El juguete averiado
En estas ¨²ltimas semanas, a ra¨ªz de la devoluci¨®n de los tres cuadernos de Aza?a robados en 1937, se han sucedido una serie de art¨ªculos con opiniones de todo tipo, unas acertadas y otras disparatadas, tanto sobre la valoraci¨®n literaria de Aza?a y su vocaci¨®n pol¨ªtica como del destino que habr¨ªa que dar a tales diarios. Sorprende en primer lugar que todo el mundo haya sostenido, incluso historiados profesionales, que esos diarios, aunque vergonzosamente mutilados y manipulados, fueron editados por primera vez en 1939 por Joaqu¨ªn Arrar¨¢s. Para la reconstrucci¨®n de su peripecia es importante aclarar que existe una edici¨®n anterior, de 1938, publicada en Santiago de Chile. Se titul¨® Memorias ¨ªntimas y secretas de Manuel Aza?a, con el subt¨ªtulo (La Rep¨²blica Espa?ola y sus hombres juzgados por el presidente). Documentos sensacionales. ?ste es un libro editado muy pobremente, al contrario que el de Arrar¨¢s, y est¨¢ igualmente mutilado y lleno de infames e importunos comentarios. Lo editaron seguramente los servicios de propaganda franquistas, que trataban de ese modo de contrarrestar las muy numerosas simpat¨ªas que la causa de la Rep¨²blica despertaba en la poblaci¨®n arnenicana, como cuando los mismos servicios hicieron circular en Buenos Aires una incre¨ªble d¨¦cima atribuida a Lorca y titulada ?Espa?a!En Chile resid¨ªa por entonces Samuel Ros, un escritor sobresaliente por el que Ridruejo sinti¨® siempre una sincera admiraci¨®n. Por la ¨¦poca en que fueron robados los cuadernos de Aza?a, Ros se evadi¨® por la embajada que ese pa¨ªs ten¨ªa en Madrid, al igual que S¨¢nchez Mazas. Ros alcanz¨® Chile, pero S¨¢nchez Mazas, que pretend¨ªa avadirse por Francia, cay¨® preso. Como ha recordado Patxo Unzueta citando a Zugazagoitia, en un momento determinado Aza?a plante¨® canjear al prisionero S¨¢nchez Mazas por sus propios diarios, idea que el Consejo de Ministros encontr¨® descabellada. Si Ros se ocup¨® o no de esa edici¨®n y de las glosas groseras que jalonan el texto, es cosa que no sabemos, aunque no parece su estilo. En el libro no figura nadie como autor de esa edici¨®n, que se remata con un cuadernillo con el facs¨ªmil de los cuadernos, probatorios de su autenticidad.
Que los diarios, al parecer extraviados y dormidos entre otros libros de la biblioteca de la hija de Franco, hayan aparecido ahora, 20 a?os despu¨¦s de, no tiene nada de extra?o, y s¨®lo quiere decir que en esa casa leen poco y consultan menos a¨²n la biblioteca, que por otro lado no debe ser tan numerosa, aunque seguramente la verdadera raz¨®n de este vac¨ªo haya que buscarla en el propio Aza?a. Basta leer la literatura de uno y otro bando para darnos cuenta de que Aza?a fue verdadera bestia negra de todos ellos, y s¨®lo cuando desde la derecha o desde posiciones liberales se ha vuelto a poner en circulaci¨®n su obra y su pensamiento pol¨ªtico han reaparecido tales cuadernos. Dicho de un modo po¨¦tico: los diarios no han aparecido antes porque, salvo unos pocos historiadores y dos o tres viejos aza?istas, nadie en el fondo estaba interesado en ese legado, del que entre todos hab¨ªan desmontado la espoleta.
Como quiera que sea, estos cuadernos, con los ya editados en M¨¦xico hace 30 a?os en la editorial Oasis, completar¨¢n esta obra llamada a ser la m¨¢s importante y le¨ªda de su autor, quiz¨¢ porque, entre otras razones, no est¨¢ escrita con ese otro estilo suyo elocuente, empastado y un poco retumbante, que marea un poco, en detrimento de sus asombrosas ideas.
Aza?a conoc¨ªa la importancia nacional, no s¨®lo personal, de tales documentos, y eso lo prueba el hecho de que los pusiera a resguardo con su cu?ado, quien fue traicionado por un subalterno del consulado en Ginebra. La historia es la que ha aparecido estos d¨ªas en los peri¨®dicos.
