'Prince'
El humorista especula en torno a la suerte de un perro condenado a muerte por haber matado a un gallo
Al perro estadounidense Prince se le ha conmutado la pena de muerte por haber matado a un gallo. Norteam¨¦rica, el pa¨ªs de los pa¨ªses, lo ha publicado en nuestro PA?S. Y todos los millones de ciudadanos yanquis han dado un suspiro de alivio al haber detenido semejante barbaridad, como es la de que un perro mate a un gallo. S¨ª, se?ores, condenado a muerte, a una inyecci¨®n letal con que pagar su culpa. Pero yo me pregunto, y muchas m¨¢s gentes tambi¨¦n conmigo: ?se han escuchado las razones que Prince tuvo para matar al gallo? ?Fue producto de un incontrolable impulso repentino? ?Fue por robo? ?Se trat¨® de un caso de celos, ya que todos sabemos c¨®mo se las gastan los gallos en materia sexual? ?Hubo algo inconfesable entre el gallo y la posible novia de Prince?Nada se sabe sobre esto. Y hay que imaginar las noches de angustia que habr¨¢ Pasado el pobre perro al enterarse de su condena a muerte. Porque no se trataba de varios meses o a?os de presidio, sino de la pena capital Washington. Imagino a Prince tan tranquilo despu¨¦s de su haza?a, cuando de pronto, as¨ª, repentinamente, se entera de que va a ser ajusticiado (que viene de justicia).
Tampoco se sabe nada sobre si se le dio oportunidad a su abogado defensor de preparar una defensa a la que todo culpable tiene derecho. No, se le conden¨® a priori sin m¨¢s averiguaciones, sin una investigaci¨®n l¨®gica y justa.
Pero ese pueblo tan admirable que es o son los EE UU levant¨® su voz ante tama?a aberraci¨®n con el fin de salvar una vida, que nada tiene que ver con la de salvar a un pobre negro que haya matado 12 ancianas embarazadas de una patada en el vientre.
Nadie sabe lo que son esas interminables noches del condenado a muerte. Sobre todo de una muerte que, desde el punto de vista del propio Prince, no tiene la menor importancia, pues que un perro mate un gallo, de cualquier manera, es el deber de casi todo perro ante el animal m¨¢s chulo, pol¨ªgamo y desvergonzado del mundo. ?Qui¨¦n no ha observado la manera de comportarse de cualquier gallo en su har¨¦n. Mira de reojo, levanta la cabeza ladeada, camina acompasadamente, lanza un quiquiriqu¨ª sin venir a cuento, da un salto, se sube encima de una de sus concubinas y le echa un viaje de no m¨¢s de tres segundos. Luego se apea de la gallina y contin¨²a su camino igual de chulo e igual de facha.
No soy partidario de la pena de muerte en ning¨²n caso, excepto en la defensa propia. Y, si me apuran, en alguna circunstancia que me recuerde al gallo. Pero la justicia es la justicia y nadie ignora que en Norteam¨¦rica es donde se imparte con m¨¢s justicia. ?Hasta el propio due?o del gallo ha abogado por la libertad de Prince, porque, como dijo ¨¦l, "ya nadie me puede devolver el gallo".
Y esa justicia, siempre a lomos de la equidad, decidi¨® conmutarle la pe, a de muerte a cambio del destierro. ?El destierro! ?Qu¨¦ horror para un pobre perro solo, sin familia, sin amigos, sin empleo, sin un solo d¨®lar que llevarse a las fauces, por esos caminos de Dios y el diablo! Claro que es mejor el destierro que la muerte, aunque no siempre.
Felizmente, todo ha terminado como en un cuento de los hermanos Grimm. Miles y miles de familias yanquis se han ofrecido para adoptar o cuidar a Prince el resto de sus d¨ªas. Y tambi¨¦n porque saben que el infeliz perro estar¨¢ ahora completamente arrepentido de su villan¨ªa, de su atrocidad, de su crimen.
Pero esto se puede hacer con un perro, y no con un negro que haya matado de una patada... En fin, lo dicho.
Y ahora no me van a creer si les digo que, en cierto modo, siento una feroz envidia por Prince. ?Qu¨¦ habr¨ªan hecho conmigo los espa?oles si yo hubiera asesinado a un gorila, que es la diferencia que debe haber entre un perro y un gallo?
Todo este caso parece m¨¢s el producto de una mente enferma o desviadora, o la de un cuentista de profesi¨®n.
Pero dejemos la pol¨ªtica en paz.
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