Lo 'pol¨ªticamente incorrecto' o la 'nueva inquisici¨®n'
La inteligencia es un atributo psicol¨®gico con un extenso pasado filos¨®fico y literario, pero con una breve historia cient¨ªfica. A principios de este siglo, conectado con el inter¨¦s por las diferencias individuales, es cuando comienza su estudio emp¨ªrico. De ah¨ª que uno de los objetivos de investigaci¨®n sobre la inteligencia es -y ha sido- poner de relieve las diferencias obtenidas seg¨²n las edades, las distintas razas, las diferencias de g¨¦nero y dem¨¢s condiciones de agrupamiento entre humanos. Los resultados de esos estudios permiten describir, seg¨²n esa caracter¨ªstica (la inteligencia), a sujetos de una determinada edad, g¨¦nero, raza o cualquier otra condici¨®n, pero nunca de esos estudios puede derivarse una explicaci¨®n sobre las diferencias encontradas.Durante todo lo que va de centuria, las investigaciones han puesto de relieve que, a partir de una determinada edad, la inteligencia (concretamente, la inteligencia fluida) declina, que los norteamericanos de raza negra presentan puntuaciones en inteligencia m¨¢s bajas que los considerados de raza "blanca", que los orientales y los jud¨ªos (siempre en USA) presentan cocientes intelectuales m¨¢s altos que los censados como "blancos" norteamericanos, o que las mujeres arrojan m¨¢s altas puntuaciones verbales que los hombres y que este sentido se invierte si consideramos la inteligencia viso-espacial, que es m¨¢s alta en los hombres. Todo ello, puede afirmarse, a unos niveles de probabilidad determinados, lo cual supone que pueden cometerse errores de muchos tipos y, por tratarse de estudios descriptivos, nunca implican causaci¨®n; en otras palabras, podr¨ªamos decir que existen diferencias, pero no el porqu¨¦ de las mismas. As¨ª, por ejemplo, en un estudio realizado en el Reino Unido, en los a?os cincuenta, se encontr¨® una alta correlaci¨®n entre inteligencia y n¨²mero de piezas dentales conservadas; por supuesto, a nadie se le ocurri¨® que las piezas dentales causaran la inteligencia ni que ¨¦sta produjera problemas dentales, sino que ten¨ªa que existir otra explicaci¨®n para tal asociaci¨®n. As¨ª, result¨® a ciertos niveles de probabilidad demostrado cuando, tras rean¨¢lisis, se encontr¨® que la posici¨®n social estaba contribuyendo a la varianza tanto de la inteligencia como del n¨²mero de piezas dentales.
Los estudios sobre diferencias individuales en inteligencia han sido socialmente muy productivos: desde el diagn¨®stico y pron¨®stico preciso del retraso y deterioro mental a los programas de mejora de la inteligencia. Por cierto que tales programas no son ajenos al constante progreso intelectual evaluado a todo lo largo de este siglo en todas las razas, ambos sexos y cualquier edad o cualquier otro tipo de agrupaci¨®n humana.
Pero la inteligencia es bastante m¨¢s que un as¨¦ptico concepto cient¨ªfico. Es -mucho antes de comenzar su estudio cient¨ªfico- una construcci¨®n social con fuerte carga ideol¨®gica y socio-cultural y, lo que es peor, capaz de concitar todo tipo de emociones de aceptaci¨®n y rechazo en la literatura cient¨ªfica y, m¨¢s a¨²n, veh¨ªculo para que el p¨²blico en general (e, incluso, los cient¨ªficos de otras ¨¢reas del saber) tome partido respecto a hallazgos que avalan o contradicen los valores que profesan y que, supuestamente, est¨¢n siendo atacados con el dato cient¨ªfico. Existen todo tipo de sucesos -unos m¨¢s tristes e impresentables que otros- desde el intento de expulsi¨®n del profesor Jensen, eminente profesor de la Universidad de Berkeley, en los sesenta, por sus tesis sobre la inteligencia (a las que se llam¨® "herej¨ªa jensenista") a las lesiones producidas al recientemente fallecido profesor H. J. Eysenck, de la Universidad de Londres, por una enfurecida audiencia asistente a una de sus conferencias sobre el tema en la London School of Economics, a finales de los setenta. ?C¨®mo pueden entenderse estos comportamientos socialmente poco adaptados (y, por tanto, poco inteligentes) sino por una sobrevaloraci¨®n de la inteligencia?
Por si alguien estuviera suponiendo que tales reacciones sociales pudieran deberse a la importancia social de la investigaci¨®n psicol¨®gica, parece conveniente aclarar que tales actos no suelen ser concitados por la puesta de manifiesto de diferencias en caracter¨ªsticas tales como la agresividad, la extraversi¨®n o el neuroticismo, es decir, que nadie se molesta, o no lo expresa airadamente, cuando se pone de relieve que las mujeres presentan menos actos delictivos que los hombres o que los negros poseen m¨¢s talento musical y r¨ªtmico que los blancos.
