El nuevo narcicismo de Estados Unidos
Ciertos c¨ªrculos medi¨¢ticos e intelectuales de los EE UU andan un poco inquietos por la imagen triunfalista y la jactancia con la que se presenta su pa¨ªs ante el mundo. Hace poco la revista Time (4 de agosto de 1997) se preguntaba si no estaban a punto de convertirse en un "matoncillo global", fanfarr¨®n y arrogante. Y mientras miran con el rabillo del ojo la imagen que emiten hacia fuera, se centran sobre todo en evaluar las dimensiones de sus inequ¨ªvocos progresos internos. No les faltan razones: son la ¨²nica superpotencia mundial, la econom¨ªa crece y crea empleo sin apenas inflaci¨®n, carece de enemigos externos, disminuye la criminalidad, su hegemon¨ªa econ¨®mica y cultural no deja de aumentar, son respetados y temidos a la vez. Para que la fiesta sea perfecta s¨®lo les falta verse queridos y admirados, sobre todo por parte de los europeos. ?se parece ser el ¨²nico motivo real de malestar, y de ah¨ª la preocupaci¨®n que destilan algunos medios de comunicaci¨®n americanos de difusi¨®n internacional. Preocupan, en particular, detalles como las paternalistas lecciones de econom¨ªa que Clinton imparti¨® en la cumbre de los Siete -recuerden que entonces Kohl y Chirac se negaron a disfrazarse de cowboys-, o su inalterable rigidez, en contra del sentir europeo mayoritario, a la hora de admitir nuevos socios del este de Europa en la OTAN.Sin embargo, no parece que acaben de triunfar en su pretensi¨®n por sentirse queridos, al menos si siguen proliferando art¨ªculos como el de C. Krauthammer en el mismo n¨²mero de Time ya citado, que lleva el expresivo t¨ªtulo de Am¨¦rica domina: gracias a Dios. All¨ª -y seguro que De Gaulle se removi¨® en su tumba-, aparte de atribuirse en exclusiva la invenci¨®n y promoci¨®n del Gobierno democr¨¢tico, el autor se hace preguntas ret¨®ricas del siguiente, calibre: "?A qui¨¦n preferir¨ªan aquellos que hacen chanzas sobre la hegemon¨ªa americana? ?A China?, ?a Ir¨¢n?, ?a la mafia rusa?". Hombre, ?por qu¨¦ no incluir a la Uni¨®n Europea, por ejemplo? O, ?por qu¨¦ no imaginar un orden internacional multipolar donde no quepa hablar del Rule America ni del dominio de nadie en concreto? Yo soy de los que no se inquietan por esta nueva pax americana, aunque s¨®lo sea por lo que nos ahorramos en un sistema de defensa propio, incluso en uno que se restrinja al marco europeo. Lo que me extra?a, y esto s¨ª me produce cierta inquietud, es que no sean capaces de ver su hegemon¨ªa all¨ª donde est¨¢ m¨¢s abrumadoramente presente: en el ¨¢mbito de la cultura y las formas de vida. Pero tambi¨¦n que ignoren la letra peque?a de muchas de las estad¨ªsticas que tan triunfalmente despliegan estos ¨²ltimos meses.
El primer aspecto mencionado creo que es el rasgo m¨¢s destacable de toda hegemon¨ªa en la ¨¦poca de la globalizaci¨®n. Formas de vida y pautas culturales se funden en una curiosa unidad con los intereses econ¨®micos transnacionales. B. Barber bautiz¨® este proceso como Mac-mundializaci¨®n, que con sus resonancias a ordenadores Macintosh, McDonnalds, Microsoft, MTV y otras grandes empresas de la comunicaci¨®n, apunta a una globalizaci¨®n econ¨®mica y a la consiguiente homogeneizac¨ª¨®n de las costumbres en manos de las multinacionales y los grandes intereses econ¨®micos internacionales. Para penetrar en ese mundo, dominado sin duda por los EE UU, no hay otra lengua que el ingl¨¦s, y como bien saben los usuarios del correo electr¨®nico de Internet, por ejemplo, hacerlo en la lengua propia exige importantes renuncias a aquellos elementos de la misma que sean incompatibles con la graf¨ªa inglesa -los acentos, por ejemplo-. Contestando a una pregunta sobre cu¨¢l era el acontecimiento hist¨®rico m¨¢s importante de su ¨¦poca, Bismark, con un sentido prof¨¦tico asombroso, no dud¨® en se?alar que era el hecho de que los estadounidenses hablaran ingl¨¦s. Sus herederos alemanes pronto habr¨ªan de experimentarlo en carne propia, y hoy ya todos nosotros. El que exista una lingua franca es algo que debe ser bienvenido, ya sea el ingl¨¦s o el esperanto, lo que ya no lo es tanto es toda la ideolog¨ªa y las formas de vida que generalmente la acompa?an en forma de telefilmes, publicidad, h¨¢bitos de consumo o discriminaci¨®n selectiva de la informaci¨®n internacional. Subrepticiamente se introduce, ?c¨®mo no!, alg¨²n que otro valor de liberalismo democr¨¢tico, pero son pocos en comparaci¨®n con la vanagloria de la "libre competencia", y de una estereotipada "forma de vida americana" con pretensiones de erigirse en la forma de vida normal.
