La magica voz de Vanessa Redgrave no consigue convertir en cine la palabra de Virginia Woolf
Contraste entre un sencillo 'thriller' irland¨¦s y un rebuscado melodram¨®n ingl¨¦s
Ha tentado a muchos la aventura de convertir en cine la literatura de Virginia Woolf, pero pocos la han emprendido. Hace unos a?os, la magn¨ªfica y temeraria Sally Potter se atrevi¨® con Orlando y le sali¨® una colecci¨®n de cromos; y ahora la guionista brit¨¢nica Eileen Atkins, y la directora holandesa Marleen Gorris abren la pantalla a las p¨¢ginas de Mrs. Dalloway. No han dejado un solo cabo suelto, pero les ha salido una pel¨ªcula en la que Virginia Woolf es s¨®lo una resonancia espectral. Ni siquiera la voz de la genial Vanessa Redgrave logra convertir en cine la escurridiza carencia de su escritura.
Ocurri¨® el otro d¨ªa -unos cuantos abismos por debajo- mientras presenci¨¢bamos las im¨¢genes de Lolita. De pronto, de esas deleznables im¨¢genes comenz¨® a brotar algo infinitamente hermoso, que invitaba a cerrar los ojos y o¨ªr, s¨®lo o¨ªr. Era la llamada de la palabra, incrustada en la banda sonora, de VIadimir Nabokov. Mrs. Dalloway no es un ama?o anticinematogr¨¢fico de esa catadura, sino una pel¨ªcula de verdad: di¨¢fana, noble, construida con mucho esmero y asombrosamente bien (?puede acaso ocurrir de otra manera?) interpretada por Vanessa Redgrave, una cineasta genial. Pero ni siquiera un rostro, una voz, una presencia como la de esta enorme artista brit¨¢nica, que es capaz de hacer vivir una toma simplemente porque ella est¨¢ dentro, logra fundir la palabra de la escritora en las im¨¢genes destinadas a hacerla suya, a absorberla, Hay algo inefable, incapturable, bajo las evidencias verbales, bajo la mec¨¢nica del contrapunto argumental, bajo el flujo del estilo de Virginia Woolf, que se resiste a dejarse atrapar por la l¨®gica o la din¨¢mica de un relato cinematogr¨¢fico, por competente y meticuloso que sea. Es como intentar agarrar el humo a pu?ados.Atkins y Gorris han ca¨ªdo con candor en la trampa de la fidelidad, del amor por lo que intentan representar. Su pasi¨®n por Virginia Woolf les ciega e impide discernir que la m¨¦dula de eso que quieren representar -y que, para entendemos, puede equipararse a un estado de esp¨ªritu o a una fluencia an¨ªmica- es cinetamogr¨¢ficamente irrepresentable. Y lo que queda del paciente, meticuloso, abnegado encaje de bolillos con que ambas mujeres han trasladado primero a un gui¨®n y luego a una pantalla el recorrido de la memoria de Virginia Woolf por algunos pulcros y miserables salones de aquella burgues¨ªa victoriana de la que se sent¨ªa hija hu¨¦rfana, es nada m¨¢s que una aproximaci¨®n, un esquema desalmado, mec¨¢nico, por no decir un simple recorrido tur¨ªstico alrededor de las estancias y los rincones ocultos de la conciencia de la escritora, cuyo interior se cierra a cal y canto contra la intromisi¨®n de una c¨¢mara.
Vanessa Redgrave hace, como de costumbre, prodigios dentro de la misi¨®n imposible en que se ha embarcado esta vez. Hace unos a?os se propuso desenmara?ar algunos de los m¨¢s enrevesados escondrijos de otro mundo oscuro de mujer, el de la sure?a estadounidense Carson McCullers, y logr¨® llegar muy dentro de las fuentes secretas de esta escritora tan ajena a ella y a su procedencia. Pero ahora, mientras intenta dar rostro a alguien o a algo mucho m¨¢s cercana a ella, pero que rechaza cualquier intento de dejarse identificar por medio de gestos, se pierde en un bosque ¨ªntimo, del que sale gracias a su portentoso oficio: se escapa del personaje, toma distancia frente a ¨¦l y lo observa desde fuera, argucia que obviamente s¨®lo es posible en una actriz virtuosa de las interioridades del teatro, pues Vanessa Redgrave va creando lentamente, sin que nos apercibamos de ello, no un rostro sino una m¨¢scara, mientras cierra silenciosamente el grifo cinematogr¨¢fico de la identificaci¨®n sentimental y vierte sobre el espectador un chorro de complicidad esc¨¦nica.
Una algo tosca, pero muy divertida, mezcla de comedia, de road movie y de relato policiaco a la irlandesa, El crimen desorgarnizado, dirigida por Paddy Breathnacht; y un brillante melodram¨®n prefabricado, de laboratorio, escrito y dirigido por el brit¨¢nico William Nicholson, completaron otro interesante d¨ªa de cine en San Sebasti¨¢n.
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