi madre de la invitaci¨®n porque su presencia pod¨ªa perturbar nuestro primer contacto. Acept¨¦, intrigado. La v¨ªspera del d¨ªa fasto, nueva llamada de Mar¨ªa del Pilar: Pepe hab¨ªa pedido el espejito, y el almuerzo deber¨ªa, tal vez, cancelarse. ?Qu¨¦ espejito era ¨¦se? El que Pepe ped¨ªa aquellas tardes en que sent¨ªa a las Parcas rond¨¢ndolo, el que escrutaba con obstinaci¨®n en espera de su ¨²ltimo aliento. Repuse a Mar¨ªa del Pilar que, almuerzo o no almuerzo, espejito o no espejito, yo ir¨ªa a Pollensa de todas maneras a conocer en persona a ese loco furioso.
Fui y sedujo a toda la familia con su brillantez, sus an¨¦cdotas y sobre todo con sus obsesiones, que ¨¦l exhib¨ªa ante el mundo con el orgullo y la munificencia con que otros exhiben sus colecciones de cuadros o estampillas. En aquellas vacaciones nos hicimos muy amigos y nunca dejamos de serlo, a pesar de que jam¨¢s, creo, estuvimos de acuerdo en nuestros gustos y disgustos literarios, y de que yo consegu¨ª varias veces, en los a?os siguientes, sacarlo de sus casillas asegur¨¢ndole que ¨¦l elogiaba Clarissa, Middlemarch y otros bodrios parecidos s¨®lo porque se los hab¨ªan hecho leer a la fuerza sus profesores de Princeton. Palidec¨ªa y se le inyectaban los ojos, pero no me apretaba el pescuezo porque esas intemperancias son inadmisibles en las buenas novelas.
Estaba escribiendo en esa ¨¦poca su novela m¨¢s ambiciosa, El obsceno p¨¢jaro de la noche, y, secundado hasta extremos heroicos por Mar¨ªa del Pilar, reviv¨ªa y padec¨ªa en carne propia las man¨ªas, traumas, delirios y barrocas excentricidades de sus personajes. Una noche, en casa de Bob Flakoll y Claribel Alegr¨ªa, nos tuvo hipnotizados a una docena de comensales, escuch¨¢ndolo referir -no, m¨¢s bien, interpretar, cantar, mimar-, como un profeta b¨ªblico o brujo en trance, historias ciertas o supuestas de su familia: una tatarabuela cruzaba los Andes en una hom¨¦rica carreta de mulas, acarreando putas para los burdeles santiaguinos, y otra, presa de man¨ªa envoltoria y paquetera, guardaba sus u?as, sus pelos, las sobras de la comida, todo lo que dejaba de servir o ser usado, en primorosas cajitas y bolsas que invad¨ªan closets, armarios, rincones, cuartos y, por fin, su casa entera. Hablaba con tanta pasi¨®n, gesticulando, transpirando, echando llamas por los ojos, que contagi¨® a todo su auditorio su fascinaci¨®n, y cuando aquello termin¨®, como quien ve caer el tel¨®n al t¨¦rmino de una obra de Ghelderode o llega al punto final del Obsceno p¨¢jaro de la noche, todos nos sentimos trist¨ªsimos, abatidos de tener que abandonar aquellos apocal¨ªpticos delirios por la mediocre realidad. Digo todos, y miento; en realidad, all¨ª tambi¨¦n estaba un cu?ado de Claribel, noruego y bi¨®logo marino, que no entend¨ªa espa?ol. Estuvo toda la noche l¨ªvido y encogido en el borde del asiento, temblando; m¨¢s tarde, confes¨® que, en muchos momentos de aquella memorable, incomprensible y ruidosa velada, pens¨® que no iba a sobrevivir, que ser¨ªa sacrificado.
Todo en Jos¨¦ Donoso fue siempre literatura, pero de la mejor calidad, y sin que ello quiera decir mera pose, superficial o fr¨ªvola representaci¨®n. Compon¨ªa sus personajes con el esmero y la delicadeza con que el artista m¨¢s depurado pinta o esculpe, y luego se transubstanciaba en ellos, desaparec¨ªa en ellos, recre¨¢ndolos en sus menores detalles y asumi¨¦ndolos hasta las ¨²ltimas consecuencias. Por eso no es de extra?ar que el personaje m¨¢s hechicero que invent¨® fuera aquel conmovedor viejo travestido de El lugar sin l¨ªmites, que en el mundillo de camioneros y matones semianalfabetos en el que vive se disfraza de manola y baila flamenco aunque en ello le vaya la vida. Aunque escribi¨® historias de m¨¢s empe?o y m¨¢s complejas, este relato es el m¨¢s acabado de los suyos, en el que m¨¢s perfectamente est¨¢ Fingido ese mundo enrevesado, neur¨®tico, de rica imaginer¨ªa literaria, re?ido a muerte con el naturalismo y el realismo tradicionales de la literatura latinoamericana, hecho a imagen y semejanza de las pulsiones y fantasmas m¨¢s secretos de su creador, que deja a sus lectores.