El peligro de esta nueva hegemon¨ªa reside precisamente all¨ª, en que aquello que se nos vende objetiviza una imagen en la que, como bien dice Baudrillard, lo real y lo virtual son indistinguibles. Y esto sirve tambi¨¦n para la misma imagen que de s¨ª mismos transmiten los EE UU, aunque es generalizable, desde luego, a muchos otros pa¨ªses que supuestamente "van bien". Las estad¨ªsticas sirven, como cualquier otra descripci¨®n de la realidad, para resaltar unos aspectos de la misma y ocultar otros. Y entre las virtudes de los norteamericanos -que al final acaba reconcili¨¢ndonos con ellos- hay una indudable capacidad, sobre todo en los ¨¢mbitos acad¨¦micos, para hacer de aguafiestas de cualquier forma de triunfalismo. V¨¦anse como prueba algunos de los art¨ªculos de un reciente n¨²mero de la New York Review of Books, dedicado casi monogr¨¢ficamente a temas estadounidenses. Aqu¨ª nos encontramos con la letra peque?a de los tan ensalzados datos, que permiten obtener una visi¨®n mucho m¨¢s matizada. As¨ª, por mencionar s¨®lo algunos ejemplos, el supuesto crecimiento econ¨®mico espectacular no ha sido resultado -a decir de A. Hacker en su libro Money- de un aumento de la productividad, fija en el 1% a lo largo de los a?os noventa; debe explicarse m¨¢s bien como el efecto de tener a m¨¢s gente trabajando un mayor n¨²mero de horas. Y no s¨®lo. no ha ido acompa?ado de pol¨ªticas redistributivas, sino que ha beneficiado descaradamente a los m¨¢s ricos -el 5% de las fa
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milias con mayores ingresos han aumentado su riqueza en un 50% en los ¨²ltimos 20 a?os, el ¨ªndice de pobreza ha ascendido respecto de los a?os setenta y la movilidad social, pr¨¢cticamente estancada, ha descendido tambi¨¦n considerablemente en comparaci¨®n con la existente hace 20 a?os.
Lo m¨¢s llamativo del caso es que cada vez hay menos estadounidenses que conf¨ªen en cambiar esta situaci¨®n recurriendo al sistema pol¨ªtico. Casi un tercio de la poblaci¨®n total, los m¨¢s menesterosos, est¨¢n pr¨¢cticamente fuera del circuito pol¨ªtico. As¨ª se explica que los dos grandes partidos pugnen electoralmente por ver qui¨¦n ofrece mayores rebajas de impuestos o menores seguros sociales. R. Dadi, uno de los grandes polit¨®logos norteamericanos, ha llamado recientemente la atenci¨®n sobre las consecuencias que esta asim¨¦trica distribuci¨®n de la riqueza -la m¨¢s elevada entre los pa¨ªses desarrollados- tiene para el propio sistema democr¨¢tico. ?ste se sostiene, en definitiva, sobre la ficci¨®n de la igualdad de todos los c¨ªudadanos para acceder a bienes pol¨ªticos. Lo curioso es que, salvo para una minor¨ªa de ilustrados, ¨¦stos y otros datos -el Estado de California, por ejemplo, gasta m¨¢s en prisiones que en educaci¨®n superior- no parecen escandalizar a nadie. La sociedad globalizada -y esto no s¨®lo vale para los EE UU- parece haber hecho posible al fin, con sus ciegos mecanismos de distribuci¨®n de privilegios y desventajas, el sue?o de la dominaci¨®n perfecta: la celebraci¨®n de la riqueza sin preocuparse por la pobreza.
Fernando Vallesp¨ªn es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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