Cainitas
En un pasaje de La ciudad de Dios (libro XV, cap¨ªtulo 5), Agust¨ªn de Hipona nos presenta un argumento, ciertamente fant¨¢stico desde nuestra perspectiva actual, para defender la imposibilidad de acceder a un gobierno leg¨ªtimo en la "ciudad terrena". Viene a sostener que el gobierno de los humanos es irredimible, porque en ¨²ltima instancia se sustenta sobre el parricidio. El ejemplo cl¨¢sico es el de la fundaci¨®n de Roma, cuyos "primeros muros se humedecieron con la sangre fraterna" tras el asesinato de Remo a manos de su hermano R¨®mulo. Este acto de cruenta constituci¨®n de las comunidades pol¨ªticas tiene, sin embargo, su antecedente m¨¢s remoto en el mismo crimen de Ca¨ªn, a quien la Biblia le atribuye el para san Agust¨ªn dudoso privilegio de ser el "primer fundador de ciudades". Y este parricidio ser¨ªa adem¨¢s doblemente perverso, pues la motivaci¨®n que lo gu¨ªa no es la habitual en estos casos, la ambici¨®n de poder o el deseo de gloria, sino "la envidia diab¨®lica con que envidian los malos a los buenos sin otra causa que el ser buenos unos y malos los otros".Salvadas todas las distancias, no he podido menos que recordar estas palabras al leer en este mismo peri¨®dico el ¨²ltimo bar¨®metro de invierno de Demoscopia sobre la confianza que generan las diferentes instituciones y grupos pol¨ªticos. El estigma de Ca¨ªn parece seguir proyect¨¢ndose sobre los pol¨ªticos a tenor de dichos resultados, ya que aparecen claramente como la instituci¨®n o grupo peor valorado. En un principio llama la atenci¨®n que ello no es ¨®bice para afirmar una valoraci¨®n positiva de otras instituciones -Parlamento, el gobierno de las comunidades aut¨®nomas o los ayuntamientos- que est¨¢n, obviamente, integradas por pol¨ªticos. Hasta el mismo Gobierno del Estado es enjuiciado considerablemente mejor. Esto puede producir cierta perplejidad, y en parte puede ser uno de los resultados inducidos por el mismo cuestionario al separarlos tan radicalmente, como grupo diferenciado, de dichas instituciones.
Sin embargo, esta presentaci¨®n separada es bastante pertinente, pues permite detectar la percepci¨®n de los profesionales de la pol¨ªtica como clase, con sus intereses, actitudes y modos comunes. Y nos faculta, adem¨¢s, para hilvanar algunas reflexiones sobre la percepci¨®n actual de la vida pol¨ªtica.
La primera reflexi¨®n que cabe hacer, y que es ciertamente positiva, es que las instituciones parecen haberse hecho inmunes a quienes de ellas disponen. ?No es ¨¦ste el sue?o de toda estrategia del liberalismo democr¨¢tico y del Estado de derecho, dirigida a salvaguardar las instituciones -y con ellas a la "libertad"- de la acci¨®n de sus ocupantes? Es lo que hay detr¨¢s de aquella conocida m¨¢xima liberal de la necesidad de lograr el "gobierno de las leyes y no de los hombres", de la divisi¨®n de poderes y, en fin, de todo el entramado institucional en el que vivimos, que est¨¢ montado sobre la desconfianza hacia el gobernante. Los resultados de la encuesta confirman, pues, su eficacia: dicho entramado ya no se cuestiona, goza de plena legitimidad. Si estamos en general satisfechos de nuestro orden constitucional y no vemos necesario aventurarnos en experimentos de reforma institucional, es l¨®gico que la responsabilidad por los -males de la pol¨ªtica se proyecte entonces hacia quienes "la hacen", no a las reglas que la sustentan. Un avance, desde luego, siempre y cuando -y esto comienza a ser dudoso- no se comience a hacer una utilizaci¨®n partidista de las instituciones del Estado.