Entre los muchos personajes que Pepe Donoso encam¨®, varios de los cuales tuve la suerte de conocer y gozar, me quedo ahora con el arist¨®crata, tipo Tomasso de Lampedusa, que fue los a?os que vivi¨® en las sierras de Teruel, en el pueblecito de Calaceite, donde reconstruy¨® una hermosa casa de piedra y donde las travesuras de mis hijos y su hija Pilar le sugirieron la historia de su novela Casa p¨¢gina siguiente Viene de la p¨¢gina anterior
inform¨® de que ya se hab¨ªa comprado una tumba en el cementerio del lugar, porque ese paisaje de rugosa aspereza y montes lunares era el que m¨¢s conven¨ªa a sus pobres huesos. La segunda, comprob¨¦. que ten¨ªa en su poder las llaves de las iglesias y sacrist¨ªas de toda la regi¨®n, sobre las que ejerc¨ªa una especie de tutor¨ªa feudal, pues nadie pod¨ªa visitarlas ni entrar a orar en ellas sin su permiso. Y la tercera, que, adem¨¢s de pastor supremo o supersacrist¨¢n de la comarca, oficiaba tambi¨¦n de juez, pues, sentado a la puerta de su casa y embutido en alpargatas y un mameluco de avispero, dirim¨ªa los conflictos locales que los vecinos pon¨ªan a su consideraci¨®n. Representaba maravillosamente ese papel, y hasta su aspecto f¨ªsico, la melena gris y las barbas descuidadas, la mirada profunda, el adem¨¢n paternal, la mueca bondadosa, el desva¨ªdo vestuario, hac¨ªa de ¨¦l el patricarca intemporal, un se?or de esos de horca y cuchilla de los tiempos idos.
La ¨¦poca en que lo vi m¨¢s fue la de Barcelona, entre 1970 y 1974, cuando, por una conspiraci¨®n de circunstancias, la bella ciudad mediterr¨¢nea se convirti¨® en la capital de la literatura latinoamericana o poco menos. ?l describe una de esas reuniones -en casa de Luis Goytisolo- en su Historia personal del "boom", que jalonan aquellos a?os exaltantes en que la literatura nos parec¨ªa tan importante y tan capaz de cambiar la vida de las gentes, y en los que milagrosamente parec¨ªa haberse abolido el abismo que separa a escritores y lectores espa?oles
e hispanoamericanos, y en los que la amistad nos parec¨ªa tambi¨¦n irrompible, con una nostalgia que se trasluce entre las l¨ªneas de su prosa empe?ada en guardar una inglesa circunspecci¨®n. Es una noche que yo recuerdo muy bien, porque la viv¨ª y porque la reviv¨ª ley¨¦ndola en su libro, y hasta podr¨ªa ponerle una apostilla de algo que ¨¦l suprimi¨®, aquella an¨¦cdota que sol¨ªa contar cuando estaba embalado y en confianza -y la contaba de tal modo que era imposible no cre¨¦rsela- de cuando era pastor en las soledades magall¨¢nicas, y castraba carneros a la manera primitiva, es decir, a mordiscos ("?As¨ª, as¨ª, juas, juas!") y escupiendo luego las preseas a veinte metros de distancia. Alguna vez lo o¨ª jactarse de haber dado cuenta, ¨¦l solo y con sus dientes, de la virilidad de por lo menos un millar de indefensos carneros del remoto Magallanes.
Las dos ¨²ltimas veces que lo vi, el a?o pasado, y hace unos meses, en Santiago, supe que esta vez la literatura ya no estaba de por medio, o, m¨¢s bien, que aquello era literatura realista, documental puro. Hab¨ªa enflaquecido much¨ªsimo y apenas pod¨ªa hablar. La primera vez, en la cl¨ªnica donde acababan de operarlo, me habl¨® de Marruecos y comprend¨ª que me hab¨ªa confundido con Juan Goytisolo, de quien hab¨ªa le¨ªdo no hac¨ªa mucho un libro que le daba vueltas en la memoria. Cuando me desped¨ª de ¨¦l, Ia segunda vez, estaba tendido en su cama y casi sin aliento. "Henry James es una mierda, Pepe". El me apret¨® la mano para obligarme a bajar la cabeza hasta ponerla a la altura de su boca: "Flaubert, m¨¢s".
Pepe querido: ¨¦ste no es un homenaje. Esto es s¨®lo un art¨ªculo. El verdadero homenaje te lo voy a rendir ahora, a solas, leyendo de principio a fin, con esa mirada atenta, intensa y un poco mal¨¦vola con que debe leerse la buena literatura, tus Conjeturas sobre la memoria de mi tribu, que compr¨¦ en el aeropuerto de Madrid hace una semana, que hac¨ªa cola en mi velador entre los libros por leer y que he decidido poner a la cabeza de la fila.
Copyright
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.