El invierno de nuestras rebajas
La raz¨®n principal de Juan Garc¨ªa Hortelano para parar una candidatura suya a la Academia de la Lengua no era filol¨®gica, ni siquiera ideol¨®gica, sino er¨®tica. "Qu¨¦ hago yo en un sitio donde las posibilidades de ligue son nulas para alguien que no practica la gerontofilia". Hortelano nunca consinti¨® -a pesar de lo educado que era- en que sus amigos y admiradores le presentaran a la elecci¨®n acad¨¦mica, pero s¨ª se dejaba ver regularmente en otros templos de la sabidur¨ªa menos grandilocuentes y m¨¢s mixtos de edad. Hombre de una ciudad, de un barrio, incluso de tres calles, la suya y las m¨¢s inmediatamente paralelas, el novelista madrile?o frecuentaba cuatro o cinco librer¨ªas de su querido Arg¨¹elles, de las cuales, me temo, s¨®lo quedan dos.Ahora el Gobierno, que tambi¨¦n vela en este asunto por nosotros, quiere regular el precio de los libros utilizando un t¨¦rmino que apunta com¨²nmente a lo contrario de lo que significa: liberalizaci¨®n. La idea de que todos podamos comprar un libro m¨¢s barato yendo un poco m¨¢s lejos de nuestra librer¨ªa habitual es golosa, y el Gobierno nos tienta con la gula de su generosa pol¨ªtica de libertades a ultranza, que igualmente pasa, como ya sabemos y sufrimos, por liberalizar a los poderosos distribuidores norteamericanos a costa del acoso y menosprecio del cine espa?ol y europeo. El grito de los que de verdad necesitan y leen los libros y en ellos encuentran un valor que no se mide en p¨¢ginas ni en forros de piel ni en dinero es un¨¢nime: "No queremos ser libres, o liberalizados, a ese precio". El precio del ¨¦xito. El sue?o de la m¨¢xima respuesta que produce los monstruos de la televisi¨®n estatal. La consideraci¨®n, en suma, de la cultura como una commodity (producto de consumo) y no como el factor que aporta a nuestra vida la incomodidad de la b¨²squeda m¨¢s que el mullido suelo de lo sabido.
No voy a ponerme crepuscular evocando las tardes de mi vida pasadas en librer¨ªas, tardes innumerables y felices, porque hasta en las m¨¢s peque?as y polvorientas tiendas de libros he encontrado un amor quiz¨¢ no tan carnal como el que Garc¨ªa Hortelano estaba seguro de no poder hallar en la Academia pero m¨¢s arrebatador. El flechazo del libro desconocido, la pasi¨®n de la novedad inesperada, el deseo de regalar esa obra precisa a esa persona id¨®nea, la fidelidad a los autores que por nada del mundo abandonaremos, ni siquiera en la hora de sus p¨¢ginas bajas. Tampoco voy aqu¨ª a llorarles sobre la hermosa ruina de los libros de lance y ocasi¨®n. El rechazo a esa medida liberal pero estranguladora es la defensa de mis intereses de lector, del inter¨¦s com¨²n a aquellos que desean seguir hallando un libro meses o a?os despu¨¦s de que el suplemento de los s¨¢bados lo haya canonizado, que disfrutan hablando con el librero pr¨®ximo y memorioso y no con dependientes expertos en paquetes y ofertas ¨²ltimas.
Los libros rebajados. La cadena de tiendas con el escaparate de best-sellers. El supermercado de la cultura. Las palabras ya indican en qu¨¦ consiste este flamante libro liberalizado. Hace un mes sufr¨ª en Par¨ªs la p¨¦rdida, tan sentida como la de un viejo amigo, de dos librer¨ªas, Le Divan, en la esquina de Saint-Germain-des-Pr¨¦s, y L?homme nouveau en la plaza de Saint Sulpice, ¨¦sta, antigua cava maravillosa del libro surrealista y fant¨¢stico, reconvertida, aprovechando el mismo nombre, en librer¨ªa vaticana. Si en Francia, que elimin¨® despu¨¦s de aplicarla la libertad de precios en el libro, y es un pa¨ªs infinitamente m¨¢s culto que el nuestro, est¨¢n cerrando las mejores peque?as librer¨ªas, ?qu¨¦ pasar¨ªa aqu¨ª de cumplir el Gobierno su liberal amenaza? A lo mejor si compras dos novelas de moda por el precio de un libro de Rilke el ligue est¨¢ m¨¢s f¨¢cil en la cola de los carritos.
Babelia
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