El placer de explorar

Paul Bley confiesa reescuchar con frecuencia sus discos, no s¨®lo para corregir posibles errores sino incluso para no insistir en hallazgos valiosos. Enemigo encarnizado de lo ya visto, le espanta la repetici¨®n de f¨®rmulas, la creaci¨®n a medias, el enga?o, aunque sea involuntario, a s¨ª mismo y al p¨²blico. La ambici¨®n renovadora de su concepto musical le impuls¨® a grabar, a principios de los sesenta, Footloose, una profec¨ªa sonora que el mism¨ªsimo Keith Jarrett recibi¨® como una revelaci¨®n casi divina. Que el maestro no haya alcanzado la fama del alumno no se debe en absoluto a cuestiones art¨ªsticas porque, a sus 65 a?os, Bley conserva intacta la lucidez creativa y la extraordinaria capacidad instrumental.De ambas cualidades regal¨® a manos llenas en su primera intervenci¨®n a piano solo. Densa y esencial, parec¨ªa movida por una fuerza centr¨ªfuga que llevaba de un polo a otro, de lo tonal a lo atonal, del lirismo apasionado a la abstracci¨®n sin concesiones. Despu¨¦s, el contrabajista George Mraz jug¨® con la melod¨ªa hechicera de Nardis, y el bater¨ªa Al Foster goz¨® con la autonom¨ªa solidaria del ritmo que le crec¨ªa de brazos y piernas. Ya juntos, arrancaron con The theme, ese sencillo pretexto mel¨®dico que suele servir para despedir los conciertos. Empe?ados en volver las cosas del rev¨¦s para ponerlas en su sitio, continuaron haciendo diabluras con el Turnaround de Ornette Coleman, sempiterna influencia de Bley, la inmortal balada My old flame, casi irreconocible, y el frecuentad¨ªsimo All the things you are, que empez¨® en vals y termin¨® en calypso. Bley reserv¨® para el final una versi¨®n a velocidad de v¨¦rtigo del Confirmation parkeriano que record¨® las invenciones lun¨¢ticas de Conlon Nancarrow con sus pianolas m¨²ltiples. Un colof¨®n aparentemente mec¨¢nico para una m¨²sica profundamente humana.