Noticias de Dubl¨ªn
A ver si ahora que ha terminado la Feria del Libro de Madrid podemos dejar de hablar de aritm¨¦tica y hablamos de nuevo de literatura. Entre la gente de la feria circulaba un individuo dotado de un micr¨®fono y de una cinta m¨¦trica que se dedicaba a medir las colas de lectores que aguardaban bajo el sol de junio una dedicatoria, y los reporteros de los peri¨®dicos, pose¨ªdos de la misma pasi¨®n por la aritm¨¦tica, lo ¨²nico que ve¨ªan de esa hermosa y multitudinaria celebraci¨®n de los libros eran cifras de ejemplares vendidos y volumen de negocios. En estas mismas p¨¢ginas, una periodista no ten¨ªa reparo alguno en recoger el calificativo de pat¨¦tico dedicado a un autor al que no se acercaba casi nadie, dando adem¨¢s su nombre y apellido, para no ahorrar ning¨²n escarnio. Y entre tantos detalles num¨¦ricos y punzadas de malevolencia literaria pr¨¢cticamente nadie se ha ocupado en contar lo que estaba ocurriendo de verdad, lo que hace memorable esa celebraci¨®n literaria y bot¨¢nica de la Feria del Libro de Madrid, en las ma?anas ardientes y en los atardeceres sedosos del Retiro, el espect¨¢culo tranquilo de una multitud paseando entre librer¨ªas y arboledas, invadiendo y ensanchando por unos d¨ªas el espacio enrarecido de la literatura, pobl¨¢ndolo de caras nuevas, de caras francas e inesperadas de lectores comunes, que lo alivian a uno del peligro letal de confundir la literatura con la sociedad literaria, de pensar que la literatura es un oficio estrecho y mon¨®tono en el que nos conocemos todos.Termin¨® la feria en un domingo tumultuoso, apacible, civil, de luz cegadora y parejas y familias enteras cargadas de libros, y el lunes, como un contrapunto de penumbra, lleg¨® la ocasi¨®n de celebrar a solas, a ser posible en la barra ?le alguna taberna, irlandesa (le Madrid, el aniversario del 16 de junio de 1904, el d¨ªa de James Joyce y de su Ulises, de Leopold Bloom y Stephen Dedalus y la carnosa y libertina Molly, que parecen revivir ese d¨ªa con m¨¢s fuerza a¨²n de la que tienen siempre, como esos fantasmas que vuelven a mostrarse cada a?o en una fecha fija, en un lugar ya consabido. De James Joyce, como de Shakespeare, de Cervantes o de Dante, se pueden aprender casi todas las lecciones de la vida y de la literatura, pero entre ellas hay una que a m¨ª se me antoja muy pertinente en estos tiempos, la lecci¨®n, tan poco atendida entre nosotros, de que es falsa la diatriba entre casticismo y cosmopolismo: James Joyce, cosmopolita y pol¨ªglota, desterrado permanente, fugitivo de su ciudad natal y de su pa¨ªs, del agobio doble y sofocante del provincianismo y el nacionalismo, inventor de libros que aspiran, con ambici¨®n hermosa e insensata, a "ser todo para todos los hombres" -¨¦l mismo hizo suyas esas palabras de san Pablo-, se pas¨® la vida escribiendo sobre deja de ser hijo pr¨®digo y se la gente y las calles de Dubl¨ªn, un Dubl¨ªn minucioso y a la vez fant¨¢stico, poco a poco desgajado de la realidad, enaltecido por la memoria y la distancia, detenido en el tiempo, como la R¨ªmini de Federico Fellini.
De la ciudad en la que no habr¨ªa podido escribir ni respirar hizo magn¨ªfica literatura. En vida no le prestaron mucha atenci¨®n, pero despu¨¦s de muerto sus paisanos hacen con ¨¦l negocios excelentes, como los paisanos de Faulkner, que ni siquiera se molestaron en cerrar las tiendas como gesto de luto el d¨ªa de su muerte, o los de Federico Garc¨ªa Lorca, que en los sesenta y un a?os de su muerte le ha dado a su ciudad bastante m¨¢s de lo que recibi¨® de ella en los treinta y ocho breves a?os de su vida. Sin m¨¢s requisito que el de morirse, el desertor del localismo deja de ser hijo pr¨®digo y se convierte en gloria local. James Joyce, que destestaba por igual los abusos del dominio ingl¨¦s sobre su pa¨ªs y la cerraz¨®n mental, entre sacristanesca y pseudocelta, del nacionalismo irland¨¦s, es ahora, simult¨¢neamente, un orgullo de Irlanda y de las letras inglesas.El lunes 16 de junio, en Madrid, en una taberna irlandesa de madera ¨¢spera y penumbra que se llama joyceamente Finnegan's, me beb¨ª una cerveza acord¨¢ndome de Dubl¨ªn, ciudad en la que no he estado nunca (la literatura nos permite recordar ciudades que no conocemos y querer a gente que no existe). Dos d¨ªas antes, un escritor espa?ol y de Madrid, Javier Mar¨ªas, estaba recibiendo en Dubl¨ªn un premio internacional por su novela Coraz¨®n tan blanco, elegida por bibliotecarios de no s¨¦ cu¨¢ntos pa¨ªses entre algunas de las novelas m¨¢s relevantes que se han publicado en Europa en los ¨²ltimos a?os. La dotaci¨®n del premio es cuantiosa: siempre hay que agradecer que un escritor gane algo de dinero, pero a¨²n es m¨¢s valioso el hecho de que el libro de Mar¨ªas haya prevalecido en un plebiscito internacional de bibliotecarios, de lectores a la vez vocacionales y profesionales. No es nada normal que una novela espa?ola merezca tanta consideraci¨®n, en tantos pa¨ªses y en tantos idiomas. Hace un siglo, don Benito P¨¦rez Gald¨®s hablaba de las terribles aduanas que cierran el paso en los Pirineos a la inteligencia espa?ola. No quiero confundir la aritm¨¦tica con la literatura: lo que hace de verdad excepcional el caso de Javier Mar¨ªas no son sus cifras de ventas, sino el reconocimiento de la calidad de su trabajo, su firme presencia en el repertorio de las literaturas europeas.La presidenta de Irlanda fue quien le entreg¨® el premio a Javier Mar¨ªas. No s¨¦ la relevancia que le dieron al acto los peri¨®dicos de Dubl¨ªn, pero es alucinante el silencio que han mantenido sobre ¨¦l los peri¨®dicos de Madrid, a excepci¨®n de ¨¦ste, y de alg¨²n suelto mezquino que ha aparecido por ah¨ª. Se ve que est¨¢n tan acostumbrados a la difusi¨®n internacional de la literatura espa?ola que un premio m¨¢s ya no les parece digno de menci¨®n. Imagino que los mu?idores expertos de cert¨¢menes de tercera regional ya se han provisto de explicaciones biliosas, de las jactancias usuales que dan para una media sonrisa torcida y confidencial, pero no amortiguan la mordedura de la envidia. Pero tal vez es que no se enteran, que no saben lo ancho que es el mundo m¨¢s all¨¢ del corral¨®n donde ellos ¨ªntercambian sus favores de peque?os caciques, sus maledicencias mustias y sus broncas de tah¨²res. Dan ganas de irse, a otra Dubl¨ªn, a otra Madrid, a otra Granada, no las ciudades que existen en los mapas, sino cualquiera de las que sus hijos pr¨®digos y pr¨®fugos fundaron en las tierras v¨ªrgenes del recuerdo y de la lejan¨ªa.
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