Memoria, amnesia, perd¨®n
El juicio al octogenario Maurice Papon ha abierto en Francia el debate sobre la memoria y la mitolog¨ªa nacional. Papon es acusado de haber ordenado la deportaci¨®n de jud¨ªos durante los a?os de Vichy. En realidad, lo que sale a la luz, despu¨¦s de 50 a?os de silencios y ocultaciones, es la colaboraci¨®n de la Administraci¨®n francesa con la soluci¨®n final nazi. Un aparato burocr¨¢tico que en buena parte el general De Gaulle recuper¨® despu¨¦s de la guerra. El propio Papon tuvo responsabilidades destacadas tanto con De Gaulle como con Giscard. Siendo Papon prefecto de Par¨ªs, en 1961 se produjo la matanza del metro Charonne: una mort¨ªfera represi¨®n policial, con decenas de cad¨¢veres en el Sena, de una manifestaci¨®n a favor del FLN argelino.Hace tiempo que en medios intelectuales franceses se repite una pregunta que hasta hace poco se consideraba redundante: ?qu¨¦ es Francia? Ha sido la consolidaci¨®n del Frente Nacional de Le Pen lo que ha hecho entender que Francia no es ninguna evidencia y que tambi¨¦n Francia es una construcci¨®n hecha de mitos y fantasmas. Y son precisamente los mitos sobre los que De Gaulle refund¨® la naci¨®n despu¨¦s de la guerra los que est¨¢n en entredicho. El primero de ellos, el mito de la resistencia, sobre el que De Gaulle fabric¨® una idea de Francia que permiti¨® sentar a un pa¨ªs vencido y liberado por los americanos a la mesa de los vencedores. Para De Gaulle, Vichy no existi¨®. Habr¨ªa sido un par¨¦ntesis en la historia de Francia que el general consigui¨® hacer olvidar. Formaba parte de lo impensable. A la verdad de la colaboraci¨®n opuso la contraverdad de la resistencia. Fue Mitterrand el que empez¨® a levantar el velo que ocultaba lo obsceno. Cuando, al final de su vida, decidi¨® poner orden y control a su legado biogr¨¢fico, sali¨® el pecado de juventud de sus veleidades petainistas. Si el presidente hab¨ªa pecado, ?por qu¨¦ no lo habr¨ªan hecho otros muchos ciudadanos? La pol¨¦mica es amarga y divide al propio gaullismo: Chirac es partidario de no dejar zonas oscuras a la memoria, y Seguin querr¨ªa mantener vivo el mito de la inexistencia de Vichy.
"El pueblo del olvido era, de hecho, el pueblo de los pobres de esp¨ªritu. La memoria rechaza el comprorniso", escribe Tahar Ben Jelloun en Oraci¨®n por el ausente. Y a?ade: "?Por qu¨¦ empe?arse en mantener una memoria mutilada, una respiraci¨®n artificial y la ambici¨®n de un porvenir que se niega a entregarse a la verg¨¹enza?". El olvido sistematizado en la Francia de posguerra invita a la reflexi¨®n sobre la amnesia que acompa?¨® a la amnist¨ªa pol¨ªtica en Espa?a.
Puede que el general De Gaulle tuviera razones s¨®lidas (la autoridad nadie se la discut¨ªa) para borrar los a?os de la verg¨¹enza: no s¨®lo para transmutar un pa¨ªs derrotado en ganador, sino, sobre todo, para volver a empezar en unos momentos en que no se estaba en condiciones de soportar el coste de asumir la verdad. Este siglo nos ha ense?ado que verdad y bien no forzosamente armonizan.
Del mismo modo, es posible que la suspensi¨®n de memoria fuera indispensable para iniciar en Espa?a el camino de la democracia despu¨¦s de una guerra civil y 40 a?os de dictadura. La guerra era lo suficientemente lejana como para que las heridas empezaran a estar cicatrizadas y suficientemente pr¨®xima como para que el pa¨ªs fuera generoso si el olvido era el precio que garantizaba que aquello no se repitiera. Y as¨ª creci¨® el mito de la reconciliaci¨®n. La suspensi¨®n de memoria fue un b¨¢lsamo para las fuerzas reaccionarias y fue bien recibida por la ciudadan¨ªa porque todos sab¨ªamos que la resistencia civil al franquismo hab¨ªa sido escasa.
