Pol¨ªtica e islam en Egipto
Egipto es un Estado fuerte, dice la autora, capaz de combatir al islamismo armado, pero su reto es acabar con las causas que lo producen
En febrero de 1992 ten¨ªa lugar en El Cairo el primer atentado que iniciaba una larga serie de execrables acciones terroristas firmadas por el grupo radical islamista Gama?at Islamiya (Grupos Isl¨¢micos). En la misma ¨¦poca emerg¨ªa en Argelia el Grupo Isl¨¢mico Armado (GIA), consecuencia del golpe de Estado de enero de 1992. La posible relaci¨®n entre ambos acontecimientos no radica en absoluto en la existencia de v¨ªnculos entre estos grupos, sino en la coincidente estrategia gubernamental que, salvando las grandes distancias entre el radicalismo de un caso y otro, apostaba por el cierre de la participaci¨®n pol¨ªtica a los partidos islamistas no violentos y moderados, FIS y Hermanos Musulmanes, respectivamente. De dicha reorientaci¨®n pol¨ªtica se deriv¨® un fen¨®meno de radicalizaci¨®n entre los islamistas que jug¨® a favor de los sectores violentos que se hac¨ªan m¨¢s fuertes ante unas bases que se preguntaban cu¨¢les eran los beneficios de la participaci¨®n pol¨ªtica pac¨ªfica y dialogante.Desde 1984, Egipto fue un pa¨ªs pionero en el mundo ¨¢rabe en la puesta en pr¨¢ctica de un proceso de apertura pol¨ªtica pluripartidista que aceptaba, de manera limitada, la participaci¨®n electoral del islamismo legalista y no violento representado por los Hermanos Musulmanes para permitir cierta catarsis a una sociedad con frustradas aspiraciones de participaci¨®n pol¨ªtica y que hac¨ªa frente a una aguda crisis econ¨®mica con duros costes sociales derivados de los ajustes de la liberalizaci¨®n econ¨®mica.
Sin embargo, la apertura pol¨ªtica no iba en realidad dirigida a avanzar en el reparto del poder, y por ello los temores que suscitaron la progresiva constataci¨®n del ¨¦xito electoral de los Hermanos Musulmanes, la capacidad de movilizaci¨®n popular durante la guerra del Golfo, y, a continuaci¨®n, la experiencia del ¨¦xito electoral del FIS en Argelia, parecieron convencer a los responsables pol¨ªticos egipcios de modificar la t¨¢ctica llevando a cabo una vuelta atr¨¢s que, a la vez que hac¨ªa descender los ¨ªndices de pluralidad de los a?os anteriores, afirmaba la pol¨ªtica de represi¨®n y expulsi¨®n progresiva de los Hermanos Musulmanes del espacio pol¨ªtico institucional del pa¨ªs.
Desde entonces se constata la emergencia del fen¨®meno de la violencia por parte de los sectores radicales a trav¨¦s de peri¨®dicas acciones terroristas destinadas a perjudicar al Estado en uno de sus sectores en desarrollo, el turismo, a la vez que se ataca a un s¨ªmbolo cultural occidental con una gran carga negativa para unos militantes que proceden de los grupos rurales m¨¢s frustrados y m¨ªseros del pa¨ªs. Hay que se?alar que los autores de los atentados son progresivamente m¨¢s j¨®venes, menos instruidos y m¨¢s del medio rural. Sin embargo, los Garna'at se desarrollaron en los a?os setetenta en los medios estudiantiles universitarios no sin cierto apoyo del poder, que entonces, liderado por el presidente Sadat, instrumentalizaba a los movimientos isl¨¢micos en contra de la izquierda naserista y manten¨ªa posiciones tolerantes hacia su acci¨®n social con la esperanza de neutralizar las reacciones contra su pol¨ªtica de paz unilateral con Israel. No obstante, los Hermanos Musulmanes son sin duda la corriente mayoritaria del islamismo en Egipto, ejerciendo una importante atracci¨®n entre la juventud y sectores de la intell¨ªgentsia con buena implantaci¨®n entre las clases medias urbanas y en el tejido socio-profesional. Si se tiene en cuenta que dicha clase social ha desempe?ado un papel clave en los movimientos sociopol¨ªticos egipcios de este siglo, se comprende que en realidad los Hermanos Musulmanes son una oposici¨®n pol¨ªtica mucho m¨¢s desafiante que unos Gama'at muy radicalizados y violentos, pero enfeudados y limitados al sur del pa¨ªs.
