La ciudad minada
Todos los habitantes de la Ciudad de M¨¦xico le deseamos hoy ¨¦xito al ingeniero Cuauht¨¦moc C¨¢rdenas, primer alcalde electo de esta enorme capital y representante, no s¨®lo de un partido, sino de todos los ciudadanos.C¨¢rdenas llega acompa?ado de la esperanza ciudadana a una urbe que es territorio de la desesperanza. La agenda del nuevo gobernante, se ha dicho hasta la saciedad, es casi infinita y no puede resolverse en tres a?os. Poluci¨®n del aire y las aguas. Transportes enmara?ados y raqu¨ªticos. Vendedores ambulantes. Desempleo y subempleo. Salarios de hambre. Concentraci¨®n asfixiante de industrias. Tr¨¢fico de drogas. Requerimientos gigantescos de educaci¨®n, infraestructura y salud. Y por encima de todo, corrupci¨®n, inseguridad ciudadana, crimen organizado y desorganizado.
Nadie puede resolver estos problemas de un plumazo ni aplazarlos m¨¢s all¨¢ del limitado discurso de la esperanza. Y sin embargo, el cat¨¢logo que todos conocemos es apenas el horizonte visible de una ciudad plagada de minas invisibles: la red de complicidades, arreglos debajo de la mesa, chantajes, miradas gordas, violaciones de la ley y pragmatismos inconfesables, cuya persistencia ha permitido a los gobernantes gobernar aunque sea mal, a los ciudadanos subsistir aunque sea peor y a los aprovechados prosperar y prosperar bien.
?ste es el meollo del Gobierno del Distrito Federal: contemporizar con el statu quo, o reformarlo a favor de la transparencia, la legalidad y la credibilidad. La ciudadan¨ªa, sin duda, opta por lo segundo; por eso fue electo C¨¢rdenas. Pero los intereses, tambi¨¦n sin duda, van a demostrarle a C¨¢rdenas, si pueden, que con ellos no se puede. Tienen a la mano mil recursos y millones de pesos para llegar, pr¨¢cticamente, a la par¨¢lisis de la ciudad. Son invisibles. Manejan inmensas zonas urbanas donde nadie osa entrar, igual que en el barrio de los ladrones de la novela de V¨ªctor Hugo Nuestra Se?ora de Par¨ªs. Pueden lanzar a la ciudad invisible contra la ciudad visible donde habitamos todos los dem¨¢s. Pueden advertirle a C¨¢rdenas: no nos toques o te hundimos.
S¨ª, C¨¢rdenas es due?o, hoy, del discurso de la esperanza. Pero los desaf¨ªos reales van a demandar acciones. El nuevo jefe de Gobierno puede contemporizar, puede aceptar que m¨¢s vale no agitar las olas de un lago de mierda, o puede reformar. A un ritmo r¨¢pido en algunas ¨¢reas, a un ritmo prudente en otras. Pero siempre con el apoyo ciudadano. ?sta es la gran fuerza de C¨¢rdenas, ¨¦ste el ejemplo que puede dar: que todos sus actos est¨¦n visiblemente avalados por la aprobaci¨®n de los ciudadanos. Bandas criminales, narcos, polic¨ªas corruptos, funcionarios ineficientes, toda la plaga que infesta M¨¦xico D. F. puede ser combatida, no por un gobernante individual, sino por el gobernante con la ciudadan¨ªa detr¨¢s de ¨¦l. La ley, desde luego, pero el respaldo de los habitantes, tambi¨¦n.
La alcald¨ªa cardenista es una operaci¨®n de limpia. Los cristales empa?ados de nuestra ciudad deben ser de nuevo transparentes. Las fuerzas de la corrupci¨®n y el crimen van a romperle muchos cristales a C¨¢rdenas, desafi¨¢ndolo. El jefe de Gobierno y sus ciudadanos deben estar listos para reponer cada cristal roto y cobrarle el costo al que lo rompi¨®. Cuadra por cuadra, colonia por colonia, delegaci¨®n por delegaci¨®n, las normas de la seguridad, la honradez y el aliento a quienes las cumplen, deber¨¢n ir desalojando las pr¨¢cticas de la inseguridad, la corrupci¨®n y el desaliento que hoy minan nuestro espacio urbano. Esto toma tiempo para realizarse. Pero lo bueno es que se puede empezar ahora mismo. M¨¢s que los proyectos grandiosos, ser¨¢n estos pasos nimios pero concretos los que, resolviendo un peque?o problema en una peque?a casa de una peque?a cuadra de una gran ciudad, acabar¨¢n por resolver los grandes problemas de una gran urbe poblada por millones de individuos concretos, ciudadanos con nombre, apellido, memoria y esperanza, ma?ana. Desearle suerte a C¨¢rdenas es desearnos suerte a nosotros mismos. Por primera vez desde 1521, Cuauht¨¦moc ha vuelto a tomar su ciudad. Que no la suelte. Que la tentaci¨®n de ser Tlatoani M¨¢ximo no lo distraiga de las tareas del ciudadano m¨ªnimo.
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