Bien si Aza?a pensara, en momentos de reposo, utilizar estos cuadernos para elaborar unas memorias, bien si se hubiese decidido a publicarlos en esa redacci¨®n primera, los diarios vienen a confirmar algo que por evidente a veces no quiere repetirse: que Aza?a era un hombre profundamente d¨¦bil, tanto como inteligente, melanc¨®lico y solitario. Conocemos muchas memorias de estadistas, escritas en la tranquilidad de sus retiros. Ahora, el caso de Aza?a es ¨²nico. No se habr¨¢ visto a nadie que teniendo la responsabilidad de gobernar en un pa¨ªs entonces ingobernable se dedique a llevar un diario de esta naturaleza, con efusiones l¨ªricas incluidas. Y ah¨ª viene la debilidad. Quienes llevan un diario suelen ser d¨¦biles por definici¨®n, al menos en el ¨¢mbito de lo p¨²blico: quieren contarse por escrito las cosas de otro modo a como realmente han sucedido, al menos como ellos creen que han sucedido. Es, para entendernos, una manera leg¨ªtima de vivir dos veces. En ese aspecto, en todo diario, no cabe duda, hay un proyecto de literatura: la ficci¨®n y la realidad tienen un v¨ªnculo que les une: la verdad. El que escribe un diario cree estar contando la suya y qui¨¦n sabe si restableciendo la de todos. De hecho, en los de Aza?a m¨¢s que en ningunos otros, nos topamos con el intento desesperado de relatar a los hombres del porvenir lo que sus contempor¨¢neos no quisieron creer. Dicho al rev¨¦s, si Aza?a hubiese podido hacer pol¨ªtica no habr¨ªa podido escribir sus diarios, no habr¨ªa tenido ni siquiera tiempo. Pudo hacerlo porque el tiempo le sobraba. El diarista es un orillado del tiempo, del tiempo social, al menos. El resultado fueron estas p¨¢ginas apasionantes. Aza?a fue un hombre que luch¨® en su vida s¨®lo por dos cosas, la literatura y la pol¨ªtica, y en ¨¦l esas dos causas fueron, en su ¨¦poca, unas causas perdidas. Es curioso, sin embargo, que hoy todo el mundo se reclame deudo suyo, despu¨¦s de que lo tuvieran todos, izquierdas y derechas, apartado en un rinc¨®n, como a juguete de hojalata lleno de abollones. El viejo juguete se ha puesto a andar y empieza una violenta disputa para determinar qui¨¦nes son los aut¨¦nticos herederos. Veremos ahora la reunificaci¨®n de los diarios de Aza?a como la reconciliaci¨®n de aquellas dos Espa?as que se inventaron quienes no creyeron jam¨¢s en la tercera, que era precisamente la que defend¨ªa ¨¦l. Por fin, s¨®lo quedan los peque?os pero muy importantes detalles: qui¨¦n es el leg¨ªtimo propietario de los manuscritos, qui¨¦n va a editarlos, etc¨¦tera.
Juan Marichal ha expresado el deseo de que "al patriotismo del gesto de la donante" de devolver estos diarios al Estado se sume el de los due?os del resto de los manuscritos, ya publicados en 1968. Marichal s¨®lo pudo hablar del "patriotismo de la donante" seguramente en un momento de reblandecimiento, ante la alegr¨ªa de la recuperaci¨®n, ya que no consta en ninguna parte que devolver lo robado 60 a?os despu¨¦s de robado sea un gesto patri¨®tico. Bien es verdad que Franco o su hija pod¨ªan haberlos destruido con gasolina y una cerilla o sacado fuera de Espa?a para venderlos en una subasta, obteniendo por ellos una bonita cantidad, pero seguramente el patriotismo de que hicieron gala durante 40 a?os les ha puesto en la posici¨®n de no necesitar el dinero, gracias a Dios. En cuanto a acusar de falta de patriotismo a Enrique de Rivas Cherif, actual y leg¨ªtimo propietario del resto de manuscritos, si no se desprende de ellos, es como llamar malas personas a los herederos de Pedro Salinas por no ceder los manuscritos y derechos de autor del poeta al pueblo de Madrid, que tanto le quiso y tanto le debe, o llamar desalmados a quienes, como el burgu¨¦s Aza?a, creemos que de la propiedad privada ha de disponer siempre el individuo y no el Estado o las coacciones falsamente morales. ?Y para qu¨¦ querr¨ªa el Estado el manuscrito si ya tenemos el texto? Se ve que a Marichal s¨®lo le molesta que lo tenga otro.
Lo importante, en fin, ni siquiera es que hayan aparecido estos diarios. Lo ¨²nico importante ahora es que sean le¨ªdos, por lo menos tanto como los antiguos, que tampoco lo fueron mucho nunca, a tenor de las cosas que seguimos diciendo los espa?oles.
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