En consecuencia, la pol¨ªtica interior de Egipto en los ¨²ltimos a?os, y particularmente desde 1992, gira en tomo a estrategias dirigidas a defenderse tanto del terrorismo de los Gama'at como de la capacidad de alternancia pol¨ªtica de los Hermanos Musulmanes, que, dicho sea de paso, han condenado los actos terroristas de los primeros. Todo ello ha tra¨ªdo consigo la creciente sustracci¨®n a la oposici¨®n de toda capacidad de responsabilidad, cualquiera. que sea su orientaci¨®n ideol¨®gica, y que la escena pol¨ªtica se haya visto dominada por "cuesti¨®n isl¨¢mica", tanto por el impacto de los atentados, como por el debate que suscita y por las estrategias gubernamentales de apoyo al establecimiento religioso oficial a fin de neutralizara los islamistas.
El r¨¦gimen egipcio basa su lucha contra los islamistas en una estrategia un tanto contra natura. De un lado, se apoya en el islam institucionalizado y funcionarizado (representado principalmente por la Universidad Isl¨¢mica de Al Azhar) para que dote de legitimidad isl¨¢mica al poder ante una poblaci¨®n con un profundo sentimiento religioso, sin preocuparle su fundamentalismo moral porque, a cambio de ordenar lo social, no contesta pol¨ªticamente al sistema. De este sector proceden la mayor parte de las reacciones ultraconservadoras (defensa de la clitoridectom¨ªa, condenas de apostas¨ªa...) que nos llegan correctamente calificadas de "integristas", pero que no necesariamente surgen de grupos islamistas.
Por otro lado, el r¨¦gimen egipcio consiente la libre expresi¨®n de una buena parte de la izquierda laica del pa¨ªs, b¨¢sicamente a trav¨¦s de la prensa (las libertades decrecen seg¨²n se aproximan a los medios audiovisuales en un pa¨ªs de grandes mayor¨ªas analfabetas). Estos sectores de la intelligentsia del pa¨ªs son rentables aliados anti-islamistas que ayudan al r¨¦gimen a presentar una imagen, sobre todo ante el exterior, moderna y liberal, a la vez que los partidos que los representan, antiguos blancos de la represi¨®n gubernamental, no significan hoy d¨ªa un desaf¨ªo pol¨ªtico de envergadura. Los proyectos nacionalistas, liberales o de izquierda no acaban de seducir a las nuevas generaciones, ante las cuales no les beneficia adem¨¢s su aproximaci¨®n al r¨¦gimen en pro del consenso anti-islamista porque les impide ofrecer una alternativa cre¨ªble ante un poder desacreditado; en tanto que el proyecto islamista se beneficia de su independencia del aparato del Estado y de su oposici¨®n abierta contra ¨¦l. Unido a esto, el lobby de Al Azhar vigila y acosa a estos intelectuales laicos exacerbando las tensiones entre los propios grupos que forman parte del sistema.
En consecuencia, aunque Egipto sigue siendo un Estado fuerte y no parece que los Gama'at tengan capacidad para tomar el poder, el fondo de la cuesti¨®n no es tanto la capacidad del sistema para ganar materialmente su batalla contra el islamismo radical, sino su aptitud para suprimir las causas que lo alimentan y la inestabilidad que de ello se deriva. Reducir la perspectiva pol¨ªtica a una estrategia de seguridad y de eliminaci¨®n del islamismo no parece obtener los ¨¦xitos deseados. M¨¢s bien la cuesti¨®n radica en evitar que sea el exaltado radical el que acabe imponi¨¦ndose sobre un sector islamista m¨¢s cultivado y abierto susceptible de social-democratizarse, as¨ª como en liberar a la tendencia secularista del pa¨ªs. Para ello habr¨ªa que ir permitiendo el desarrollo democr¨¢tico del r¨¦gimen a fin de que laicos e islamistas, a trav¨¦s del debate en la esfera p¨²blica, definan los principios b¨¢sicos de la democracia. Es como se avanzar¨¢ en el desarrollo y la estabilidad de la regi¨®n.
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