Morder al pr¨®jimo
El verdadero problema del hombre se llama el pr¨®jimo. Ah¨ª est¨¢ la cuesti¨®n. Tal vez por ello. por intuir que precisamente en el pr¨®jimo -es decir, en el "pr¨®ximo", en el vecino, en el de al lado- est¨¢ la verdadera cuesti¨®n, el resumen de todos nuestros cuantiosos problemas, la s¨ªntesis de nuestras dificultades, nuestro aut¨¦ntico reto, tal vez por eso, decimos, el boxeador Mike Tyson ha propinado a su rival Holyfield un rotundo mordisco en la oreja.Morder es, un poco, erigir en s¨ªmbolo o en arquetipo el fracaso del ser humano. Parece que uno procede a morder al semejante -al pr¨®jimo- cuando el prevalecer de la raz¨®n ha fracasado. Uno muerde cuando la propia humanidad ha perdido su norte. Uno se convierte en furiosa dentellada cuando la animalidad se ense?orea de nuestro territorio personal. Es el ¨²ltimo recurso. Tal vez no es ni siquiera un recurso, sino un pataleo arbitrario y carente de todo sentido, un echarlo todo a rodar, un apaga y v¨¢monos que todo esto se ha acabado.
Es un salto al pasado, un regreso inmediato y vertiginoso a los mejores tiempos de las cavernas, una vuelta febril a las eras del Neanderthal y Cromagnon, una nostalgia irreprimible de los primeros instantes del Homo sapiens.
Morder es volver a vincularse -?hay aqu¨ª tambi¨¦n cierta nostalgia?- con esos hom¨ªnidos, situados all¨¢ en la noche de los tiempos, que se encararnaban a los ¨¢rboles y trepaban por las lianas. Ellos mord¨ªan muy bien, ten¨ªan excelentes dentaduras y una predisposici¨®n natural para lanzar eficaces dentelladas. Luego ha venido todo eso de la evoluci¨®n, y toda la historia ha desembocado, tras inn¨²meras vicisitudes, en ese ser ¨¦tico al que llamamos hombre, mitad ¨¢ngel y mitad demonio, seg¨²n muchas teor¨ªas, materia y esp¨ªritu, corona de la creaci¨®n.
Morder es renunciar. Cuando no puedo ya referirme a los predios de la raz¨®n, a la dial¨¦ctica, a la controversia, a los valores de la ¨¦tica, a los campos del esp¨ªritu, cuando no puedo ya acogerme, en una palabra, a mi condici¨®n de hombre, muerdo. Voy y muerdo. Y de seguro que la dentellada que propino no va tanto dirigida a mi rival de turno -es decir, al infeliz que recibe el mordisco- como a m¨ª mismo, a mi fracaso personal. Es un mordisco suicida. Es una abdicaci¨®n de lo mejor de m¨ª mismo para dar paso a esa animalidad que subyace, profund¨ªsima, en los remotos recodos de mi intimidad. Es una inmersi¨®n inmisericorde en las vastas -y bastas- profundidades que todos albergamos, nos guste o no, dentro de nosotros mismos. Es un retorno al mono, al chimpanc¨¦ o al mandril, vaya usted a saber, al hom¨ªnido; es un lacerante recordatorio de aquello que prevalec¨ªa en nuestros remotos or¨ªgenes.
Morder es, en fin, un s¨ªmbolo. Un s¨ªmbolo m¨¢s de los muchos que pueblan nuestra accidentada andadura por este mundo. Si ustedes se fijan bien, no es el de Mike Tyson un caso aislado. Y buena prueba es el revuelo que se ha armado. Si fuese un caso ¨²nico, casi nos har¨ªa hasta gracia, y nadie escribir¨ªa sobre ello. Y sin embargo, se escribe, y se escribe mucho. Y eso se debe a que el hombre ha captado, con gran agilidad mental, el fuerte valor simb¨®lico que los dientes del boxeador han representado.
Esta dentellada es el s¨ªmbolo y la representaci¨®n de lo que todos sabemos y Mike Tyson -o mejor, su subconsciente- nos ha recordado. Y lo que todos sabemos, sencillamente, es que el hombre sigue mordiendo al hombre, sigue propinando dentelladas a diestro y siniestro, aunque no sea con los pi?os habituales ni su desgraciada actividad sea desarrollada en un cuadril¨¢tero.
El cuadril¨¢tero en el que todos mordemos es la vida misma, el campo de batalla que llamamos mundo, el campo de batalla que deber¨ªa ser campo de armon¨ªa. Nos mordemos unos a otros, tristemente, en franco olvido de nuestra verdadera naturaleza, de nuestra condici¨®n, de nuestro destino. San Pedro dorm¨ªa, cargado de cadenas, vigilado por inn¨²meros guardianes, cuando un ¨¢ngel del Se?or le toc¨® en el costado y le hizo despertar. La celda se llen¨® de luz. El ¨¢ngel le pidi¨® que se vistiese y le siguiera. Ambos abandonaron la prisi¨®n sin que nadie les detuviera. Y hasta las puertas de hierro se abr¨ªan ante ellos. Pedro no sab¨ªa si todo aquello era realidad o formaba parte de un sue?o. Cuando fue totalmente liberado, el ¨¢ngel se march¨® y le dej¨® solo, y Pedro supo que todo hab¨ªa sido real. (Hechos de los ap¨®stoles, 12).
Todo cuanto antecede se puede aplicar a nosotros mismos, puesto que la Biblia no es otra cosa que una historia de amor escrita para cada uno de nosotros. Tiene un fuerte valor simb¨®lico, como el mordisco de Tyson. Pedro dorm¨ªa, estaba dormido, como todos nosotros lo estamos. El hombre est¨¢ dormido, pero debe despertar. No puede hacerlo solo, necesita ayuda, y ah¨ª est¨¢ el ¨¢ngel. Pero el ¨¢ngel no nos ahorrar¨¢ nuestro esfuerzo y en un momento dado nos dejar¨¢ solos, para que cada cual realice lo que le corresponde.
Tyson ha resaltado, con su incidente, que todos continuamos mordi¨¦ndonos, los unos a los otros, sin darnos cuenta de que cada dentellada que propinamos solamente en apariencia va dirigida al pr¨®jimo. Es una dentellada suicida, luego va dirigida contra el mismo que la propina. Es una autodentellada. Por ah¨ª va eso del que a hierro mata, a hierro muere. No se trata de una venganza ni del Tali¨®n. Su traducci¨®n m¨¢s correcta podr¨ªa ser que el que a hierro mata se est¨¢ matando a s¨ª mismo. El que muerde, se muerde. La celda de cada uno se llenar¨¢ alg¨²n d¨ªa de luz. Ser¨¢ el momento de despertar. Luego, el ¨¢ngel se marchar¨¢ y nos dejar¨¢ solos. Ser¨¢ el momento de continuar despiertos, el momento de dejar de morder, el momento de no recibir m¨¢s mordeduras.
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