Carta de Siberia
Novosibirsk, a 14 de septiembre. Querido lector: al recibo de la presente espero que se haya recuperado de sus emociones estivales. Por mi parte, le escribo desde Siberia, esa tierra m¨ªtica y desmesurada en la que confluyen nuestras leyendas de infancia y nuestros terrores hist¨®ricos. Ya s¨¦ que tiene noticias de Rusia casi cada d¨ªa. Sobre este tema no hay mucho m¨¢s que contar. El gran pillaje de Rusia por quienes fueron sus due?os y algunos advenedizos est¨¢ casi consumado, y una nueva clase capitalista m¨¢s violenta y nueva rica que la que merodea por nuestros andurriales se dispone a tomar asiento en el club global. Las intrigas de palacio siguen en el Kremlin, pero los poderes f¨¢cticos de todo tipo est¨¢n de acuerdo en lo esencial, es decir, en qued¨¢rselo todo ellos en nombre de la democracia. Por tanto, no se prev¨¦n nuevas convulsiones. Las mafias siguen presentes en la Administraci¨®n y en los negocios, pero una buena parte ya se ha hecho respetable y otros muchos hampones van siendo relegados a confortables cloacas. Los nuevos rusos, sobre todo de Mosc¨², consumen como locos y, todo hay que decirlo, trabajan como posesos. La gran mayor¨ªa de la gente -?un 75%?- sigue excluida de las maravillas del mercado y sobrevive como puede plantando sus patatas y calabacines, haciendo faenas despu¨¦s del trabajo, vendiendo y revendiendo cualquier cosa. Para los pensionistas la vida es a¨²n m¨¢s dura: en realidad, est¨¢n a la espera de la muerte. Quiz¨¢ todo esto cambie en un futuro. Pero el futuro, en Rusia, siempre ha sido una abstracci¨®n.Todo esto ya lo sabe. Pero desde Siberia las cosas se ven distintas. Siberia est¨¢ muy lejos de Mosc¨², en kil¨®metros y en forma de ser. Las diferencias no son tanto de orden econ¨®mico o pol¨ªtico. En realidad, la econom¨ªa est¨¢ aqu¨ª peor, con la industria militar en ruinas, el petr¨®leo en crisis y el sector p¨²blico en la insolvencia. De hecho, Siberia est¨¢ perdiendo poblaci¨®n: de 32 millones en 1990 ha bajado a poco m¨¢s de 30: unos mueren, muchos se van, otros renuncian a nacer. Y aun as¨ª, la vida aqu¨ª tiene sentido, late con un pulso diferente, o al menos as¨ª lo siento. Es una mezcla de voluntad de supervivencia y distancia espiritual. Es un sentimiento que nace en lo profundo del bosque oto?al de abedules dorados y dibuja la sonrisa de los ni?os que juegan, aviva el paso de las mujeres corriendo entre su trabajo y la escuela de sus hijos, aprieta el gesto de los hombres caminando hacia el huerto familiar tras la jornada laboral. Es la dureza de la vida transformada en ganas de vivir, en la alegr¨ªa de sentir cada peque?o gesto que se arranca al rigor cotidiano: la dulzura de la miel del Altai, la frescura del tomate obviamente org¨¢nico del huerto propio, una buena ducha con agua caliente tras una semana de corte del suministro, una improvisada sesi¨®n de poes¨ªa o un paseo por el bosque infinito, aprovechando que ya no hay mosquitos. M¨¢s all¨¢ del regusto de los momentos, una vida que fluye, pase lo que pase. Los ni?os, impecables, acuden puntualmente a la escuela, la ense?anza es rigurosa, los padres ayudan a hacer los deberes. Las mujeres van bien vestidas, con su ropa superviviente de mil lavados y planchados, arregladas con el maquillaje justo, andando con sus tacones por calles mal pavimentadas, manteniendo el equilibrio cargadas de bolsas. En los quioscos venden (y la gente compra) partituras de sonatas de Beethoven. En la Universidad se siguen reuniendo congresos sobre l¨¢ser, sobre microbiolog¨ªa, sobre desarrollo regional. Es la extrema dignidad en la extrema pobreza (salarios entre 4.000 y 25.000 pesetas mensuales en el mayoritario sector p¨²blico, y cuando los pagan). No