El santo advenimiento
En una presentaci¨®n del ¨²ltimo libro de Gustavo Bueno (El mito de la cultura, editado por Prensa Ib¨¦rica), tuve ocasi¨®n de especular acerca de un dato: el texto propiamente dicho del ensayo concluye en la p¨¢gina 222. Asever¨¦ que, trat¨¢ndose de Bueno, esto no pod¨ªa ser casual. El 2 es el n¨²mero de la oposici¨®n, de la dial¨¦ctica, y se repite tres veces, quedando inscrita as¨ª la dial¨¦ctica en el ternario, y dej¨¢ndonos la suma resultante a las puertas mismas del n¨²mero sagrado.Naturalmente, el ensayo concluye en la p¨¢gina 222, como pod¨ªa hacerlo en cualquier otra. Pero la llamada de atenci¨®n produjo alg¨²n desasosiego.
Ahora leo el ¨²ltimo libro de Eugenio Tr¨ªas (Pensar la religi¨®n, editado por Destino). Salvando todas las distancias, incluso una bastante obvia de tama?o, pues Bueno nunca ha hecho ensayo, sino tractatus, unen a Tr¨ªas y Bueno la asombrosa erudici¨®n y la perfecci¨®n literaria. Parece una redundancia decir de un fil¨®sofo que escribe bien. ?Es posible la buena filosof¨ªa en un mal escritor? La palabra escrita, bajo forma de discurso conceptual, ha acabado siendo la herramienta ¨²nica de la filosof¨ªa. No ser¨ªa concebible ahora, como en la antig¨¹edad cl¨¢sica o en la cristiana, una filosof¨ªa transcrita. S¨®crates y Cristo no tendr¨ªan hoy nada que hacer. La exactitud del concepto es indisociable de la verdad filos¨®fica. Esa condici¨®n exacta es radical, en el sentido de que pide principio en las ra¨ªces: la filosof¨ªa es en buena parte filolog¨ªa. Pero tambi¨¦n genesiaca: el fil¨®sofo hace nacer palabras, crea lenguaje, su lenguaje, como embarcaci¨®n para pasar al otro lado. El que no se suba en ella se queda en el Viejo Continente. En eso Bueno es maestro, y en el ¨²ltimo libro incorpora, despu¨¦s de la p¨¢gina 222, un glosario con las claves indispensables.
En esa naturaleza que hace inseparable al fil¨®sofo del escritor radica precisamente su l¨ªmite. Siguiendo a Tr¨ªas, el discurso es la carne, que impide el vuelo del esp¨ªritu. ?C¨®mo subir alto, hasta tropezarnos con el gran esp¨ªritu que desciende en forma de paloma si estamos atados a la palabra radical, a la palabra filol¨®gica? ?C¨®mo trascender el estado de cosas, cada una con su palabra, si ¨¦stas tienen la funci¨®n de ordenar, clasificar, jerarquizar, acotar un territorio, el humano, para protegerlo de las piedras que caen de arriba? No ya los fil¨®sofos, los mismos poetas se encuentran, en un momento de su vida o en todos, sumidos en ese penar (y penal): la intrascendencia de la palabra. La incapacidad para hablar de lo inefable.
Una de las concepciones m¨¢s cl¨¢sicas de Bueno es la que define el que llama espacio antropol¨®gico. Un espacio organizado por tres ejes: el circular, que contiene las relaciones de unos hombres con otros; el radial, en el que el hombre se relaciona con la naturaleza, y el angular, que lo vincula a los n¨²menes. ?stos son, seg¨²n Bueno, seres inteligentes no necesariamente divinos. El pensador los residencia en los animales, en una rara teolog¨ªa -el animal divino- que nos evoca el pante¨®n egipcio. Un tipo de animales ser¨ªan los extraterrestres, animales no linneanos, seg¨²n su definici¨®n.
