El jard¨ªn de la la residencia
El parque p¨²blico de Manoteras es el jard¨ªn de la residencia de pensionistas de la Comunidad, y el cronista no cree pecar de exagerado si dice que quiz¨¢ Manoteras tenga el parque m¨¢s limpio y cuidado de la ciudad, un aut¨¦ntico Retiro en miniatura de verdes y exultantes praderas, frondoso y cobijador arbolado y floridos y variopintos parterres. En los bancos diseminados sabiamente en los paseos toman el almuerzo, a lo yanqui y a la sombra, grupos de j¨®venes empleados de empresas cercanas, con sus latas y pl¨¢sticos que acabar¨¢n perfectamente prensados en la papelera, corretean los infantes sin armar m¨¢s bulla que la imprescindible, controlados por sus madres, y reposan pl¨¢cidamente, con los ojos entrecerrados al sol, algunos inquilinos de la residencia. El 50% de los residentes necesitan las sillas de ruedas para desplazarse, y por eso algunas vecinas del barrio se ofrecen a llevarles a dar una vuelta en el parque aprovechando la caridad para hacer un poco de sano ejercicio liberador de adiposidades.En esta zona de Manoteras, al norte de la capital, abundan las empresas p¨²blicas y privadas y las oficinas de diversos organismos oficiales, un ambiente poco propicio para formar conciencia de barrio, aunque existan tambi¨¦n numerosos bloques de viviendas. En este contexto, los jardines y las instalaciones de la residencia se han convertido en un centro aglutinador de actividades vecinales de todo tipo en las que participan, como vecinos que son, los internos del establecimiento.
Construida en 1976 por el arquitecto Jos¨¦ Mar¨ªa Plaza, la residencia es un edificio ergon¨®mico y horizontal de escuetas l¨ªneas y amplios y luminosos interiores, donde no existe ni un atisbo de barrera arquitect¨®nica. Si no fuera por el constante tr¨¢fico de las sillas de ruedas, al reci¨¦n llegado podr¨ªa parecerle una residencia veraniega o un club social de veteranos. La absoluta libertad de movimientos, dentro de sus limitaciones, de los residentes y el trato cordial que mantienen con el personal que les atiende refuerzan la impresi¨®n de estar en un hotel, a lo que contribuye la permeabilidad de los accesos a la cafeter¨ªa de parientes, amigos y vecinos, que dotan al amplio local de un confortable ambiente familiar; leg¨ªtimo bar de la esquina para ellos, sal¨®n de meriendas para ellas.
Las ca?as heladas y sus correspondientes tapas expuestas sobre el mostrador de la cafeter¨ªa incitan a una relajada conversaci¨®n, en la que Juan Jos¨¦ Ara¨²zo, fundador y director. de la residencia, desgrana una pi?a de an¨¦cdotas entra?ables, pidiendo a veces la confirmaci¨®n de alg¨²n dato a los camareros. Historias m¨ªnimas y entra?ables que afloran en las charlas de los pasillos, historias de celos y recelos, amores y desamores, inevitables en una comunidad. La historia del p¨ªcaro pensionista que camela a una jubilada con posibles para hacerse pagar los caf¨¦s y las copas cuando se le acaba su asignaci¨®n, o la de la pensionista coqueta por cuyos favores se disputa en las mesas de la cafeter¨ªa y a la que se critica fieramente en las animadas tertulias de la peluquer¨ªa del centro, muy frecuentada por la clientela femenina. Juan Jos¨¦ Ara¨²zo comenta la persecuci¨®n y el acoso al que le tuvo f¨¦rreamente sometido una residente octogenaria que le requer¨ªa de amores y lleg¨® a proponerle que se fugaran juntos.
Juan Jos¨¦ Ara¨²zo fue el pionero y el primer inquilino de la residencia cuando a¨²n no hab¨ªan finalizado las obras. Antes de convertirse en director del centro, Ara¨²zo hab¨ªa vivido una larga experiencia hotelera, primero como recepcionista del hotel Claridge de los Campos El¨ªseos de Par¨ªs, y luego como subdirector del hotel Castellana Hilton en Madrid. De esa experiencia proviene su talante y el que se respira en los pasillos del centro; m¨¢s que un funcionario, Ara¨²zo parece un satisfecho director de hotel que saluda a todos los clientes por su nombre y se. interesa por c¨®mo han pasado la noche. Los siempre peliagudos asuntos burocr¨¢ticos no se traslucen, por lo menos a primera vista, fuera de los despachos y las oficinas.
Hoy se celebra el D¨ªa del Padre y en el sal¨®n de actos el transformista Andy Kristel conquista al experimentado p¨²blico haciendo revolotear su capa fucsia, en una convicente imitaci¨®n, v¨ªa play back, de Concha M¨¢rquez Piquer. Andy Kristel, que fuera del escenario parece un correcto y discret¨ªsimo empleado de banco, se desmelena hasta el paroxismo de las l¨¢grimas cuando interpreta, sin voz pero con todo eI coraz¨®n, lo del tatuaje que llevaba el marinero rubio como la cerveza, se vuelca literalmente sobre la audiencia cuando cita con lo de "embiste toro valiente, embiste por caridad" y se libra de salir a hombros porque los asistentes no est¨¢n para cargar con demasiado peso.
Juan Jos¨¦ Ara¨²zo se trajo con ¨¦l a la residencia a un chef del hotel Castellana, satisfecho con su trabajo actual ante unos comensales muy exigentes, pues, como afirma rotundamente, para los ancianos la comida es lo m¨¢s importante. Trescientos pensionistas ocupan las 264 habitaciones individuales y las 18 de matrimonio de las que consta la residencia, tambi¨¦n hay 15 plazas de enfermer¨ªa y la constante atenci¨®n de los servicios m¨¦dicos.
En el jard¨ªn de la residencia, una placa colocada bajo un olivo recuerda que all¨ª reposan las cenizas, por expreso deseo suyo, de Luis de Santiago, que fuera primer administrador de la residencia. Muy cerca, alfombrados de lirios, crecen los pinos que plantaron los primeros residentes: cuando se los regal¨® el Icona med¨ªan apenas cinco cent¨ªmetros y ahora sobrepasan los dos metros. En el jard¨ªn hay una p¨¦rgola y una avenida de pl¨¢tanos de sombra, que se cubren de hojas para dar cr¨¦dito a su nombre en el verano. Hoy, la primavera ha convidado a los vecinos del barrio a visitar su parque, donde, pese al trasiego de la jornada, resulta dif¨ªcil ver un papel fuera de su sitio. Las prohibiciones tradicionales de jugar a la pelota o pisar el c¨¦sped parecen innecesarias, los vecinos del barrio saben lo que tienen y lo cuidan.
Un equipo de Telemadrid llega para entrevistar a la mujer m¨¢s anciana de la comunidad, que se adentra en el segundo centenario de su vida, desde una de las habitaciones de esta residencia ejemplar situada al norte de Madrid, en Manoteras, un barrio que para muchos madrile?os ten¨ªa hasta ahora como s¨ªmbolo y referencia el nombre de un embrollado cruce m¨²ltiple de carreteras, el nudo de Manoteras, cuyo' ajetreo desde luego no llega a perturbar la atm¨®sfera buc¨®lica del parque.
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