El mayor espect¨¢culo audiovisual
El entierro de la princesa de Gales (La-Did¨ª, como la llamaba una ardorosa y aut¨®ctona empleada del hogar) ser¨¢, sin duda, el aut¨¦ntico mayor espect¨¢culo audiovisual de la historia. Los expertos se?alan una posible audiencia en torno a los 2.500 millones de televidentes, uno de cada dos ciudadanos del planeta. Un dato a tener en cuenta para tratar de comprender, o intuir, algunas de las reacciones sociales de este convulso, confuso y apasionante fin de siglo.Diana de Gales ha sido, probablemente, una mujer de escaso -o al menos poco conocido- talento. Sus entrevistas no eran brillantes. Nada hay en su vida que resulte inolvidable. Vista desde la distancia y con la informaci¨®n suministrada por la industria audiovisual (en la que se deben incluir las revistas del coraz¨®n, mucho m¨¢s visuales que textuales) su perfil era el de una se?orita de buena familia, educada, relativamente atractiva, discreta y que se cas¨® con un pr¨ªncipe que, todo hay que decirlo, tambi¨¦n era educado, mucho menos atractivo y a tenor de sus escasas declaraciones y entrevistas p¨²blicas, con un coeficiente mental de similar nivel al de la joven desposada. Tuvieron dos hijos. Tuvieron amantes, discusiones, decidieron divorciarse, y sus respectivos abogados mantuvieron largas y duras negociaciones sobre el vil metal. Una historia similar a la de millones de mortales. Y, sin embargo, su entierro va a romper todos los techos de audiencia televisiva imaginables. ?Por qu¨¦?La difunta princesa es una creaci¨®n absoluta, de los medios de comunicaci¨®n de la imagen. Desde que se cas¨®, hace 16 a?os, y hasta su reciente muerte, Diana de Gales entraba en los hogares de todo el mundo con una constancia indiscutible. Todos, con m¨¢s o menos inter¨¦s, hemos seguido su noviazgo, su boda, sus embarazos, los bautizos de sus hijos, sus vacaciones familiares, sus disgustos conyugales, sus anorexias, sus intentos de suicidio, su ruptura, sus novietes, sus noviazgos y su absurda muerte. Diana Spencer, princesa de Gales, en realidad era como de la familia. Con un factor a?adido: desde su separaci¨®n matrimonial, hace cuatro a?os, demostr¨® mucha m¨¢s habilidad para ganarse el favor de los ciudadanos que quienes, desde el desconocimiento y la soberbia injustificada, pensaron que bastaba con ser un Windsor para que el mundo acatara sus decisiones sin m¨¢s.
Hoy, s¨¢bado, asistiremos de forma conjunta a varios fen¨®menos colectivos: al delirio cuantitativo de espectadores; a la inconfesada torpeza y estupefacci¨®n de unas familias reales que hace tiempo deambulan desnortadas por los escasos restos mentales de unos inexistentes reinos, y a la ¨ªntima convicci¨®n de que ha muerto una de las primeras creaciones audiovisuales de la nueva era en la que los baremos y gustos para crear sus mitos son, tambi¨¦n, nuevos, como lo es su duraci¨®n. Hoy participaremos en el gran rito y, probablemente, dentro de un mes se habr¨¢ olvidado. Eso es lo que hay.
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