Se trata, en todo caso, de un espacio trinitario, de un ternario. Si le damos la vuelta a este espacio antropol¨®gico -poni¨¦ndolo sobre sus patas, como hab¨ªa hecho Marx con Hegel, pero al rev¨¦s- resulta un espacio' teol¨®gico: nos sale Dios. Padre, que se recrea en su identidad; Hijo, que se abre a la materia humana, y Esp¨ªritu Santo, que se sale, por la tangente, a otra dimensi¨®n. Un cat¨®lico ver¨ªa en la operativa descrita una forma de hacer bueno a Bueno, el gran transgresor. ?No ha estado siempre muy cerca la biograf¨ªa de un hereje y la de un santo?
Tr¨ªas, haciendo honor al nombre, como es propio de un fil¨®sofo-fil¨®logo, tambi¨¦n es trinitario. Siguiendo a Joaqu¨ªn di Fiore, asocia el Viejo Testamento al Padre, y el Nuevo, al Hijo. En ¨¦ste, cuya era estamos a punto de abandonar, la palabra est¨¢ presa en la carne del discurso. Todo est¨¢ preparado ya para el advenimiento de la tercera persona, el Esp¨ªritu Santo, cuyo reinado pone fin al de la carne, la raz¨®n, la palabra y, por tanto -aunque esto no lo dice Tr¨ªas-, la filosof¨ªa. Tr¨ªas da carnalidad al verbo y, de su mano, a los conceptos que encierra. Bueno llamaba a esta consistencia material de los objetos abstractos M-3 o tercer g¨¦nero de materialidad.
Pongamos el tri¨¢ngulo antropol¨®gico de Bueno sobre la base, sobre la tierra. Apoyemos el de Tr¨ªas sobre el cielo. Conforme se aproximan habr¨¢ una tensi¨®n prof¨¦tica. Luego se ir¨¢n ensamblando, hasta unirse los dos tri¨¢ngulos, el que asciende y el que desciende, en una estrella de seis puntas. La estrella de David. La bandera de la Jerusal¨¦n celestial.
Bueno y Tr¨ªas son hegelianos a su pesar, pero Bueno resulta en el, fondo mucho m¨¢s metaf¨ªsico (es decir, menos hegeliano). El devenir trinitario al que se afilia Tr¨ªas es bastante dial¨¦ctico, historicista y convencional. En cambio, para Bueno, muy en lo hondo, la filosof¨ªa es siempre la misma. 0 es verdadera o no lo es. En realidad, su academia no ha sido nunca la de la llamada escuela de Oviedo, un asunto meramente contempor¨¢neo. En la academia de Bueno se sientan, o pasean por su jard¨ªn, fil¨®sofos de la antig¨¹edad cl¨¢sica, escol¨¢sticos cristianos, fil¨®sofos de la historia y hasta alg¨²n escol¨¢stico marxista. Su simploke es, en ¨²ltima instancia, un tejido universal y eterno, hecho de conceptos articulados en discurso, en un discurso ¨²nico, en una carne, o materialidad-3, en la que S¨®crates puede ser una fibra vecina del mismo m¨²sculo, y santo Tom¨¢s, de otro. El devenir est¨¢ integrado en la eternidad, que cada d¨ªa se ve como presente.
En El mito de la cultura, Bueno conjura la cultura civil, le niega todo estatuto de verdad, cualquier aptitud para suplantar, como religi¨®n laica, la vieja y caduca cultura religiosa. Como ¨¦sta no es ya retornable, se crea un vac¨ªo, una tierra de nadie. ?Ser¨¢ ese espacio vacuo el adecuado para el aterrizaje del Esp¨ªritu Santo de Tr¨ªas? Los m¨ªsticos verdaderos, y sobre todo los herejes como Miguel de Molinos, ve¨ªan en el vac¨ªo de la palabra, en la nada, el lugar para la trascendencia. Ese puede ser el no-lugar, libre de religi¨®n positiva y de cultura profana, en el que al fin se pose la paloma. El gran maestro y el ex nuevo fil¨®sofo preparan el santo advenimiento, siempre con excelsitud literaria.
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