Otra es la lectura si entendemos que la sanci¨®n no se dirige tanto hacia "los pol¨ªticos" concretos cuanto hacia la pol¨ªtica misma, hacia la forma de hacer pol¨ªtica en nuestros d¨ªas. Me explico. Nadie duda que la evaluaci¨®n negativa de los pol¨ªticos obedece en gran parte a la profusi¨®n de esc¨¢ndalos que han salpicado a la clase pol¨ªtica a lo largo de los ¨²ltimos a?os, as¨ª como a la incongruencia entre su discurso electoral y lo que efectivamente hacen una vez llegados al poder. Como se vio tras las ¨²ltimas elecciones, la fungibilidad de dichos discursos es directamente proporcional a su instrumentalidad para obtener votos o alcanzar compromisos. Por otra parte, el espect¨¢culo de sus desavenencias y conflictos internos proyecta una imagen poco agraciada, que hasta ahora ha tenido adem¨¢s una inmediata retirada de apoyo electoral en aquellas formaciones que se han visto m¨¢s afectadas por ellos. Lo mismo cabe decir del impulso opuesto, la abolici¨®n por decreto de toda disidencia y pluralismo interno, del que tambi¨¦n hay muchos y recientes ejemplos. Se mueven, pues, en una situaci¨®n de doble v¨ªnculo: si se homogeneizan demasiado, se les acusar¨¢ de monolitismo y uniformidad, y si se pasan en el ejercicio de la cr¨ªtica y la disidencia con respecto a la mayor¨ªa de su grupo, la imputaci¨®n es de "crisis interna". Todo ello no obsta, por supuesto, para que no quepa deslindar ambas patolog¨ªas de lo que cabe evaluar como un pluralismo aut¨¦ntico.
Ser¨ªa absurdo por mi parte pretender negar la consistencia de ¨¦sas u otras cr¨ªticas dirigidas a los pol¨ªticos. Pero s¨ª considero relevante arrojar alguna luz sobre las condiciones dentro de las cuales deben ejercer su oficio, que hoy les condena casi a una impopularidad permanente. No en vano este fen¨®meno de la mala prensa de los pol¨ªticos est¨¢ generalizado en pr¨¢cticamente todos los sistemas democr¨¢ticos. Para empezar, si exceptuamos quiz¨¢ a los protagonistas de la prensa del coraz¨®n, no hay ning¨²n otro grupo social sobre el que se proyecte con tanta intensidad la luz p¨²blica. De'su sorprendente efecto pueden dar buena cuenta muchos otros gremios que, por unas u otras razones, se han visto expuestos coyunturalmente al escrutinio p¨²blico. Con el agravante de que la evaluaci¨®n de su actividad no se somete a un criterio de verdad distinto 4el que le otorga la opini¨®n. Esta se sustenta, a su vez, sobre una presentaci¨®n polarizada de la realidad. Salvo contadas excepciones, cada grupo pol¨ªtico busca diferenciarse del contrario a trav¨¦s de una particular lectura de lo que acontece. En eso consiste esencialmente el juego Gobierno / oposici¨®n: en la introducci¨®n de un c¨®digo dirigido a negar no ya s¨®lo los m¨¦ritos que pueda atribuirse la otra parte, sino la misma construcci¨®n y explicaci¨®n del mundo en la que apoya sus pronunciamientos. No hay "hechos objetivos", sino -por as¨ª decir- distintas visiones de los mismos que combaten por afirmarse y conseguir apoyos.
Dichas visiones aparec¨ªan antes arropadas detr¨¢s de eso que se llamaban ideolog¨ªas totalizadoras. Su fraccionamiento debido a los nuevos imperativos de la mundializaci¨®n, la integraci¨®n supranacional y la b¨²squeda desesperada de un discurso capaz de englobar a sectores cada vez m¨¢s amplios de la poblaci¨®n ha conseguido trivializarlas dentro de una incoherente amalgama de consignas. Sigue viva -?c¨®mo no!- la distinci¨®n izquierda / derecha o progresista / conservador, pero la percepci¨®n que se tiene de sus contenidos ha perdido la nitidez de anta?o y se refugia ora en burdos clich¨¦s ora en oportunistas tomas de partido. Al argumento le sustituye la invectiva, y el ciudadano asiste at¨®nito al espect¨¢culo de un consenso en lo esencial -?qui¨¦n se opone a los postulados del tan tra¨ªdo y llevado "pensamiento ¨²nico"?- y un disenso fratricida en lo dem¨¢s. El ciudadano, al que por lo dem¨¢s se le supone una disposici¨®n impecable, no tiene muchas m¨¢s opciones que alienarse de la pol¨ªtica o, y esto es un mal menor, retirarles su afecto. Con todo, dada su insistencia por acceder al poder o encaramarse a ¨¦l, hay que imaginar -como dec¨ªa Camus respecto de S¨ªsifo- a los pol¨ªticos felices.
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