Inteligencia improbable
En un art¨ªculo publicado en este mismo diario el pasado 24 de junio, titulado La vida y su huella, razonaba yo acerca de la posible emergencia de vida en otros lugares del cosmos distintos a nuestro planeta, y de los indicios emp¨ªricos que los cient¨ªficos intentan detectar con sus telescopios y sus sondas espaciales.Desde luego, no me estaba refiriendo a toda esa pertinaz charlataner¨ªa acerca de ovnis, alien¨ªgenas, hombrecillos verdes con trompetas en la cabeza o seres brillantes y angelicales que estudian o secuestran a pac¨ªficos viandantes, o toman forma humana y aparecen ante las c¨¢maras de televisi¨®n para decirnos, con toda naturalidad, que proceden de otros mundos. Todo eso, que abunda m¨¢s de lo que es intelectualmente soportable en los medios de comunicaci¨®n, nada tiene que ver con la discusi¨®n te¨®rica o la b¨²squeda experimental de vida fuera de nuestro planeta. Cuando me refer¨ªa a posibles indicios de vida extraterrestre, se trataba siempre de formas rudimentarias de vida, microorganismos con la misma complejidad, o falta de complejidad, de los ¨²nicos seres vivientes habidos sobre la Tierra durante miles de millones de a?os.
Merece la pena, de todas formas, discurrir, tambi¨¦n sobre las posibilidades de lo que llamamos vida inteligente. La mayor¨ªa de los argumentos acerca de la posible facilidad o dificultad para la aparici¨®n de seres vivos sobre determinados cuerpos celestes no se aplica, en principio, a esa clase de seres vivos. En efecto, uno de los hechos m¨¢s sobresalientes en la historia de la vida sobre la Tierra es la aparente facilidad con que surgi¨®, en su versi¨®n m¨¢s primitiva, a juzgar por la rapidez con que lo hizo, una vez el planeta estuvo formado y tuvo una cierta estabilidad. Esa rapidez y la existencia demostrada de mol¨¦culas org¨¢nicas en cometas y otros cuerpos celestes, aunque lejos de la complejidad de los materiales genuinamente biol¨®gicos, junto con los lapsos de tiempo disponibles a escala astron¨®mica, hacen plausible la idea de la repetici¨®n de procesos similares en lugares apropiados de la galaxia, por restringimos a un ¨¢mbito pr¨®ximo desde el punto de vista cosmol¨®gico, aunque inmenso desde el punto de vista humano. Todo ello sin olvidar que el solo caso de aparici¨®n de vida que conocemos con certeza, el que ha dado lugar a todos los organismos terrestres, incluyendo los humanos, no permite extraer pautas generales sobre lo que pudiera ocurrir en otros lugares. La Tierra se form¨® hace unos 4.500 millones de a?os, atravesando en sus primeros tiempos por una etapa de inestabilidad dif¨ªcilmente compatible con la aparici¨®n de seres vivos, por simples que fueran; y, sin embargo, hay indicios de vida de unos 3.800 millones de a?os de antig¨¹edad. Los comienzos fueron r¨¢pidos, como se ve, pero la evoluci¨®n posterior no pudo ser m¨¢s parsimoniosa y aleatoria. Durante cerca de 2.000 millones de a?os -m¨¢s de la mitad del tiempo en el que ha habido vida sobre el planeta-, ¨¦sta se redujo a microorganismos sumamente primitivos que viv¨ªan en el mar.
Despu¨¦s de tan prolongado periodo de tiempo se produjeron las modificaciones b¨¢sicas para la existencia de c¨¦lulas con n¨²cleo, similares a las que forman hoy animales y plantas. Hace tan s¨®lo del orden de 600 millones de a?os que existen seres verdaderamente pluricelulares. Hace much¨ªsimo menos que aparecieron animales con un sistema cerebral capaz de generar una actividad inteligente, en sentido amplio. Hace unos dos millones y medio de a?os que aparecieron sobre la faz de la Tierra los primeros espec¨ªmenes del g¨¦nero Homo, y hace unos 50.000 a?os surgi¨® en ?frica nuestra propia especie Homo sapiens sapiens. Lo que diferencia a la especie humana es que ha podido escapar a la l¨®gica de lo natural gracias a lo que llamamos civilizaci¨®n, pero hace tan s¨®lo un siglo, es decir, nada en t¨¦rminos astron¨®micos, que esa civilizaci¨®n ha generado una tecnolog¨ªa capaz de utilizar la radiaci¨®n electromagn¨¦tica para transmitir y recibir informaci¨®n a grandes distancias. Durante todo este tiempo, adem¨¢s, una serie de factores aleatorios y catastr¨®ficos incidieron sobre la historia de la vida, provocando extinciones masivas, cerrando caminos evolutivos, abriendo otros y malogrando ensayos iniciados de linajes completos de seres vivos. La misma existencia de la especie humana ha estado sujeta, en los momentos iniciales, a contingencias que podr¨ªan haber truncado su desarrollo.
