El asiento que mand¨® tallar As¨ªs
El mirador en el que descansaba el esposo de Isabel II permanece intacto en un cerro de La Granja
El primer sill¨®n del mundo pudo ser algo parecido: los meteoros modelar¨ªan al albur una pella de roca plut¨®nica hasta producir una concavidad capaz para un culo -como una de, esas pilas o bid¨¦s primigenios que el agua de lluvia obra en el lomo de los berruecos- y en ella se sentar¨ªa nuestro m¨¢s remoto pr¨®cer, el rey de los monos, a impartir justicia en un contencioso sobre pl¨¢tanos o alg¨²n pleito por el estilo. La diferencia es que en ¨¦ste de La Granja se nota la mano del cantero en los reposabrazos y en un borroso ep¨ªgrafe sobre el respaldo que reza: "El 23 de agosto de 1848 se sent¨® S. M. Don Francisco de As¨ªs de Vorv¨®n". O de Borb¨®n, que tanto monta.Tampoco el tal As¨ªs era un rey de los monos; un Tarz¨¢n, o sea. El profesor Carr nos lo pinta como un "afeminado", como "un d¨¦vot (beato) y un hipocondriaco tal que se negaba a recibir a alguien que estuviera resfriado". Apenas dos a?os antes de la referida inscripci¨®n, en octubre de 1846, hab¨ªase malcasado con Isabel II, de la que era primo hermano, y nadie en la Corte daba un duro por su descendencia, pues se barruntaba que, sobre impotente, era cornudo, sospechas que luego ser¨ªan desmentidas (o confirmadas, seg¨²n) por los varios embarazos de la reina, quien, entre otros reto?os, alumbr¨® en 1857 al futuro Alfonso XII, tatarabuelo de Juan Carlos I.
Simpatizante carlista
Para colmo, el rey consorte simpatizaba con los carlistas y conspiraba de continuo con su camarilla clerical... ?ste es el tragasantos que, como aquel otro grand¨ªsimo de Felipe II ya hiciera en El Escorial, mand¨® labrar una silla en el monte para explayar la mirada, eligiendo a tal efecto el cerro m¨¢s se?ero de La Granja, el Mo?o de la T¨ªa Andrea, cuya mole c¨®nica se alza detr¨¢s del palacio y es reconocible a muchas leguas de distancia. Y acaso sea ¨¦ste el ¨²nico acto de su grotesco reinado que no se le puede reprochar.La Granja que el As¨ªs oteaba desde aquellos 1.681 metros de alteza no era ni la sombra del real sitio que sus antepasados convirtieron en un peque?o Versalles serrano. El lugar, que fue escenario en 1836 de una rebeli¨®n militar de signo radical, hab¨ªase visto largo tiempo abandonado de la realeza y sumido por ello en tal postraci¨®n que, seg¨²n un viajero de la ¨¦poca, nueve d¨¦cimas partes de la poblaci¨®n lo hab¨ªan desalojado y las calles y plazas eran frecuentadas por los jabal¨ªes en sus correr¨ªas nocturnas. M¨¢s evocaciones hist¨®ricas no se le pueden pedir al camino que hoy vamos a transitar.
Frente a la puerta de los Ba?os de Diana, en la esquina occidental de los jardines de La Granja, nace un viejo paseo que anta?o llevaba de palacio a la pradera de Navalhorno y ahora es una prosaica pista de asfalto cerrada al tr¨¢fico y a las vacas mediante sendas barreras. Por ella avanzaremos entre robledos, con rumbo sur, hasta la primera bifurcaci¨®n, en que tomaremos el ramal de la izquierda; en la siguiente, a la vera del arroyo de la Chorranca, nos decantaremos por el de la derecha y, en la tercera, a una hora larga del inicio, optaremos de nuevo por el que sale a siniestra mano. A partir de aqu¨ª, la pista se empina sobremanera, se allana luego para faldear Pe?alara por su vertiente septentrional -cuajada de regatos reci¨¦n manados- y finalmente desciende hasta el collado previo al Mo?o de la T¨ªa Andrea, donde un letrero indica el paradero de la Silla del Rey.
Abandonando de momento el asfalto -al que despu¨¦s habremos de regresar para seguir bajando y acabar la gira donde la empezamos-, nos bastar¨¢ una trepa de 10 minutos para alcanzar la puntiaguda c¨²spide. All¨ª, olvidado por todos salvo por los excursionistas, el sill¨®n de piedra permanece arrumbado como una antig¨¹edad in¨²til entre altos pinos silvestres, tan altos que apenas permiten vislumbrar retazos de la llanura segoviana, migajas de la que otrora debi¨® de ser una magn¨ªfica vista. Y as¨ª es como la naturaleza nos recuerda que ella queda y crece, mientras que nosotros estamos de paso, por muchas sillas, c¨¢tedras y tronos que mandemos labrar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.