El 98 filipino
El azar hist¨®rico es aquel que une, como por arte de birlibirloque, a ciertas personas en el espacio y el tiempo, personas que deciden por aproximaci¨®n los sucedidos de las fechas. Cuando se est¨¢ cerca de abandonar Filipinas, seis hombres ser¨¢n los encargados de guerrear, tres generales espa?oles y tres revolucionarios tagalos. El azar empareja al general Blanco con Jos¨¦ Rizal. Blanco es un hombre procedente de las guerras carlistas, ni demasiado inteligente ni demasiado estulto, ni demasiado valiente ni demasiado cobarde. Es un militar de transici¨®n al que la colonia levantisca le viene grande. En los primeros momentos de la contienda se le opone Jos¨¦ Rizal, hoy convertido en h¨¦roe de la sublevaci¨®n. Rizal, m¨¦dico, poeta, novelista, educado en Espa?a, lanza proclamas revolucionarias y enardece las aspiraciones tagalas. Al final, ya encarcelado, creyendo que su pueblo todav¨ªa no est¨¢ maduro para el autogobierno, reniega de la revoluci¨®n y al parecer de la masoner¨ªa a la que pertenece. Blanco y Rizal, en una situaci¨®n l¨ªmite, son incapaces de ordenar la realidad.Despu¨¦s les tocar¨¢ al general Polavieja y a Andr¨¦s Bonifacio, tan singulares como an¨¢logos. Polavieja es un militar sanguinario, que resuelve la crisis a mosquetazos y juicios sumar¨ªsimos, convencido de la ejemplaridad de los fusilamientos. Andr¨¦s Bonifacio es un revolucionario cl¨¢sico, alma madre de la insurrecci¨®n, creador del Katipunan, la sociedad secreta, el ej¨¦rcito invisible que expulsar¨¢ a los espa?oles. Andr¨¦s Bonifacio, en la asamblea de Tejeros, ser¨¢ traicionado y, m¨¢s tarde, asesinado por sus compa?eros. Bonifacio no cede, en la asamblea dispara a sus amigos; al cabo, ¨¦l es el impulsor de la revuelta, el hombre al que el pueblo escucha y respeta. Eso le cuesta la vida. Son tiempos de divisi¨®n entre los tagalos, que Polavieja aprovecha.
La guerra finalizar¨¢ con la paz firmada entre el general Primo de Rivera y Emilio Aguinaldo. Primo de Rivera intenta una salida honrosa. Aguinaldo, que hab¨ªa eliminado a Bonifacio, tras la retirada espa?ola, se encierra en el campo y se convierte en un pr¨®spero agricultor. Lo extra?o del asunto es que Aguinaldo, en principio revolucionario de pro, abandona la lucha justo cuando Estados Unidos, algunos dicen que previo pago de 30 millones de d¨®lares, ocupa las islas. De continuar viviendo Bonifacio, tal vez el azar y la historia hubieran deparado otro destino a Filipinas.
Se va a conmemorar el desastre del 98, el ¨²ltimo coletazo imperial de una Espa?a entonces sumergida en una crisis institucional, en un conflicto tambi¨¦n de identidad, que no acababa de vertebrarse como deseaba Ortega. Se le antoja al lector que decir que Espa?a perdi¨® Filipinas es una mala aseveraci¨®n. Lo correcto ser¨ªa afirmar que los filipinos recuperaron Filipinas para los filipinos. Hay dos razones. Ning¨²n pa¨ªs tiene derecho a someter el albedr¨ªo de un segundo. La siguiente raz¨®n es que desde el punto de vista occidental es improbable comprender Asia, y por ello cualquier batalla emprendida terminar¨¢ en derrota.
Filipinas es un pa¨ªs lleno de paradojas: Hay una censura absurda en las artes, pero en las calles la libertad sexual es absoluta, al descubierto y sin tapujos. Se mantiene el culto a la personalidad.Imelda Marcos, despu¨¦s de dilapidar y robar el pa¨ªs, a su regreso, cuenta con cinco millones de votos y un esca?o seguro. Parece que la memoria hist¨®rica en Filipinas adolece de esclerosis, algo contradictorio cuando el tagalo, en general, es un pueblo encorajinado, orgulloso de sus costumbres. En Occidente, la v¨ªa del conocimiento es intelectual, se obedece a la reflexi¨®n y se tiende a pensar que cabeza y coraz¨®n est¨¢n ,separados. En Asia, cabeza y coraz¨®n conviven en un continuo, y la v¨ªa del conocimiento es sensitiva. El tacto, el olor, los sentidos son los que determinan los acontecimientos. Espa?a sali¨® de Filipinas, cualquier pa¨ªs saldr¨¢ de Asia cabizbajo, porque el occidental analiza Oriente desde la inteligencia, y ah¨ª es cuando fracasa. El occidental, al viajar, se aferra a una serie de ideas precocinadas. Asia no rechaza el mundo de las ideas, aunque prefiere el mundo de los sentidos. Son dos formas de conocimiento v¨¢lidas. En tierra asi¨¢tica, al enfrentarlas, pierde la occidental.
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