El tiempo de existencia de nuestra especie, y m¨¢s a¨²n el de la civilizaci¨®n tecnol¨®gica, es tan peque?o en comparaci¨®n con el largu¨ªsimo tiempo de preparaci¨®n, que resulta perfectamente cre¨ªble la existencia de vida en entornos. parecidos al terrestre sin que haya encontrado nunca el camino evolutivo hacia una inteligencia similar a la humana. Lo que parece m¨¢s bien incre¨ªble es que en esos otros entornos se haya seguido, de manera independiente, la misma concreta secuencia de transformaciones, u otras equivalentes, que condujeron de los primeros seres microsc¨®picos a la especie humana.
Muchas personas creen, o razonan como si lo creyeran, que la existencia de vida conduce ineluctablemente, a trav¨¦s de una especie de proyecto finalista, a la aparici¨®n de vida inteligente o, m¨¢s a¨²n, de una civilizaci¨®n tecnol¨®gica. En la mayor¨ªa de los casos se trata simplemente de una comprensi¨®n equivocada del proceso de evoluci¨®n biol¨®gica. Lo que sabemos acerca de c¨®mo ha procedido la transformaci¨®n de los seres vivos, en el ¨²nico caso que conocemos, no autoriza a pensar en semejante cosa. La evoluci¨®n procede sin finalidad, mediante el juego constante de las fuerzas naturales, que son ciegas respecto de cualquier fin supuestamente superior, por copia y modificaci¨®n de caracteres y selecci¨®n de los organismos resultantes por su adaptaci¨®n al medio. Se debaten en la actualidad los detalles de ese mecanismo, el ritmo y la continuidad o discontinuidad en los cambios, la diferenciaci¨®n de las especies o el modo concreto en que act¨²a la selecci¨®n natural, pero lo fundamental del proceso parece s¨®lidamente establecido. Si durante cerca de 4.000 millones de a?os ha existido vida en nuestro planeta, y s¨®lo durante un periodo de tiempo min¨²sculo en comparaci¨®n con aqu¨¦l se ha desarrollado una civilizaci¨®n tecnol¨®gica, cabe pensar que, aun cuando pueda haber aparecido vida en otros lugares, cosa a¨²n no probada, lo probable es que permanezca en la fase preinteligente durante periodos de tiempo que, en el ¨²nico caso de referencia que tenemos, son comparables a la vida media de las estrellas.
Los programas de b¨²squeda de vida inteligente extraterrestre deben situarse en ese contexto. No existe el menor indicio, ni siquiera es posible asignarle una probabilidad significativa, por peque?a que sea. En 1992 se inaugur¨® el programa SETI (de las iniciales en ingl¨¦s de b¨²squeda de inteligencia extraterrestre), por impulso del recientemente fallecido Carl Sagan, de b¨²squeda de se?ales de radio procedentes del entorno de estrellas cercanas que pudieran contener informaci¨®n codificada por alguna forma de vida inteligente. Es un programa pasivo, de espera y de an¨¢lisis del flujo enorme y continuo de radiaciones naturales que nos llegan de los entornos estelares, para intentar distinguir alg¨²n signo que sobresalga de ese ruido de fondo. Sus resultados hasta el momento han sido negativos. Y se mantiene aunque, teniendo en cuenta lo dicho, parece l¨®gico que la comunidad cient¨ªfica concentre sus esfuerzos en la b¨²squeda de formas de vida primitiva; las que, al fin y al cabo, han existido sobre nuestro propio planeta durante m¨¢s del 90% de su existencia.
A mi juicio, de la reflexi¨®n sobre los escasos datos disponibles es razonable pensar que la vida pueda haber surgido en otros lugares del cosmos, y que llegaremos a detectar su huella. Pero es mucho menos razonable esperar que vayamos a observar la existencia de lo que llamamos seres inteligentes fuera de la Tierra.
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