La sobrevaloraci¨®n social de la inteligencia parece haber llegado a Espa?a con cierto retraso y a lo largo de este a?o hemos o¨ªdo airadas cr¨ªticas y solicitudes de inhabilitaci¨®n por la difusi¨®n -de mejor o peor calidad literaria y de mejor o peor contrastaci¨®n emp¨ªrica- de diferencias psicol¨®gicas imputables al g¨¦nero o la raza. Su punto culminante -hasta el momento- lo ha alcanzado la cr¨ªtica (o tal vez, juicio social) al texto del profesor Roberto Colom Or¨ªgenes de la diversidad humana (entre otros, EL PA?S, 17 de octubre de 1997). El de Colom es uno m¨¢s de los libros (publicados en cualquier parte del mundo) en el que se revisan investigaciones sobre diferencias individuales. Es cierto que, en algunos ep¨ªgrafes, la revisi¨®n realizada no es exhaustiva y tambi¨¦n que en ¨¦l se deslizan algunas afirmaciones poco afortunadas. Sin embargo, todo ello no justifica las apasionadas valoraciones basadas, muchas de ellas, en afirmaciones tomadas fuera de contexto, inferencias o generalizaciones que demuestran que quien las profiere no ha le¨ªdo el libro o lo ha hecho con una ¨®ptica sesgada y, adem¨¢s, porque la tesis central de la obra es, contrariamente a lo que han resaltado sus cr¨ªticos, que las diferencias de grupo son escasamente relevantes a la hora de describir, predecir, explicar o modificar el comportamiento del sujeto individual. En cualquier caso, no se entiende bien c¨®mo datos descriptivos sobre el comportamiento inteligente (por muy sesgados que est¨¦n), que expresan que un determinado grupo social difiere de otro en una espec¨ªfica medida de inteligencia (en cualquiera de sus tipos), sea capaz de sacar de sus casillas tanto al colectivo que se siente defensor de ese grupo social como a otros y variados defensores y definidores de lo que es correcto o incorrecto.
Realmente, provoca extra?eza observar c¨®mo personas o grupos sociales que se expresan en favor de la libertad de expresi¨®n y contrarios a cualquier tipo de intolerancia act¨²an en la forma opuesta a la que predican. ?Qu¨¦ mayor expresi¨®n de falta de libertad que exigir la retirada de un texto que presenta datos emp¨ªricos sobre las diferencias intelectuales, por muchas imperfecciones que contenga? ?Qu¨¦ mayor expresi¨®n de intolerancia que solicitar medidas contra un profesor por presentar datos y resumir investigaciones sobre la inteligencia (por muy inadecuadas que parezcan)? ?C¨®mo se puede considerar a los alumnos universitarios incapaces de enjuiciar y criticar por s¨ª mismos un determinado texto y a su autor?
Cualquier profesor, no por la tan manida (y en mi opini¨®n, acad¨¦micamente incorrecta) "libertad de c¨¢tedra", sino porque es, adem¨¢s y primero de todo, un ciudadano y, como tal, tiene libertad de expresi¨®n. Por supuesto, la libertad de expresi¨®n, aun con sus l¨®gicos l¨ªmites, ampara la presentaci¨®n de teor¨ªas e investigaciones sobre la inteligencia, aunque algunas de ellas se refieran a diferencias de raza y sexo ya que no contradicen -de ninguna manera- la doctrina de igualdad ante la ley y la oportunidad. El enjuiciamiento de racista y sexista a los que presentan (con m¨¢s o menos fortuna) datos sobre diferencias intelectuales entre razas y sexos es un verdadero disparate en una sociedad libre. Porque las diferencias individuales son una de las bases de cualquier sociedad democr¨¢tica, precisamente., porque la igualdad es ante la ley y ante las oportunidades que deben ser ofrecidas y no exige uniformidad ni ausencia de diferenciaci¨®n. Es la pretendida uniformidad la que es propia de pa¨ªses autoritarios.
Puesto que la universidad exige cr¨ªtica -pero cr¨ªtica cient¨ªfica y no enjuiciamiento popular- el debate sobre cualquier obra debe realizarse en el aula, en el seminario, en el laboratorio, no en panfletos o en la prensa; y ello, no porque los medios de comunicaci¨®n no sean veh¨ªculos de transmisi¨®n para el progreso cient¨ªfico, sino porque la "noticia", "lo que vende", lo que es "pol¨ªticamente correcto" pudiera ir, y ser el opuesto, a la reflexi¨®n sobre los hallazgos obtenidos y al di¨¢logo sosegado ¨²nico medio del pensar independiente, de la mejora del propio trabajo y del progreso intelectual.
Cuenta la mitolog¨ªa que Procusto era un c¨¦lebre bandido del ?tica que no contento con despojar de sus bienes a los viajeros, les obligaba a tenderse en una cama de hierro que ten¨ªa sus mismas medidas. Cuando aqu¨¦llos no coincid¨ªan con las dimensiones de Procusto, ¨¦ste proced¨ªa bien a cortar bien a estirar sus miembros hasta que se produc¨ªa un perfecto ajuste. Procusto ha emergido en la historia de la humanidad en miles de ocasiones. En la Edad Media, en forma de Inquisici¨®n, mientras que hoy -en una forma light- adopta la forma de lo "pol¨ªticamente correcto". Quien se desv¨ªa de ello puede ser "abrasado" -metaf¨®ricamente, desde luego- en los altares de esta "nueva Inquisici¨®n". Conviene recordar que Procusto muere a manos de Teseo de la misma manera que ¨¦l acababa con sus v¨ªctimas.
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