La inmutable Berganza
Volvi¨® Teresa Berganza al Teatro Real para cantar a beneficio de Mundo de Armon¨ªa, la obra social que preside la princesa Irene. Asisti¨® la reina Sof¨ªa y un p¨²blico numeroso que no llen¨® la sala, lo que hace pensar en una deficiente promoci¨®n del acto.La cantante madrile?a no s¨®lo conserva su atractiva estampa, sino tambi¨¦n sus dones y saberes, y as¨ª pudimos escucharle muchas cosas bellas dentro de un amplio repertorio que iba desde Vivaldi hasta Ernesto Halffter. Estaba anunciada la colaboraci¨®n pian¨ªstica de F¨¦lix Lavilla, el primer marido de Teresa, y un extraordinario maestro en los g¨¦neros de c¨¢mara. Al fin, sin muchas explicaciones (eso no se lleva entre nosotros), fue sustituido por el colaborador habitual de Berganza, Jos¨¦ Antonio ?lvarez Parejo, tantas veces elogiado por su buen hacer su capacidad de identificaci¨®n con los solistas.
Teresa Berganza
Concierto a beneficio de Mundo de Armon¨ªa, patrocinado por la Soci¨¦t¨¦ G¨¦n¨¦rale. Teresa Berganza, mezzosoprano, y ?lvarez Parejo, pianista. Auditorio Nacional, Madrid 20 de diciembre.
Si tu m'ami y Stizzoso, mio stizzoso, de Pergolesi, o Piango, gemo, sospiro, de Vivaldi, son viejos caballos de batalla en el repertorio de Berganza, que sabe impulsarlos con gracia y melancol¨ªa, justamente los dos polos de la Venecia musical. Brahms, ya lo sabemos, supone otro mundo, y no s¨®lo por la mutaci¨®n de la ¨¦poca. Nos hallamos ante distintos c¨²mulos de bellezas cuyo nivel de profundidad frente a otras escuelas dejo a cargo de los espele¨®logos musicol¨®gicos. La intensidad l¨ªrica -franca tristeza gris- decide el hermoso lied Immer Leiser Vird Mein Schlumer (Cada vez mis sue?os son m¨¢s ligeros), tres veces tratado por el compositor, mientras la Serenata in¨²til, sobre un motivo popular del Bajo Rin, ofrece la cara vivaz y m¨¢s luminosa.
A trav¨¦s del sutil puente de Gabriel Faur¨¦, autor radicalmente impopular seg¨²n el an¨¢lisis orteguiano de ciertas creaciones art¨ªsticas, accedimos a tres maestros espa?oles que le veneraron siempre: Enrique Granados, con sus tonadillas en estilo antiguo que Berganza enfatiza un poco a la manera de Conchita Bad¨ªa, y Ernesto Halffter, con esas joyas que son la Corza blanca y La ni?a que se va al mar, sobre versos de Rafael Alberti. Por cierto, la extensa introducci¨®n de la segunda canci¨®n fue primero facilitada y luego dr¨¢sticamente reducida por su autor, lo que sin duda agradecer¨¢n los pianistas. Para terminar, Joaqu¨ªn Turina, el Manuel Machado de nuestra m¨²sica, tan pl¨¢stico en El fantasma como airoso en Cantares y, como propinas, la habanera de Carmen en la visi¨®n refinada de Berganza y la deliciosa vidalita de Ginastera. Gran tarde, ¨¦xito considerable y evidencia del magisterio y la peculiar sensibilidad de Teresa Berganza: es estrictamente incomprarable.
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