La carrera del fin de siglo
Polonia teme una campa?a rusa de desinformaci¨®n destinada a hacer descarrilar su entrada en la primera tanda de la OTAN ampliada. Su ministro de Seguridad, Zbigniew Semiatkowski, ha advertido que Mosc¨² va a intentar sugerir a Occidente que los dirigentes de algunos de sus antiguos sat¨¦lites son poco fiables. Hace poco m¨¢s de un a?o que el entonces primer ministro Jozef Oleksy, ex comunista, se vio forzado a dimitir por unas acusaciones nunca probadas de que hab¨ªa pasado informaci¨®n a un conocido agente ruso. Al responsable polaco de Exteriores, Dariusz Rosati, le ha faltado tiempo, aprovechando esta semana la visita a Varsovia de su colega h¨²ngaro, para aplaudir la agenda y filosof¨ªa de la ampliaci¨®n explicada por la secretaria de Estado Madeleine Albright, ella misma checoslovaca de nacimiento.Polonia, junto con Hungr¨ªa y la Rep¨²blica Checa, esperan estar en la primera oleada de los antiguos miembros del Pacto de Varsovia que ser¨¢n invitados, en la cumbre de Madrid de julio, a integrarse en la Alianza a finales de 1999.
El banderazo de salida para la apertura de la OTAN al Este ha puesto en pie de guerra a los catec¨²menos de Europa oriental, virtualmente todos con la equ¨ªvoca excepci¨®n de la Eslovaquia de VIadimir Meciar, que organizar¨¢ en junio un refer¨¦ndum. Rumania y Hungr¨ªa, abiertamente enfrentadas por cuestiones ¨¦tnicas, arreglaron el a?o pasado su contencioso a prop¨®sito de la minor¨ªa h¨²ngara en Transilvania. En un gesto ins¨®lito, el nuevo Gobierno anticomunista rumano se acaba de comprometer a formar un batall¨®n conjunto con su vecino magiar. Todo con el fin de agradar a Washington, que exige de los aspirantes que arreglen previamente sus conflictos bilaterales.
La certeza de que antes de fin de siglo Europa va a estar dividida por una nueva frontera, la que correr¨¢ entre los miembros de la OTAN y quienes no lo sean -pa¨ªses de segunda ¨¦stos- ha desatado una fiebre por un buen puesto en la parrilla de salida. En el caso de los menos cualificados (Bulgaria, Rumania, Albania) se trata de un verdadero s.o.s en espera de una nueva oportunidad que se ve muy lejana en el tiempo.
Gobernantes y gobernados en Europa oriental perciben a la Alianza no s¨®lo como un selecto club, ahora de 16 miembros, que vela por la tranquilidad de sus miembros y favorece su bienestar econ¨®mico. Para el conjunto de los antiguos sat¨¦lites de la URSS, la OTAN es adem¨¢s su ¨²nica garant¨ªa contra una futura y eventual presi¨®n rusa para reincorporarles a su ¨®rbita
Por eso Bulgaria, gobernada hasta el mes pasado por ex comunistas con una buena relaci¨®n con Mosc¨², se ha apresurado -una vez convocadas elecciones generales en abril, que ganar¨¢n los conservadores- a reafirmar su voluntad de integraci¨®n urgente. Para conseguir estar entre los primeros, todos exhiben sus mejores galas: ej¨¦rcitos listos para el inevitable cambio organizativo y tecnol¨®gico, sistemas pol¨ªticos plenamente representativos, valor estrat¨¦gico fuera de toda duda.
Al final, las relaciones de cada aspirante con Rusia ser¨¢n decisivas en el ritmo de admisi¨®n al club atl¨¢ntico. En Polonia, Hungr¨ªa o la antigua Checoslovaquia se desarrollaron de manera muy distinta que en el sureste europeo. En el norte, el final del comunismo signific¨® en t¨¦rminos generales el ascenso de una nueva clase de l¨ªderes pol¨ªticos, forjados muchas veces en las catacumbas de la disidencia.
En el sur no ha sido as¨ª. No s¨®lo no ha habido disidencia seria en pa¨ªses como Rumania, Bulgaria, Albania o la antigua Yugoslavia, sino que en algunos de ellos el desplome del partido no signific¨® el final de sus m¨¦todos: los nuevos. o antiguos dirigentes se enmascararon en el hurac¨¢n de 1989. En Bucarest, los herederos de Ceausescu s¨®lo fueron desalojados del poder el pasado noviembre. En Sof¨ªa ha sido el hambre lo que ha forzado a los antiguos comunistas a marcharse precipitadamente. En Tirana, un estalinismo paranoico ha dado paso al r¨¦gimen autoritario y electoralmente fraudulento del presidente Berisha. El criptocomunista Milosevic se ha mantenido al tim¨®n en Serbia apelando a un ultranacionalismo devastador.
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