La suspensi¨®n de memoria tuvo un nombre: amnist¨ªa. Un nombre de resonancias democr¨¢ticas porque era una petici¨®n que la resistencia llevaba tiempo poniendo en primer plano, pero que aliviaba plenamente a los franquistas del temor a que alguien les pidiera responsabilidades. As¨ª fue como en las elecciones de 1977 se pudo presentar una brochette de fascistas con el nombre de Alianza Popular. El propio ¨¦xito de la transici¨®n, el r¨¢pido relevo de viejas glorias por caras nuevas y menos comprometidas con la imagen del pasado, hizo que la suspensi¨®n de memoria evolucionara pronto hacia la amnesia total. Sacar a relucir los cr¨ªmenes del franquismo, dec¨ªan algunos, era resentimiento. Tan escaso ha sido el resentimiento que Manuel Fraga, el hombre que dirigi¨® el aparato de propaganda del franquismo cuando la ejecuci¨®n de Juli¨¢n Grimau, acaba de ganar unas elecciones por mayor¨ªa absoluta. La derecha espa?ola ha intentado dos caminos, finalmente convergentes, para ahogar definitivamente la memoria del franquismo. Por un lado, en sinton¨ªa con la ideolog¨ªa dominante que tiene el dinero como medida de todas las cosas, ha tratado de presentar el franquismo como la antesala de la democracia, como si el desarrollo econ¨®mico de los sesenta fuera la ¨²nica realidad de aquel r¨¦gimen. Por otro lado, con. la euforia del retorno al poder, la derecha ha intentado el discurso de tabla rasa, como si antes de Aznar a lo sumo hubiera habido los Reyes Cat¨®licos. Con la idea del inicio de un tiempo nuevo no s¨®lo se trata de ningunear el periodo socialista, sino de dejar definitivamente en el olvido el ¨²ltimo gran periodo de gobierno de la derecha en Espa?a: el franquismo.
Pero, ciertamente, la memoria no acepta compromisos. Tarde o temprano el derecho que tienen los ciudadanos a conocer el pasado, derecho de todos, incluidos las v¨ªctimas y los verdugos, se abre paso. Si exigimos a los socialistas las explicaciones que la ciudadan¨ªa merece por los disparates cometidos durante su gesti¨®n, ?podemos seguir aplazando las explicaciones de lo que pas¨® durante los a?os del franquismo? En un mundo en que parece haberse puesto de moda pedir perd¨®n (el Papa le ha encontrado gusto), en Espa?a nadie echa una mirada al pasado. La derecha, mientras aprieta las tuercas a los socialistas, dice que hablar del franquismo es ¨¢nimo de venganza. A veces uno se pregunta cu¨¢l hubiera sido la venganza de la derecha si los 40 a?os de dictadura hubieran sido de un r¨¦gimen de izquierdas. Pregunta absurda: la respuesta est¨¢ en la guerra civil.
La democracia encuentra sus mejores momentos en la defensa contra el mal. Las nuevas generaciones deben saber qu¨¦ era el franquismo, porque el valor de la libertad se aprecia sobre todo cuando no se tiene. Olvidar el franquismo es ir construyendo la democracia controlada en que la libertad no es el valor principal, sino lo que queda despu¨¦s de la competitividad y la seguridad. El olvido es una falta de respeto a quienes sufrieron entonces. Y es el miedo a aceptar que fueron demasiados los que dieron el consentimiento a aquel r¨¦gimen. Espa?a no tiene tradici¨®n democr¨¢tica, y hay que saberlo para que el juguete no se rompa.
La memoria es el modo que cada uno tiene de relacionarse con el pasado y con los dem¨¢s. La memoria es m¨²ltiple. Es obvio decir que de ella tambi¨¦n forma parte el olvido, que es una estrategia de la memoria. Nadie tiene derecho a obstaculizar a la ciudadan¨ªa el ejercicio de la memoria. Es la memoria la que hace tejido social. Desde la desmemoria s¨®lo se construye la lucha desenfrenada de todos contra todos entre sujetos sin historia. La memoria es uno de los pocos recursos que tenemos para defendernos de la historia, que siempre la escriben los vencedores.
Hay discursos del arrepentimiento que suenan a cinismo. Y, sin embargo, m¨¢s vale tarde que nunca. Porque el arrepentimiento es el reconocimiento expl¨ªcito de que algo se hizo mal. La m¨¢s definitiva manera de decir que no debe repetirse. Con timidez, Joaqu¨ªn Almunia esboz¨®, quiz¨¢s por primera vez en la pol¨ªtica espa?ola, una petici¨®n de perd¨®n por lo que los socialistas hab¨ªan hecho por Filesa. Daba la impresi¨®n de que dudaba de lo que estaba haciendo porque deb¨ªa ser pol¨ªticamente incorrect¨ªsimo. Algunos -Guerra, por ejemplo- dir¨¢n que esto es tener conciencia culposa, no haber superado escr¨²pulos infantiles. El cinismo no tiene patria. Con su gesto, Almunia gana derecho a exigir. Ser¨ªa un irritante sarcasmo que s¨®lo los socialistas pidieran perd¨®n. ?0 acaso se trata de hacernos creer que el franquismo, como Vichy, nunca existi¨®?
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