Al salir del encierro
Resulta dif¨ªcil imaginar lo que pueda ser vivir dentro de un zulo, si es que podemos aplicar el verbo "vivir" al mero hecho de estar all¨ª, entre cuatro paredes, con la puerta cerrada por fuera y sin la m¨¢s remota posibilidad de imponer la voluntad propia, de salir del encierro, hecho que ¨²nicamente depende de los carceleros. Todo ese infierno que quienes por fortuna no hemos padecido s¨®lo podemos suponer ha sido descrito, en la medida en que seg¨²n ¨¦l mismo confiesa puede expresarse con palabras, por un hombre que ha pasado por ¨¦l, un hombre que fue secuestrado durante 33 d¨ªas y que sabe que el zulo ya nunca desaparecer¨¢ de su vida, porque esos d¨ªas pasados -no vividos- en el zulo son absolutamente incomprensibles, no tienen significado ni raz¨®n de ser, no son suyos aunque fuera ¨¦l quien estaba encerrado en el zulo.Jan Philipp Reemtsma, multimillonario e intelectual, extra?a combinaci¨®n de adjetivos, despu¨¦s de permanecer 33 d¨ªas en el zulo sinti¨® la necesidad de poner por escrito y publicar lo que en esos d¨ªas hab¨ªa sentido, pensado, pasado, quiz¨¢ para que no huyera, para contrarrestar la incomunicaci¨®n, la negaci¨®n del zulo . El precio de su vida eran 20 millones de marcos, luego se increment¨® en 10 millones m¨¢s. La familia de Reemtsma acepta el trato, no hay otro remedio. Nadie va a alegar, como en el caso de los secuestros pol¨ªticos, ninguna cuesti¨®n de principios. Pero la operaci¨®n no es tan sencilla, las interferencias y malentendidos son m¨²ltiples y un asunto que hubiera debido resolverse a lo sumo en un par de d¨ªas se va alargando, llega a un mes, lo rebasa. ?Qu¨¦ es un mes? ?Qu¨¦ son 33 d¨ªas? Quiz¨¢ sea poco dentro de toda una vida, quiz¨¢ ese poco sea suficiente para que la vida cambie radicalmente de rumbo, para que, extra?ada de s¨ª misma, tenga que soportar ya para siempre el peso de ese extra?amiento, de esa enajenaci¨®n.
Cuando Reemtsma rememora la rutina, las m¨ªnimas costumbres de esos 33 d¨ªas de p¨¢nico y encierro, a¨²n lo hace con extra?amiento; tanto es as¨ª que no puede decir "yo estaba encerrado", sino "¨¦l estaba encerrado". El exterior no existe, quiz¨¢ nunca vaya a volverse a ver, ?c¨®mo puede, sin esa referencia, mantenerse vivo el interior, el yo? Por eso es tan da?ina la privaci¨®n del reloj. Con ¨¦l se pierde el ritmo del mundo, la ilusi¨®n del v¨ªnculo. Lo terrible para Reemtsma es sentir que ha ca¨ªdo en un agujero negro donde no rige el tiempo, donde no sabe qui¨¦n es, qu¨¦ es, ese "¨¦l" que ha ca¨ªdo, que es tragado por el tiempo. ?Qui¨¦n es el que aguarda en su encierro la llegada de la comida, la visita del secuestrador?
Le conmociona y averg¨¹enza comprender que las breves conversaciones con su secuestrador -que le est¨¢ causando a ¨¦l y a su familia tanto da?o- le proporcionan algo de calor humano, que la voz que le habla le resulta simp¨¢tica, y que incluso desear¨ªa que una mano, la mano correspondiente a esa voz, se posara en su hombro. Me parece, sin embargo, que todos los lectores le comprenden perfectamente, que nadie se atrever¨ªa a censurar ese deseo, esa necesidad. ?Qu¨¦ tiene que ver el da?o recibido con los deseos de ser querido, aceptado, reconfortado? Son dos corrientes distintas, s¨®lo confluyen en ocasiones penosamente excepcionales.
Ya liberado, ya fuera del zulo, las preguntas que le hacen, ?C¨®mo ha podido usted soportarlo?, cobran un tono terriblemente injusto. "?En qu¨¦ ve usted que lo haya soportado?", replica Reemtsina, o "?qu¨¦ se imagina que es no soportar? ?D¨®nde est¨¢ la diferencia entre soportar y no soportar?". Los largos d¨ªas del secuestro se soportan, puesto que se sobrevive a ellos, y no se soportan porque uno no es el mismo que era antes de ser secuestrado. Al finalizar el libro se hace una consideraci¨®n estremecedora: ?no habr¨¢, en los momentos dif¨ªciles de la vida, cierta a?oranza del zulo, de vivir con la cadena atada al pie en un espacio reducido y sabiendo que no se pertenece al mundo? Es la tentaci¨®n de la aniquilaci¨®n, de la nada, que por desgracia ha sido vivida ya, ha dejado su huella. Y con esa tentaci¨®n se ha de vivir, con esa huella.
Termin¨¦ el relato de Reemtsina cuando el asesinato de Miguel ?ngel Blanco ya hab¨ªa sido consumado, cuando Cosme Delclaux y Jos¨¦ Antonio Ortega Lara ya llevaban unos d¨ªas viviendo fuera de los zulos. Acababa de hacerse sentir entre nosotros toda la crueldad de la violencia. A trav¨¦s del testimonio de Reemtsma hab¨ªa palpado ese dolor, ese vac¨ªo, la impotencia total, la humillaci¨®n total. Pero quiz¨¢ sea cierto que la vida nos obligue al optimismo y que fuera del zulo, por tanto, estemos forzados a desear que las memorias de todos los secuestrados sirvan de algo, aunque s¨®lo sea para saber con mayor profundidad y consciencia que la vida debe vivirse al aire libre, que cada uno debe tener la llave de su puerta, que merece la pena luchar por esa identidad, esa dignidad.
Cada uno tiene su memoria, cada uno, haya o no sido secuestrado, tiene sus propias interpretaciones y vivencias, y quiz¨¢ sea eso lo que, una vez atisbado el horror, nos sintamos empujados a preservar, la posibilidad de que todos las tengamos, hacer extensivo nuestro deseo de ser nosotros mismos a todos los dem¨¢s, quiz¨¢ s¨®lo ese deseo nos procure consuelo y raz¨®n de ser. Y eso es seguramente lo que empuja a Reemtsina a escribir y publicar el libro, la memoria le pesa e intuye que s¨®lo al trasladarla a sus lectores, al ser compartida, se aligerar¨¢ la carga, porque le comprenderemos y romperemos su aislamiento otra vez.
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