Espejos sin imagen

El taller en piezas deja bastante que desear y decepciona; es una pieza pedante, car¨ªsima y su estructura que se pretende singular no es en el fondo original. Ahora resulta que todas las j¨®venes vacas sagradas de la nueva danza francesa incluyendo la estirada cr¨ªtica, que tanto denostaron a Fran?ois Verret le imitan sin el menor pudor: la voz, la inclusi¨®n de actores, la huella del absurdo dentro de un caos moral y esa falaz intenci¨®n para ir de lo aleatorio a lo sinf¨®nico que, en el caso de Monnier se queda todo en ese poder franc¨¦s para epatar a un p¨²blico inocente.En este caso tambi¨¦n, dudo bastante del sistema de composici¨®n y del estilo y hasta de la ¨¦tica del resultado: la hoy poderosa core¨®grafa exhibe medios, poder y lujo pero ?ad¨®nde va?, ?a qui¨¦n le habla?, ?qu¨¦ organiza castigando inmisericordemente a unos artistas a los que se ve bien entrenados y en honestidad al asumir esos papeles donde se les hace correr del ca?o al coro sin cesar?

El ¨¢mbito blanco en que se desarrolla la obra puede evocar el hospital, la casa de los locos y al menos en eso la atm¨®sfera adquiere un sentido que se debilita cuando el propio espect¨¢culo va careciendo de proyecci¨®n. La m¨²sica es quiz¨¢ el aparato de tortura usado con refinamiento oriental por la artista. David Moss merec¨ªa aunque fuera una breve biograf¨ªa en el programa de mano porque siempre conviene estar alerta para huir en sentido contrario al que se acerque. Pod¨ªa hablarse de fraude sonoro, pero se sabe que no es as¨ª. Es simplemente el error al elegir lo m¨¢s tangencial e inverso al gusto, con la idea de que por esa v¨ªa, puede llegarse a una cierta originalidad. Nos resulta dif¨ªcil encontrar aqu¨ª a la Mathilde Monnier de otras veces, segura y emocional. A lo que ella llama tr¨¢nsito es solamente descomposici¨®n de una experiencia que revela una etapa de crisis creativa.