Adoradores de im¨¢rgenes
En ocasiones, un suceso trivial o de escasa relevancia adquiere caracter¨ªsticas que lo transforman en analizador de algo mucho m¨¢s importante. As¨ª ha ocurrido con la tr¨¢gica muerte de Diana Spencer, princesa de Gales. Casi seis millones de brit¨¢nicos que asisten a su sepelio, m¨¢s de 2.000 millones de televidentes, un bloqueo informativo nunca visto en la aldea global. Se dir¨ªa que ha fallecido la reina Victoria, madame Curie o... Teresa de Calcuta. ?Por qu¨¦ esa ola emocional?Diana Spencer ha muerto como ha vivido: sin casi darse cuenta, a m¨¢s velocidad de la razonable, muy mal conducida, peor acompa?ada y perseguida por su imagen, a la que se sacrific¨® hasta ser devorada por ella. Atrapada desde casi adolescente por el brillo del papel cuch¨¦, jam¨¢s pudo madurar como mujer. Ni?a, princesa, esposa y madre p¨²blica, succionada por su imagen, en una existencia virtual, sin saber jam¨¢s lo que realmente era, pod¨ªa haber escrito, con Silesius: "No soy lo que s¨¦, no s¨¦ lo que soy". Escindida entre su poderosa imagen y su d¨¦bil e inmadura personalidad, acab¨® creyendo ser lo que parec¨ªa, una princesa del pueblo, y, como el personaje de Woody Allen, trat¨® de saltar desde la pantalla a la sala de butacas olvidando que ya estaba all¨ª. Es tan rid¨ªculo pensar que conocemos a Lady Di como suponer que conocemos a Sharon Stone porque hemos visto sus pel¨ªculas. Pero, al igual que todos, ella tambi¨¦n cre¨ªa en su imagen y ha vivido en ella, en los medios, en las revistas y los telediarios, sin jam¨¢s vivir en s¨ª. Inmadura, narcisa -?c¨®mo no serlo?-, casi asexuada pero hermosa como un cuento de hadas, es el s¨ªmbolo de la personalidad t¨ªpica de nuestro tiempo, obsesionada por la imagen y por el cuerpo como soporte de esa imagen.A ello sacrific¨® su vida y su salud, en una relaci¨®n vamp¨ªrica que alternaba entre la anorexia y la bulimia, los gimnasios y las farmacias, puntuando todo ello con una secuencia de intentos de suicidio, es decir de peticiones de ayuda. Pues Diana se entregaba a las c¨¢maras como otras mujeres -m¨¢s dichosas- se entregan a sus amantes. Y as¨ª, cuanto menos era deseada por seres de carne y hueso, m¨¢s necesidad ten¨ªa de transformarse en el objeto universal del deseo... abstracto y medi¨¢tico. Amada por todos en papel cuch¨¦, jam¨¢s encontr¨® sino amantes despreciables, desde su propio marido y el playboy jinetero que vendi¨® sus intimidades hasta ese egipcio aventurero que pretend¨ªa vengarse de la aristocracia brit¨¢nica haci¨¦ndose padrastro del Rey de Inglaterra. No saben los buenos ingleses que ahora la lloran de la que se han librado.
Los paparazzi fueron su alimento igual que ella los alimentaba, en una segunda simbiosis vamp¨ªrica. Viv¨ªan de ella y en ella como pulgas o par¨¢sitos, succionando su vida cotidiana, sus gestos, sus moh¨ªnes, sus adornos, rentabilizados en scoops hipermillonarios que han alimentado los tabloides brit¨¢nicos y la prensa del coraz¨®n del mundo entero. Lady Di no era una mujer, sino una industria sin la cual habr¨ªa sido probablemente lo que fue: una nada anonadada. Y finalmente nosotros, explotadores pasivos de esa doble explotaci¨®n e idolatrando tambi¨¦n, como ella, su imagen. Voyeurs de un espejo que refleja con mentirosa espontaneidad a una mu?eca laboriosamente pintada, vestida, mimada... y torturada sin piedad para estar siempre a la altura de su imagen. De nada le serv¨ªa pretender parecer real pasando su mano por las heridas de los mutilados, pues todos mir¨¢bamos su mano, m¨¢s bella que nunca en el contraste con la sordidez.
Muchos pensar¨¢n que al menos en una cosa el destino fue generoso con esa desdichada, pues morir joven y tr¨¢gicamente es el hado de los elegidos. Como tantas Sorayas y Cenicientas de nuestro tiempo, despu¨¦s del repudio del Pr¨ªncipe Azul, Lady Di iniciaba el camino que, tras amantes, maridos y flirts infinitos, le llevaba a la autodestrucci¨®n. En ello confiaban, quiz¨¢, Charles y la Casa de Windsor. Pero esa degradaci¨®n medi¨¢tica era tambi¨¦n la ¨²nica oportunidad de salir de su vida virtual y ocupar de nuevo su cuerpo y su realidad. El destino ha querido que sea para siempre la reina de las im¨¢genes planas de nuestro tiempo virtual, adorada por miles de millones de idiotizados adoradores de im¨¢genes de la aldea global. "Estaba hecha para vivir y muere sin haber vivido" (Rousseau).
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