Pap¨¢ lagarto
Seg¨²n se mire, Spielberg lo ten¨ªa, sin t¨¦rmino medio, muy f¨¢cil o muy dif¨ªcil al hacer una secuela de Parque jur¨¢sico y opt¨®, era previsible, por lo f¨¢cil.No redime con buen cine (ese hubiera sido el camino dif¨ªcil) el olvido -en tres a?os se ha convertido en una antigualla- que hoy envuelve a aquella rentabil¨ªsima mediocridad, sino que se limita a estrujar un poco m¨¢s su productividad con c¨¢lculos a ras de taquilla, para lo que Spielberg renuncia a sutilezas y entra de nuevo a saco en lo elemental e incluso en lo tosco, es decir: en, ese (hay que insistir por en¨¦sima vez en ello) cine vulgar que requieren, para dar el fruto que se espera de ellas, estas erupciones de patolog¨ªa colectiva aplicada al entretenimiento disfrazado de pel¨ªcula. En ¨¦sta y otras cosas, esta secuela sigue el resto de Parque jur¨¢sico con evidente falta de autoexigencia por parte de un buen cineasta que se esconde detr¨¢s de un buen negociante.
El mundo perdido: Jurassic Park
Direcci¨®n: Steven Spielberg. Gui¨®n: David Koepp, inspirado en la novela de Michael Crichton. Efectos visuales: Michael Lantieri, Stan Wilson y Dennis Muren. Fotograf¨ªa: Janusz Karninski. M¨²sica: John Williams. EE UU, 1997. Int¨¦rpretes: Jeff Goldblum, Julianne Moore, Pete Postlethwaite, Arliss Howard, Richard Attenborough, Vince Vaughn, Vanessa Lee Chester. Estreno en Madrid: Excelsior, Espa?a, Roxy, Canciller, Lido, Colombia, Luchana, Vaguada, Avenida, Benlliure, T¨ªvoli, Acte¨®n, Juan de Austria, Novedades Aluche, Conde Duque, Gran V¨ªa y (V. O. S.) California y Bellas Artes.
Claro que, aunque pocas, hay veces en que a Spielberg se le escapan destellos de su talento y -en la escena del cami¨®n colgado del acantilado y las dos muertes filmadas de forma indirecta, por un enrojecimiento del agua- nos recuerda que es inventor de la escalada de Indiana Jones, modelo de aventurero que mejora y es m¨¢s imprevisible en cada nueva aventura. El mundo perdido llena por eso algunas de las incontables oquedades de Parque jur¨¢sico, pues tiene una trama m¨¢s ramificada que el simpl¨®n esquema de su antecesora. Pero esta mejora no es sustancial, porque el anzuelo multitudinario del tinglado son los lagartos y, por tanto, hay que darles el centro de la cancha, por lo que los bichos inform¨¢ticos duplican aqu¨ª su metraje, ensanchan sus estancias y a?aden dos o tres chocantes novedades a las consabidas reiteraciones de animalitos procedentes de la pel¨ªcula predecesora.
La armaz¨®n de El mundo perdido se sostiene en tres soportes de im¨¢genes procedentes de tres filmes: la parte de la chica, la magn¨ªfica Julianne Moore, tiene (y mucho) que ver con la figura vertebradora de Mam¨¢ Elefanta, que Elsa Martinelli bordaba en Hatari; all¨ª por donde pasa el rudo cazador de fieras Peter Postlethwaite algo vibra, suena, recuerda a la inquietante Depredador, y, finalmente, el marco del desenlace, la irrupci¨®n en la ciudad de Pap¨¢ Lagarto cabreado, en busca del lagartito que le han robado del nido, huele, por no decir apesta, a residuo bobo de King Kong. Se pueden rastrear m¨¢s reminiscencias, pero ¨¦sas son las b¨¢sicas. Lo que se entrev¨¦ del basamento literario de Crichton es poca cosa: un par de ocurrencias y variantes argumentales hilvanadas y sin consistencia, que luego, en la pantalla, apenas tienen relevancia y dejan que El mundo perdido se alimente de ¨¦sas y otras im¨¢genes depredadas, a las que hay que a?adir el retroceso permanente al Parque jur¨¢sico de hace tres a?os, ahora abandonado, a merced de saurios depredadores y del hilillo, casi extinguido, de memoria que dejaron aqu¨ª a su paso.
El resto se destripa con decir que es consecuencia natural de mucho oficio aplicado a nula inspiraci¨®n; de sofisticados medios destinados a nada refinados fines; de un c¨¢lculo de aventura sin aventurero y, por ello, no vivible como tal aventura, ya que ¨¦sta s¨®lo despunta cuando el aventurero es el lagarto, y no hay manera de identificarse con un bicho que berrea de forma tan estridente, por padrazo que sea. Ciertamente, los dinosaurios tienen corazoncito: hacen familias, aman a sus cr¨ªas y tienen l¨²cidos criterios selectivos para merendarse de un bocado a los malos de la pel¨ªcula y dejar intactos a los buenos, que son los ec¨®logos, los enemigos de los abastecedores de zool¨®gicos y los que protestan cuando se perturban los aromas naturales del bosque con hogueras y cigarrillos, lo que es indicio de moral clintoniana en la gente reptil y llamada universal a la defensa de animales inexistentes. Cosas genuinamente americanas.
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