La prosa de la vida
S¨®lo ha existido un Miguel de Cervantes en la literatura del mundo, pero en compensaci¨®n proliferan los Cervantes conjeturales o ap¨®crifos, los Cervantes tergiversados o caricaturizados para que se ajusten a los prop¨®sitos de cada erudito cervantino de cada literato que reclame su herencia o reniegue de ¨¦l ejerciendo esa variedad tan espa?ola de la audacia intelectual que consiste en la irreverencia analfabeta. De la vida del verdadero Cervantes, a quien Jean Canavaggio dedic¨® una hermosa biograf¨ªa, casi lo ¨²nico que se sabe con certeza es que oscil¨® entre la mediocridad y la desgracia, y que lo m¨¢s com¨²n en ella fue el fracaso. La posteridad ha igualado enga?osamente a Cervantes y a Shakespeare, pero Shakespeare, que es tambi¨¦n sobre todo un fantasma, disfrut¨® en vida la prosperidad y el reconocimiento, y al final de ella se retir¨® dignamente como un hacendado local, convirti¨¦ndose enseguida, despu¨¦s de su muerte, en el h¨¦roe indisputado de las letras inglesas, objeto de un culto civil que no se ha amortiguado en los ¨²ltimos siglos y que a¨²n hoy sigue vivificando la literatura, el teatro y hasta el cine hechos en ese idioma.A Cervantes lo persigue en la vida y en la muerte eso que llama Borges "la sombra de haber sido un desgraciado". En su letan¨ªa de nuestro se?or don Quijote, Rub¨¦n Dar¨ªo quiso rescatar al hidalgo de la polvorienta conspiraci¨®n de eruditos y perpetradores de discursos patri¨®ticos y catafalcos mortuorios que se hab¨ªa ido apoderando de ¨¦l, pero a Miguel de Cervantes nunca parece que lo rescate nadie de las c¨¢rceles sucesivas en que lo quieren encerrar, de las identidades adversas entre s¨ª que casi todo el mundo se siente autorizado a atribuirle. Hasta hace no mucho, a m¨ª el Cervantes que m¨¢s me irritaba era el de Miguel de Unamuno, ese "ingenio lego", para usar sus palabras, que habr¨ªa escrito el Quijote sin darse Cuenta de su verdadero significado, un poco por casualidad, o como resultado de una iluminaci¨®n de la que ¨¦l nunca fue consciente. A Unamuno, hablando de Cervantes, se le nota mucho que se considera por encima de ¨¦l, como deb¨ªa de considerarse por encima de pr¨¢cticamente todo el mundo, y parece que le indigna que el Quijote, en vez de ocurr¨ªrsele a ¨¦l mismo, como hubiera sido de justicia, lo hubiera inventado unos siglos antes aquel individuo indocto que carec¨ªa de la capacidad intelectual suficiente para comprender su grandeza (la grandeza de los dos, la de Don Quijote y la de Unamuno, por supuesto).
Yo no se en qu¨¦ medida es m¨¢s pr¨®ximo a la realidad el Cervantes humanista y jud¨ªo de don Am¨¦rico Castro, pero desde luego se corresponde m¨¢s con el tono de sutileza esquinada y de iron¨ªa del Quijote, y tiene la virtud de convertirse para algunos de nosotros en un compatriota lejano de desarraigos y melancol¨ªas espa?olas. Hace unas semanas, en este peri¨®dico, se publicaba un censo de los nuevos Cervantes posibles, de las ¨²ltimas modas en la invenci¨®n, la conjetura o la simple falsificaci¨®n del secreto de su vida, y una vez m¨¢s pod¨ªa observarse la plasticidad inagotable de la figura de ese hombre del que es posible que ni siquiera sepamos como fue su cara, porque tampoco hay certezas sobre ninguno de los retratos posibles que se le atribuyen. Esa cara que nadie conoce de verdad se vuelve un espejo vac¨ªo en el que cualquiera puede verse. Cuando Juan Goytisolo habla de un Cervantes heroico, perseguido y marginal, uno comprende que a quien est¨¢ viendo es a s¨ª mismo, igual que cuando Javier Mar¨ªas describe un Cervantes desde luego m¨¢s veros¨ªmil, pero nada ajeno a la figura de escritor con la que el propio Mar¨ªas se identifica.
Casi cualquier retrato de Cervantes tiende a ser un autorretrato imaginario: el Cervantes disidente y arisco de Goytisolo, el Cervantes jud¨ªo y eramista de Am¨¦rico Castro, el Cervantes ltalino al humorismo espa?ol y a la claustrofobia espa?ola de Javier Mar¨ªas. No me detengo, desde luego, en los Cervantes m¨¢s a la ¨²ltima moda universitaria norteamericana, el Cervantes explotador de sus hermanas de la cr¨ªtica feminista y el Cervantes gay de Rosa Rossi, tan jovialmente vindicado por Fernanndo Arrabal, que a¨²n cree, algo achacosamente, en las provocaciones que le dieron tanto ¨¦xito en Francia en tiempos ya lejanos, y que debe de estar convencido de que a¨²n queda quien se escandalice ante la hip¨®tesis de un Cervantes homosexual.
Bu?uel contaba que en los a?os sesenta hab¨ªa tenido un encuentro l¨²gubre con su antiguo amigo y colega surrealista Andr¨¦ Breton, los dos ya viejos, aburridos, glorificados, y que Breton le hab¨ªa dicho tristemente: "Luis, el esc¨¢ndalo ha muerto". El esc¨¢ndalo es ahora una cosa que se estudia en Bellas Artes y en los departamentos universitarios, y que suele recibir subvenciones de las diputaciones provinciales y las consejer¨ªas de Cultura, as¨ª que Fernando Arrabal ha debido de descubrir con sorpresa que a nadie le escandaliza y ni siquiera le llama la atenci¨®n que Cervantes pudiera amar a los hombres en lugar de a las mujeres.
Cristiano viejo o jud¨ªo, homosexual o no, erasmista o contrarreformista, Cervantes se nos escapa siempre con esa ligereza con que aparecen y desaparecen algunos de sus personajes, y lo que nos queda indiscutiblemente de ¨¦l, aparte de unos pocos documentos oscuros, es la evidencia de una literatura que tiene desde hace cuatro siglos la infatigable virtud de darle a cada lector lo que estaba buscando, de entristecer y provocar la risa, de revelar en su trama los hilos de casi todas las vidas y las experiencias posibles. El profesor Francisco Rico, que sabe tanto de Cervantes y de ese otro fantasma a¨²n m¨¢s herm¨¦tico que es el autor del Lazarillo, lo ha explicado hace unos d¨ªas con toda claridad: la grandeza de Cervantes est¨¢ en haber salvado a la novela de la prisi¨®n ret¨®rica de la literatura, entreg¨¢ndola al reino de la lengua hablada, es decir, a la prosa de la vida. Juan de Mairena se quejaba justo de eso, de la ausencia del aliento del habla en la literatura espa?ola. Sin duda desconoceremos siempre la cara de Cervantes, y no podremos reconstruir lo m¨¢s hondo de su biograf¨ªa, pero hay algo de lo que s¨ª estamos seguros: la voz que nos habla en el Quijote es la suya.
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