hay descomposici¨®n, no hay desesperaci¨®n. La supervivencia se hace vivencia por los resquicios de la alegr¨ªa de un ni?o, de la nostalgia de lo que fue y del fulgor anticipado de la blancura invernal. Lo que siempre ha caracterizado Siberia es esta fuerza de vivir y de sacar punta a cada instante. ?De d¨®nde sale?, me pregunto y pregunto en tomo m¨ªo. Parece que, como tantas cosas, nace de la geograf¨ªa y de la historia. De una inmensa geograf¨ªa. ?Tiene usted idea de lo grande que es Siberia? Pues como 22 veces Espa?a. Y no est¨¢ al norte, como solemos creer, sino que las regiones m¨¢s pobladas est¨¢n al sur de la latitud de Mosc¨². En realidad, Siberia est¨¢ al Norte y al Sur, al Este y al Oeste, abarca la mayor parte del mapa de Asia, desde el ?rtico hasta las estribaciones del Himalaya, y de los Urales al Pac¨ªfico. Y tiene toda clase de climas (en verano, en Novosibirsk hace 30? y la gente est¨¢ en la playa en biquini). Es una tierra hecha de grandes r¨ªos, de bosques tupidos (la taiga de nuestros libros de aventuras), de llanuras interminables, de altas monta?as (las de Altai llegan a los 6.000 metros) y de lagos azules y profundos: el Baikal, formado por 300 r¨ªos, contiene el 20% del agua dulce del planeta. De esa naturaleza surgen la serenidad y la comunidad. Serenidad por nuestra obvia relatividad en esa tierra inconmensurable que nos alberga y que resiste nuestros intentos de destrucci¨®n. Y comunidad porque quienquiera que se encuentre junto a otros en cualquier lugar sabe que los otros lugares est¨¢n muy lejos, el invierno es muy largo, la naturaleza ind¨®mita y que hay que apretarse juntos los unos a los otros para darse calor y vida.
Tambi¨¦n la historia. Usted y yo asociamos Siberia a las deportaciones de los zares, a los campos de concentraci¨®n de Stalin, a los trabajos forzados y al castigo del Estado. ?sa es s¨®lo una parte, aunque una parte terrible, de la historia de Siberia. Pero Siberia fue tambi¨¦n tierra de libertad, la tierra de los siervos que obten¨ªan su emancipaci¨®n huyendo de la Rusia feudal a los espacios abiertos, el refugio de comunidades religiosas perseguidas y el mundo de aventureros y traficantes que viajaban por los grandes r¨ªos cazando, pescando y negociando con nativos y colonos. M¨¢s adelante, durante el fallido intento de construcci¨®n del socialismo, Siberia fue tierra de pioneros de las fuerzas productivas que cre¨ªan que de los pantanos que constru¨ªan, del petr¨®leo que extra¨ªan, de la industria que trabajaban y de la ciencia que investigaban surgir¨ªa una nueva sociedad. As¨ª, Siberia se pobl¨® de gentes indomables: unos porque fueron all¨ª para escapar del sofoco del Estado autocr¨¢tico; otros porque fueron deportados por ese Estado porque eran los m¨¢s rebeldes y, con frecuencia, los mejor educados; otros, en fin, porque creyeron en la posibilidad de una vida nueva. Pero esa libertad relativa para subsistir no pod¨ªa ser individualista, sino comunitaria. Porque s¨®lo en comunidad pod¨ªan superarse las dificultades cotidianas. Se fueron as¨ª haciendo comunidades solidarias de esp¨ªritus libres, siempre chocando con las burocracias implantadas desde Mosc¨². A trav¨¦s de esa historia, los rusos siberianos aprendieron a sobrevivir primero; a vivir despu¨¦s, en cualquier condici¨®n. Y tal vez ¨¦sa sea la tecnolog¨ªa decisiva en el mundo despiadado en el que estamos entrando. Y si no, ya me lo contar¨¢ usted cuando se desplome nuestro Estado del bienestar bajo el asalto de la nueva competencia global. As¨ª que ya lo sabe: si necesita recuperar el instinto de vida, d¨¦se una vueltecita por aqu¨ª. Traiga ropa de invierno y sus poemas de juventud.
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